Balbúrdia XIX

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¡¡Gracias por los 3K!!
No se olviden de sus estrellitas y de comentar, me encanta leer sus opiniones.
AVISO: este capítulo contiene escenas fuertes así que si son sensibles les recomiendo esperar por la próxima actualización. Si desean leerlo están en todo su derecho, es su elección.
PD: Alisten sus palos y acompáñenme.

Si todos los problemas existentes en la pequeña bola torcida, llamada tierra, fueran realmente causados por la perpetua maldad del Señor del infierno, en ese momento reinaría la paz perentoria entre los cuatro ángulos.

El cuerpo bien trabajado estaba cubierto por una tela negra; las ropas sin una marca en específica, eran de una indudable calidad, dándole un aire obscuro, infernal.

Jungkook estaba sentado sobre su enorme trono, negro brillante, el cual estaba dentro del gigantesco castillo. Las alas, de gran tamaño, eran blancas como la nieve, relucían, su blancura inmensurable y brillo eran capaces de cegar los ojos humanos.

A su alrededor se podían oír los gritos agonizantes implorando por ayuda, lamentaciones, reverencias masoquistas, gritos de sacrificios, una mezcla de dolor y alivio.

Rodeando al Perro había ángeles con alas cortadas, arrastrándose por las paredes y el suelo; en sus cuellos había cadenas pesadas que los unía al trono del Diablo. Sus cuerpos estaban desnudos y altamente límpidos, no tenían signos de golpes, solamente las alas cortadas desde la raíz.

Hoseok se mantenía enfocado en la escena, lo cual no era común. Por dentro se sentía feliz de estar en el fuego, aunque parecía olvidarse de su, tan soñado, deseo y de la inmensa alegría, cada vez que miraba la maldita cara del Demonio; estaba verdaderamente desgastado por sus propios pensamientos.

Sonando como un enorme pleonasmo, el infierno abusaba de cada forma de hablar y se volvió deslumbrantemente infernal.

Lucifer ni siquiera se movía, estaba inerte, como si fuese incapaz de oír o ver cualquier otra cosa, se encontraba en ese estado desde que regresó, se cerró para el infiero y se aferró, enteramente, al mundo. Él estaba allá, incluso si no lo estaba físicamente.

Jeon parecía más un ángel divino en esa pose, tan inquebrantable, si no fuese por sus ojos, los cuales ahora estaban completamente negros, sin que sobrara un rastro mínimo del blanco, estaba todo negro, sin fondo, sin alma, sin vida.

La única cosa que el Diablo había hecho durante esos, tortuosos, días era observar a Jimin; todas sus acciones y sueños, por veinticuatro horas, como si nada fuera tan importante como su pelirrojito.

Algunas veces sentía una punzada en la boca del estómago, tan brutal, que lo desconectaba de la tierra y lo devolvía al infierno, recordándole cuál era su verdadero lugar.

Su sangre hervía cuando no sentía o veía la presencia de Namjoon, quien ni siquiera le dio la cara, huyó con la moneda pentecostal, dejando a Lucifer atrapado y en condición de odio.

Treinta y seis días, era el tiempo exacto que Jimin pasaba sin el Diablo.

Quien mirara su cara tristona, cansada, con grandes ojeras, el cuerpo evidentemente más delgado, labios resecos y la mirada angustiada, diría que tenía demonios consumiendo su cuerpo y vitalidad, pero no, eso solamente era la falta de uno.

Caliente como el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora