Prólogo

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Miro fijamente a la pelirroja que tengo delante, golpeando nerviosamente el pie repetidamente contra el duro suelo, casi creando un eco.

Falta una persona, y luego es mi turno. Las mariposas de mi estómago se vuelven más salvajes a cada segundo que pasa, y la mano que sostiene mi pasaporte y mi boleto de avión tiembla incontroladamente. Empiezo a pensar que las mariposas intentan asfixiarme por dentro.

¡Dios mío Roseanne, relájate! 

Aunque...todavía no es demasiado tarde para echarse atrás, ¿verdad? Todavía puedo darme la vuelta, acobardarme...

¡No, no puedo arrepentirme! No ahora.

Tú quieres esto, realmente quieres esto.

Dicen que la vida empieza donde acaba nuestra zona de confort, que lo desconocido estimula el cerebro, amplía horizontes y te proporciona nuevos recursos para enfrentarte a la realidad. Sé que estudiar en otro país también es una experiencia de crecimiento personal y que al tomar decisiones en un entorno nuevo, te pones a prueba y aprendes tanto de tus aciertos como de tus errores. 

Por eso no puedo desaprovechar esta oportunidad.

La señora pelirroja que está delante de mí sonríe al hombre que está junto a la puerta de embarque, quien está comprobando los pasaportes y el boleto de avión. Mientras los veo solo trago saliva con nerviosismo.

Un fuerte empujón en mi espalda me hace dar un paso adelante, lo que hace que acabe justo delante del trabajador del aeropuerto, quien me dedica una amplia sonrisa mientras le entrego mis papeles, y devuelvo la mirada a mi hermano. A juzgar por la sonrisa de su cara, es él quien me ha empujado hacia delante, obligándome a recomponerme y a no dejar que mis pies se queden pegados al suelo. 

Aunque mi hermano gemelo suele ser un grano en el culo la mayor parte del tiempo, seguro que lo echaré de menos. Al igual que voy a echar de menos a mi dulce hermana menor. 

En realidad voy a echar de menos a todo el mundo, aún sabiendo que no me iré para siempre. Pero simplemente no puedo evitar sentir tristeza en este momento.

Supongo que ahora mismo mis nervios me están haciendo una mala jugada.

—No estés nerviosa. —me dice el empleado del aeropuerto mientras me devuelve el pasaporte y el boleto —No hay nada que temer.

Es la primera vez que voy a salir del país y me iré sola. ¡Obviamente estaré nerviosa!

Obligo a sonreír a mis labios, mientras me dirijo a un lugar libre junto a la puerta de embarque donde puedo despedirme de mi familia.

Mi madre y mi padre me envuelven en un abrazo, abrazándose tan fuerte que ayudan a las mariposas de mi estómago con su misión de asfixiarme, pero yo me encuentro devolviendo el abrazo con casi el doble de fuerza. Me despido de los dos antes de dirigirme a mi hermana pequeña Alice. Aunque, en realidad no es tan pequeña, tiene casi doce años, pero el hecho de haber cumplido recientemente dieciocho hace que la vea como una bebé. Sus ojos marrones son una copia exacta de los de mi madre y los míos, y ahora mismo me miran con tristeza. 

Se aparta un mechón de su cabello castaño, y me pregunta si realmente tengo que irme. La abrazo, mientras le susurro con la voz más tranquilizadora que debo hacerlo, y que es solo temporalmente. Ella asiente de mala gana y solo pasa sus manos peinando mi cabello rubio mientras me dedica una triste sonrisa.

Mi hermano Jimin, que es literalmente la versión masculina de mí, es el último del que me despido y, mientras le rodeo con los brazos, no tiene más remedio que meterse con mi malestar por los aviones y decirme que lo peor que que podría pasar es que se estrellase y estallara con todos los pasajeros, incluida yo, en un millón de pedazos. 

Al escucharlo lo golpeo en el brazo, pero lo único que logro es que me moleste más, y me apriete en un abrazo más fuerte mientras me revuelve el cabello que anteriormente había peinado Alice.

Imbécil.

La fila de pasajeros que suben al avión casi ha llegado a su fin. Recojo mi bolso negro de cuero y suspiro con fuerza. 

Vuelvo a despedirme de mi familia entre dientes, tratando de no llorar, mientras me abro paso lentamente por la puerta de embarque y subo al avión.

Tras echar un rápido vistazo a mi boleto, descubro que tengo el asiento 36C y espero desesperadamente que esté junto a la ventanilla y, si no, espero que esté junto al pasillo. Todo mi cuerpo, cada nervio y vena existente y en funcionamiento, espera que no me toque un asiento en medio de otros dos. Si es así, la fe no está de mi lado porque seguro que me entra el pánico, y estar atrapada entre dos desconocidos durante unas 15 horas no está en mi lista de deseos.

Lentamente, paso junto a los asientos y de paso verifico los números.

22...24....26...30...34....36.

Me detengo en medio del pasillo, provocando que una pareja de ancianos detrás de mí casi se choque conmigo, y miro los asientos.

El corazón me da un vuelco y grito interiormente de alegría al darme cuenta de que tengo el que está junto a la ventanilla. Me quito rápidamente la bolsa del hombro para sentarme y ponerme cómoda. Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios y, antes de darme cuenta, el asiento de al lado es ocupado por otra persona, pero no me molesto en girar la cabeza en esa dirección.

Estoy demasiado ocupada mirando por la ventana el cielo gris y el edificio bajo del aeropuerto. Me he colocado los auriculares y me he desconectado completamente de la realidad. Las mariposas en la boca del estómago están en todas partes y en ninguna, extendiéndose por todo mi cuerpo. Con suerte, morirán cuando el avión esté en el aire.

Ni un minuto antes ni demasiado tarde, la voz de una mujer empieza a hablar por los altavoces, diciéndonos a todos que nos pongamos el cinturón de seguridad mientras repasamos las precauciones.

Envío un último mensaje a mi familia y amigos antes de poner mi celular en modo avión y echarme un chicle de menta a la boca. 

Suspiro fuertemente, y entonces partimos.

Adiós Melbourne. Hola Los Ángeles...

WICKED GAME (ROSÉ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora