II: Odio.

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Aprovechando que mi abuelo estaba entretenido con sus herramientas y su preciado trabajo, me escabullí del taller. Una tarea por demás fácil, ya que simplemente tuve que levantarme y abrir la puerta para salir a la calle. Mucha gente todavía estaba regresando a sus hogares, conversando animadamente como si aquella ejecución pública jamás hubiese ocurrido. Algunos al verme parado en la puerta me gritaron y dieron sus saludos para el viejo Kalev, prometiendo que luego pasarían a ver los nuevos trabajos que mi abuelo había hecho. El taller de carpintería siempre era una atracción, sus trabajos eran respetados y admirados por prácticamente todos los habitantes del pueblo, así que no era inusual tener pequeños grupos observando las creaciones aunque no fueran a comprar. Así de pequeña era la aldea, tan insignificante como un grano de trigo en una enorme plantación.

Observé distraídamente a la procesión de gente cruzando de este a oeste la calle, y una vez que esta quedó medianamente desierta, me bajé de la escalinata de madera, y fui a buscar algo que hacer. Afortunadamente no tuve que ir muy lejos, ya que del otro lado del amplio callejón que discurría entre mi hogar y la casa de al lado, Marilen y Otto estaban aguardándome. Me acerqué con ganas, preguntándome si ellos también estaban pensando en lo que habíamos visto. Otto, el mayor, apenas un par de años más grande que yo, estaba jugando con su vara de madera preferida, un obsequio, por supuesto, de mi abuelo, mientras la chica, dos años menor que su hermano, balanceaba sus piernas sentada en la silla que adornaba el frente de su casa. Casualmente también tallada por mi abuelo.

―¿Qué hacen?― pregunté como cada vez que nos encontrábamos. Aunque supiéramos la respuesta de antemano, aquella pregunta siempre abría nuestras sesiones.

―Otto está jugando a ver cuánto le aguanta el brazo antes de rompérsele― contestó Marilen desde su asiento, sonriendo con orgullo ante su comentario. Parecía haber estado esperando que llegara para finalmente poder decirlo.

Otto la miró con mala cara y optó por ignorarla, continuando lo que, ciertamente, parecía un juego de ver cuánto le aguantaba el brazo antes de rompérsele. Estaba golpeando con su vara un enorme saco de arpillera que colgaba de una viga, haciéndolo balancear de un lado a otro a cada golpe. Su rostro estaba rojo por el esfuerzo, su respiración agitada y entrecortada, pero no parecía deseoso de cesar en su actividad más que para dirigirle una mirada asesina a su hermana.

―¿Por qué le pegas al saco?― pregunté inocentemente, subiendo por la escalera y sentándome al lado de Marilen.

―Porque quiero ser más fuerte― contestó bruscamente Otto. Pensar que una hora atrás había estado llorando en las faldas de su madre―. Quiero ser el más fuerte de la aldea.

―¿Y golpear un saco te ayudará a serlo?― cuestioné intrigado.

―No lo sé― replicó él, soltando la vara y secándose el sudor de la frente, el cabello negro tan típico en nuestro pueblo pegándosele a la piel―, pero quiero hacerlo igual.

―Cuando regresamos dijo que quería ser como esos soldados que vimos en la plaza― murmuró Marilen, mirándome con seriedad con sus grandes ojos pardos―. Mi papá se echó a reír y le dijo que nuestro pueblo no tiene soldados, pero a Otto no le importó, parece obsesionado.

Asentí sin saber qué decir, pero aliviado de saber que a mis amigos también les había afectado lo que habíamos vivido poco tiempo atrás. Una vez abierta la puerta por Marilen, me atreví a vociferar mis preocupaciones.

―¿Por qué crees que lo mataron?― pregunté, haciéndome a un lado para que Otto se sentara junto a nosotros.

―Papá dice que porque lo encontraron robando. El alguacil del pueblo lo capturó, y el sabio y sus asesores lo juzgaron― contestó Marilen.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora