Habia una vez...

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¿Sabes cómo es una tonina? Hace muchos años me contaron sobre su peculiar belleza, su magia y fantástica inteligencia. Su brillo de perlas y su forma de delfín son inconfundibles. Todo esto se debe a una sencilla historia: la historia de un viejo marinero. De ancianos a niños, durante incontables generaciones, se ha contado la historia de un loco, según los antiguos habitantes; el loco del río Orinoco. No se sabe bien cuándo comenzó esta historia, pero se dice que fue mientras Simón Bolívar aún vivía. Quizá no sea real o tal vez sean historias entrelazadas. Y esto te lo contaré tal como me lo han narrado a mí.

En una mañana de tormenta, un viejo que regresó de las batallas por la independencia, con cicatrices no solo en la piel sino también en la mente y una espada en la cintura, construyó una choza en las costas del lago Orinoco. Rabioso y poco hablador, no hacía contacto con el mundo que lo rodeaba. Solo, muy solo, vivía aquel viejo. Su andar era firme, con pisadas duras; sus hombros erguidos y sus manos siempre juntas no daban pie a pensar que era amigable. Su vestimenta de harapos y la espada en su cintura alarmaban a todo aquel que lo veía; su mirada directa y oscura creaba un rechazo palpable entre las personas.

Con cada día que pasaba, El Loco —como lo llamaban al no saber su nombre— se sentaba a contemplar el mar por horas hasta el alba. De ahí no se movía ni por lluvia ni por sol. Una tarde, mientras El Loco estaba en su roca, una fuerte tormenta azotaba la costa. En ese momento llegaron unos oficiales pidiendo alojamiento y comida; parecían venir por una misión. Nadie sabía cuál era esa misión, pero todos sabían que no debían preguntar.

Cuando la tormenta amainó, los oficiales fijaron su atención en el hombre de la costa. Preguntaron sobre ese espíritu marino, pero nadie sabía explicar quién era aquel viejo; solo lo respetaban porque daba miedo. Los oficiales se acercaron a la choza, curiosos por descubrir quién era. El oficial de mayor rango sacó una hoja y observó al viejo en su roca durante un largo rato. Luego se volvió hacia sus compañeros y dijo:

—Es él. Lo que veníamos a buscar.

El pescador que escuchó eso nunca supo qué más dijo aquel hombre; se había alejado al ver cómo sacaban sus espadas y se acercaban amenazadores hacia aquella choza. Corrió hasta el pueblo y advirtió que los oficiales querían matar al loco del lago. Varios hombres se acercaron para defenderlo, pero lo que vieron fue algo alucinante: aquel loco había desenvainado una hermosa espada y la manejaba con porte. Decía algo que el grupo del pueblo no podía escuchar desde la distancia en que estaban; parecía noble y amenazador.

Uno de los oficiales gritó que debía decir su nombre y nada más pasaría, pero este no se inmutó. El mar estaba enfurecido por tales actos; el cielo era gris como una nube de carbón. El ruido resonaba como una vibración de su espada al chocar con las otras.

De repente apareció una gran ola; de ella surgió una manada de delfines formando un círculo infinito como los pétalos de una rosa en todo su esplendor. El anciano bajó su espada repentinamente, al igual que los soldados y todo el grupo que ya estaba cerca; todos observaban maravillados tal arte de la naturaleza. Como si fuera una mancha que se esparciera, los delfines fueron reemplazados por bellas y grandes toninas: rosadas, exuberantes y únicas; algo que nunca más se volvió a ver.

El padre del pueblo se arrodilló bruscamente comenzando a rezar; el resto del pueblo hizo lo mismo en honor al Señor. Dejaron de pensar y observaron cómo aquel viejo emprendía una carrera que los soldados intentaban detener.

—¡General! —gritó uno.

El mar bullía; parecía feliz abrazando al viejo pero molesto echando a los soldados cuando ya no pudieron ver más al anciano. Como si una fresca brisa en un día caluroso hubiera desaparecido toda la magia que allí había; solo quedó su fina espada, llevada delicadamente por los soldados en una caja hecha con esmero.

Uno de los del pueblo escuchó decir: "el general ha vuelto con su flota", y solo con eso entendieron que lo habían recogido para volver a batallar en el mar, dejando tras de sí únicamente su espada.

Esta historia conmovió a todos en el pueblo, convirtiéndose en tradición dejar flores rojas o rosadas en su honor: en honor a cada soldado que murió junto al general; simplemente este viejo loco esperaba su final.

Fin

El loco del río Orinoco ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora