Capítulo XIII: Desafío

7 1 0
                                    

Una lanza. Solamente con eso ya me acercaba a la imagen de mí mismo que me haría justicia. Nix y yo nos dirigimos al centro de la Atlántida para llevar a cabo un plan con el cual pondríamos a prueba la bondad y la valentía de los Olímpicos: someter a los atlantes y hacerlos sufrir hasta que los dioses se dignen a aparecer. Tal vez el plan no era muy ético, pero eso no nos importaba en lo más mínimo. Los atlantes nos miraban extrañados al pasar, sin esperar lo que se les venía encima. Paramos en el punto más transitado de la ciudad, el mercado, y miramos alrededor asegurándonos que había la más gente posible. Dejé la lanza en el suelo y agarré del cuello a un mercader y lo elevé del suelo. La gente nos comenzó a mirar, ahora asustados y enfadados. Un atlante alto y corpulento se acercó a mí con los puños apretados.

-¿Qué haces, tío? Haz el favor de dejarlo en paz.

-¿O si no qué harás?

-Último aviso, rarito.

-Voy a matarte a ti y a toda la gente que hay alrededor nuestro, y no vais a poder hacer nada para impedirlo.

-¡Se acabó!- gritó el atlante corpulento, intentándome pegar un puñetazo en la cara.

Partí el cuello al mercader y de un puñetazo atravesé el torso del que me intentó atacar. Este se quedó unos momentos de pie y se cayó en redondo al suelo. Todas las personas alrededor nuestro corrían despavoridas, pidiendo auxilio en vano. Nix materializó unas cuchillas moradas en el aire y atravesó a diez atlantes. Di un gran salto y caí delante de un grupo de gente que intentaba huir.

-¡¿Quién eres?! ¡Déjanos en paz!- gritó un atlante adolescente.

-Lo haré... Con una condición. Corred la voz. Los dioses os han abandonado y Poseidón se ha marchado. Ahora Dominus, el Mermado, y Nix, la diosa de la oscuridad, regimos la Atlántida. Que nadie se intente revelar, porque le arrancaré las tripas y le daré de comer a sus hijos con ellas. ¿Ha quedado claro?

El grupo de atlantes asintieron con el corazón desbocado y les grité que se marcharan, sin embargo, únicamente un adolescente se quedó quieto y me dijo unas desafiantes palabras antes de irse.

-El miedo no te hace invencible, Mermado.

Esas palabras me confundieron por unos momentos, pero acabé ignorándolas y me dirigí junto a Nix.

-Vaya espectáculo hemos montado. Esto será un toque de atención para los dioses. ¿Te parece si buscamos un alojamiento?

-¿Qué quieres decir, Nix?

-Un lugar desde donde controlar la ciudad y... ¿Qué mejor que el edificio más importante? Ese rascacielos enorme de allí, llamado Kentron, sirve como ayuntamiento y además cataliza la magia que hace posible la cúpula con la que la Atlántida se oculta del resto del mundo. Básicamente: podemos tener a los atlantes totalmente dominados desde él, porque ninguno de ellos quiere que esta ciudad sea revelada a toda la humanidad- explicó la diosa mientras caminábamos hacia él.

Muchos atlantes corrían a refugiarse en sus casas y unos pocos llamaban a las autoridades. Patético. ¿Cómo era posible que unos seres tan avanzados y evolucionados como los atlantes pudieran ser tan cobardes? Reflexioné por un rato y llegué a la conclusión de que era culpa de los dioses. Ellos siempre habían mimado a los habitantes de esta ciudad, provocando que no puedan luchar por sí mismos. Sin guerras ni conflictos, la Atlántida solo era un paraíso de flácidos inútiles incapaces de hacerse respetar. Incluso dudaba que tuvieran algún tipo de policía. Justo antes de llegar a la puerta del Kentron, nueve atlantes acorazados cayeron del cielo y aterrizaron delante de ella. Llevaban una armadura de placas de un metal pintado de azul oscuro y un gran arma que sujetaban con las dos manos. Esa arma tenía cierto parecido con un cañón pirata, sin embargo, desprendía una extraña luz de color azul eléctrico.

-Por orden de los Centinelas Cyanos, la guardia atlante, abandonad inmediatamente la Atlántida o sufrid las consecuencias- dijo el que estaba en el centro.

Los Centinelas se arrodillaron y nos apuntaron con sus armas, sin embargo, yo seguí caminando hacia delante, lenta y desafiantemente.

-¡Un paso más y abrimos fuego!- dijo el guardia central y me quedé quieto.

Miré a todos los guardias y se me ocurrió una idea.

-Escuchadme atentamente, Centinelas. Solo me marcharé de la Atlántida con una condición: que Ares venga aquí y me venza en combate. Si ahora uno de vosotros le avisa, prometo no mataros. Yo propongo un desafío a Ares.




AtlanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora