Daisy Treelash, la hija menor de los Marqueses de Northern, siempre había sido conocida por su curiosidad y su peculiar sentido del humor, un rasgo que la ayudó a soportar los momentos más oscuros de su vida... sin saber que, irónicamente, la condenaría años más tarde.
Aún recuerda aquella tarde, cuando se escondió detrás de las cortinas del salón para evitar a su severa institutriz. Fue entonces cuando escuchó la acalorada discusión entre su hermana Alice y su prometido, el enigmático Vizconde Rayan Redshadow. Daisy, con el corazón acelerado, observó a través de la tela cómo la elegante y altiva Alice se arrodillaba ante él, una imagen que nunca pensó que presenciaría.
—No puedes simplemente cancelar nuestro compromiso —suplicó Alice con la voz quebrada—. No es nuestra decisión.
Los ojos de Daisy se abrieron con asombro al ver a su hermana, la mujer que siempre había sido su ejemplo de orgullo y perfección, humillarse así. Sin embargo, Rayan permaneció impasible. La mirada fría y el porte indiferente demostraban que la súplica de Alice era inútil.
—Haré lo que me pidas —continuó Alice, susurrando con desesperación—. Me mantendré al margen de tus... asuntos. Seré la esposa obediente que deseas.
Pero Daisy pudo notar el fulgor de ira en los ojos de su hermana, la misma Alice que había amenazado con arruinar a Rayan si no terminaba su romance con Elizabeth Bells, una joven de la misma edad que Daisy. A los ojos de Alice, la relación era inaceptable y enfermiza: ¿cómo podía un noble de la talla de Rayan enredarse con una jovencita casi una década menor que él, mientras ella se esforzaba por ser la esposa que su familia esperaba?
Sin embargo, el vizconde simplemente desvió la mirada, desinteresado. Había dejado claro que, para él, Elizabeth era más que un simple capricho. La protegía con un fervor que Alice nunca había visto en su fría mirada, y eso, más que cualquier traición, la enfurecía.
—¿Rayan? —insistió Alice, usando un tono tan débil y quebrado que apenas era audible—. Por favor...
Aquella noche, algo en Daisy cambió. Los lamentos de su hermana resonaron en sus sueños, quedaron grabado para siempre en su memoria. No pasó mucho tiempo antes de que Alice muriera de forma repentina en un "accidente de carruaje". Al menos, eso fue lo que su madre repetía incansablemente a todos los que se acercaban a expresar sus condolencias. Pero Daisy sospechaba que esa no era la verdad.
Menos de cinco semanas después del trágico suceso, la joven se encontró, apenas con catorce años, vestida con sus mejores galas para conocer a su propio prometido. Nerviosa y asustada, caminó hasta el jardín, solo para detenerse bruscamente al ver quién la esperaba.
—¡¿Lord Redshadow?! —jadeó, retrocediendo un par de pasos.
Rayan Redshadow, el mismo hombre que había destruido a su hermana, la miraba con una calma perturbadora. Se veía cansado y desaliñado, como si la vida se le hubiese escapado junto con el último aliento de Alice. Y, sin embargo, allí estaba, listo para reclamarla como su nueva prometida.
A partir de ese momento, el destino de Daisy quedó sellado. Obligada a casarse con el hombre que despreciaba, atrapada en un juego de poder que no comprendía, y bajo la constante manipulación de sus padres, Daisy se convirtió en una prisionera de su propio apellido. El matrimonio se concertó cuando Daysi cumpliera mayoría de edad, para que se presentan como los marqueses de Northern en la sociedad. Pero su tormento no terminaría allí. Rayan no solo la tomaría como su esposa; también tenia una serie de condiciones como el de acepta a Elizabeth Bells, la mujer que realmente amaba en su matrimonio. A los ojos de Daisy, era una locura que la recién casada baronesa de Northeast con un hijo en camino fuera la amante de su esposo, locura que fue obligada a aceptar.
¿Y qué fue lo que más hirió a Daisy? No fue el hecho de que Elizabeth la acompañara en su matrimonio como su amiga ante la sociedad y como la amante oficial del vizconde en la intimidad de su residencia. Fue que ella, con apenas conocimientos de la vida, tuvo que asentir y aceptar la presencia de aquella jovencita que se paseaba por la mansión como si fuera la verdadera señora de la casa.
Los rumores de la sociedad no tardaron en arremeter contra ella, en convertirla en objeto de burla y lástima. ¿Cómo podía la orgullosa marquesa de Northern tolerar semejante humillación? ¿Acaso no se daba cuenta de que era una simple marioneta en manos de su esposo y de sus propios padres? Sin embargo, Daisy sabía algo que ellos no: el deseo de libertad, por mucho que intentaran extinguirlo, seguía ardiendo en su interior.
Y cuando sus ojos se cruzaron con los de Desmond Cromwell, el Barón de Northeast, en el jardín de la residencia Northern, supo que él también lo comprendía. Porque detrás de sus gestos comedidos y su porte impecable, había algo roto, algo que Daisy reconoció al instante.
Ambos ansiaban lo mismo. Pero Daisy no pudo evitar preguntarse si Desmond era realmente su salvación o solo otro peón en el complicado juego de poder. Después de todo, él se había casado con ella sabiendo todo, reconocido a la hija de Elizabeth como suya, a pesar de que no compartía ni una sola gota de su sangre. ¿Lo hacía por protegerla? ¿O porque estaba tan atrapado en un romance que lo destruiría lentamente?
La respuesta era incierta, pero Daisy no podía esperar más.
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Después de mucho tiempo y algunos cambios tome la decisión de publicar esta historia que surgió en mi cabeza mientras escribía la Duquesa Títere. Solo espero les guste y me acompañen en esta nueva aventura.
Voten y comenten.
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La Marquesa Marioneta
Ficción históricaDaisy Treelash, Marquesa de Northern, fue educada para cumplir un solo propósito: ser la esposa perfecta del Vizconde de Phelton. Consciente de su papel como mujer de sociedad, Daisy aceptó su destino, sabiendo que su matrimonio sería su jaula dora...