XII: Acero Meru.

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Al día siguiente me levanté temprano en la mañana, tan temprano que Marilen todavía seguía durmiendo enroscada contra mi cuerpo. Suavemente me desenredé de ella, apoyándola delicadamente sobre la almohada y tapándola hasta el cuello para que siguiera durmiendo; una vez terminada mi tarea, me fui en puntas de pie de la habitación que compartíamos, y bajé a buscar algo para desayunar. La mañana estaba oscura por las nubes que ensombrecían el cielo, así que Otto y Winne se habían visto obligados a encender unas lámparas en la sala principal de la casa. Vi a mi maestro herrero tomando un copioso desayuno junto al fuego de la hoguera; al verme aparecer por la escalera, me hizo un gesto para unirme a él.

―Buenos días, pequeño― saludó, preparándome una taza de té sin que se la pidiera―. ¿Cómo dormiste?

―Bien, normal― contesté elusivamente, sin saber si estaba haciendo referencia a las heridas de la lucha del día previo.

Otto asintió con una sonrisa que noté algo tensa, me alcanzó mi taza y un plato con pan recién comprado, y continuó desayunando en silencio. Como mi bebida aún estaba muy caliente, aguardé a que se enfriara un poco, aprovechando el momento para observar al hombre. Sus movimientos se notaban muy forzados, casi incómodos, y a pesar de que intentaba sonreír, se veía que no eran sonrisas del todo genuinas. Continué con mi observación durante el resto del desayuno, y solo me atreví a preguntar cuando ya habíamos salido a la forja para comenzar nuestro trabajo diario.

―Otto, ¿estás bien?

―¿Por qué me lo preguntas, hijo?― quiso saber él, mirándome de reojo mientras encendía el horno.

―Porque te ves mal― me encogí de hombros, optando por la sinceridad como carta principal.

Otto me miró de frente, la mandíbula dura, los músculos del cuello tensionados, sus ojos oscurecidos. No parecía ser él, realmente me daba la sensación de que estaba hablando con un desconocido. Me temí lo peor, así que con el corazón en la boca comencé a interrogarlo.

―¿Estás enfadado conmigo por lo de ayer? Juro que no quería molestarte a ti o a mi abuelo. Es que la situación me sobrepasó― dije al borde de quebrarme.

―¿De qué hablas, Rae?

―De mi pelea con Halgh y sus amiguitos― repuse confundido―. ¿No estás enojado por eso?

Solo en ese momento me di cuenta de que acababa de revelar mi secreto. La única que sabía que me había peleado con los tres chicos era Marilen, Otto y mi abuelo no sabían nada aún, solo que me había ido por mi cuenta de la reunión. Mi gran boca me estaba a punto de meter en problemas. Otto me miró con la cabeza ladeada durante unos segundos, hasta que suspiró y me obsequió su más sincera sonrisa.

―No estoy enojado por tu pelea porque no sabía que la habías tenido, pequeño revoltoso. Admito que me decepciona un poco que tengas ese tipo de actitudes, pero no, mi estado de ánimo no se debe a tu pelea.

―¿Entonces por qué estás enfadado?― pregunté, un poco ansioso por cambiar de tema.

Otto se mordió el labio y su mirada volvió a ensombrecerse. Dejó de intentar prender el horno, y optó por sentarse en su banco favorito, bajo el techo de la herrería, donde podía protegerse de la lluvia. Yo hice lo propio sin esperar invitación, sentándome a su lado y mirándolo con preocupación. Mi maestro se tomó todo el tiempo del mundo antes de hablar. Cuando lo hizo, su voz fue rasposa como una lija, cargada de un conmovedor dolor.

―Otto estuvo aquí esta mañana.

―¿De veras?― jadeé, dando un pequeño salto en mi asiento. El ritmo cardíaco se me aceleró mientras la boca se me secaba. No había pensado en Otto muy a menudo durante el último tiempo, tan solo cuando Marilen y Halgh lo habían nombrado el día anterior. Su simple mención de boca de su padre me aturdió por completo―. ¿Qué vino a hacer?

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora