Los cuentos de Mari

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Todavía me acuerdo de Mari y sus cuentos. Mamá contrató a Mari cuando volvimos de España después de que naciera mi hermana más chica y ella tuviera que volver a trabajar. Papá nos había mudado a Madrid justo después de que yo naciera porque decía que había más trabajo allá y que viviríamos mucho mejor, pero dos hijos después el trabajo de papá no alcanzó y hubo que volver a Buenos Aires. Mamá había renunciado después de que naciera mi hermano y vivía quejándose de cuánto había que achicarse cuando se tenía hijos. Durante mucho tiempo mantuve la teoría de que cuando las mujeres tenían hijos se achicaban en tamaño, como si el bebé le sacara masa del cuerpo a mamá para armar el suyo y mamá se fuese haciendo cada vez más chiquita hasta tener la altura de mi hermano Joaquín, que era bastante alto para tener cinco años. Él fue el que me contó que Mari iba a venir para cuidarnos mientras mamá trabajaba y que nuestra tarea era portarnos bien para que mamá y papá estuvieran contentos y no echaran a Mari. Joaquín la adoraba; esperaba sentado en la entrada bien temprano a escuchar el chirrido del portón que significaba que Mari estaba llegando y corría a abrazarla ni bien abría la puerta. Yo esa carrera la debo haber visto dos o tres veces cuando Clarita lloraba y me obligaba a levantarme de la cama y traerla conmigo para que se calmara, pero estoy segura de que es lo que Joaquín hacía cada día sin falta. Mari llegaba a las nueve y se quedaba hasta que mamá o papá volvieran a casa. Algunos días llegaban muy tarde y Mari nos hacía fideos con queso para cenar y se sentaba a la mesa con nosotros a contarnos historias de la gente de su barrio en Quilmes.

Quilmes, para nosotros, era otro mundo, un lugar de cuentos donde no había gente como nosotros sino personajes que Mari se inventaba y nos dejaba imaginar. Mi personaje favorito era Claudio del almacén; Mari contaba que Claudio tenía siempre la vereda impecable porque se la pasaba baldeando a cualquier hora, los vecinos esquivaban su almacén para no mojarse los zapatos y refunfuñaban entre dientes cuando no les quedaba otra que pasar y ver la sonrisa de Claudio que los saludaba como si no se enterara de la tortura por la que los hacía pasar. Mari estaba un poco enamorada de Claudio, era protagonista de casi todos sus cuentos y personaje secundario en muchos otros. Yo le pedía que me lo describiera siempre de una manera distinta; la primera vez que lo nombró le pregunté cómo era su cara y de qué color eran sus ojos, otra vez le pedí que me contara de sus delantales y cómo los combinaba con sus gorras de vicera y hasta una vez nos contó un cuento entero sobre cómo Claudio imitaba a la viuda de la esquina que siempre compraba 100 gr. de jamón cocido y 100 de queso para darle a su perro que no comía otra cosa.

Hubo un sábado a la noche en el que mamá y papá tenían una fiesta de cumpleaños y le habían pedido a Mari que viniera a quedarse en casa con nosotros. Joaquín les había dado la idea después de escucharlos discutir en la cocina por qué hacer con los chicos. Cuando nos decían "los chicos" significaba que estaban enojados; cuando Joaquín y yo nos peleábamos a los gritos porque él se negaba a compartirme sus cowboys para que yo los casara con mis muñecas éramos "los chicos", cuando Clarita lloraba sin parar y ninguno de los dos se levantaba a ayudar éramos "los chicos", el resto del tiempo nos decían "los peques" que era algo que a Mari le daba ternura, pero no le salía decir y terminaba llamándonos "los críos".

Ese viernes me senté a mirar cómo mamá se pintaba los labios muy concentrada frente al espejo mientras papá se lavaba los dientes en la pileta del baño. Compartían el mismo espacio sin chocarse como si estuvieran sincronizados; todo lo hacían siempre a la par y a mí me fascinaba observar su equilibrio. Papá escupió una espuma blanca y verde al centro de la pileta y abrió la canilla para verla escurrirse por los agujeritos del desagüe. Mamá se sonrió en el espejo buscando manchas en sus dientes al mismo tiempo que papá levantó la cara para hacer el mismo gesto. Eran como dos actores de un teatro mudo siguiendo un guion que solo ellos conocían. El grito de Clarita les bajó el telón de golpe y mamá salió del baño descalza saltando mis piernas para salir al pasillo.

Los cuentos de MariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora