Dashi levantó la cabeza justo para ver a Mirei y Wenz acomodarse en sus respectivos asientos. El muchacho todavía lo miraba fijamente, como si estuviera deseando que continuara la historia; a su lado, a Mirei le costaba un poco más disimular su cansancio. El viejo sonrió con cariño, burlándose a sí mismo por lo rápido que había aprendido a querer a ese par de jovencitos.
Como llevaba horas hablando, se sirvió una copa de vino dulce. Paladeó su bebida, regodeándose en su increíble sabor, aunque no tan dulce como los bellos recuerdos de una infancia feliz. Había dicho cosas que llevaban siglos enterradas, había nombrado a personas que llevaban añares muertas, y eso tenía un costo elevado. Pero el placer de remontarse a su época feliz compensaba con creces la exigencia de revolver las aguas del pasado, y más sabiendo que era por una causa noble. Si bien estaba haciendo eso porque lo necesitaba él mismo, su historia estaba siendo un obsequio para Mirei y Wenz.
Los dos habían estado a la altura de lo que siempre se espera de un público frente a un narrador o a una obra de teatro. Wenz había vitoreado sus triunfos y maldecido en sus derrotas, apretando el puño o inclinándose hacia adelante en su asiento cada vez que la situación lo requería. Los grandes ojos marrones de Mirei brillaban como luceros cada vez que la emoción la embargaba, y su rostro acompañaba perfectamente cada matiz que el viejo daba a su historia. Como había narrado historias simples, con poca carga emocional, el Dashi se había permitido ver cada una de sus reacciones. Lógicamente Wenz había sido más participativo en las partes militares o del entrenamiento, mientras que Mirei parecía haber desarrollado un apego emocional a Marilen y a Erian, dos bellas piedras fundacionales en la vida del viejo que narraba su historia. Dashi tuvo que esforzarse para esconder la más tonta de las sonrisas.
―Gracias, niños.
―¿Gracias por qué, Dashi?― preguntó Wenz sorprendido.
―Por todo, realmente. Por hacerle compañía a este viejo solitario, por recordarme que hay un bello mundo allá afuera― dijo, liberando lo que llevaba horas pensando―. Gracias por oír mi historia, en resumen.
Wenz palideció de golpe, y al ver su rostro blanquecino, Mirei comenzó a reírse enérgicamente. Wenz se sonrojó bruscamente, bajando la mirada para esquivarle al contacto visual a la chica que ya estaba mirando al viejo con dulzura.
Viento y lluvia, pensó el viejo, cerrando los ojos para no ver. Cómo me están matando sus ojos, qué dolor.
―Eres un gran narrador, Dashi― elogió la chica. Era evidente que estaba esforzándose por no bostezar, sus ojos brillosos delatándole la innegable somnolencia ―. Las horas han pasado volando...
―Sí, ¿verdad? Dicen que el tiempo vuela cuando uno la pasa bien― comentó a la pasada Dashi, frotándose las manos para entrar en calor―. Espero que la hayan pasado tan bien oyéndola como yo lo hice narrándola.
―Por supuesto que la pasamos bien― dijo Wenz―. Solo que...
―Wenz creyó que no seguirías contándonos tu historia, Dashi― interrumpió con una mueca burlona Mirei―. Por eso palideció.
Dashi miró a ambos con dulzura. Era muy fácil sentir cariño por esa parejita de jóvenes, ya que era muy simple para él ver en ellos la familiaridad. Él, un bonachón algo duro de mollera, un corazón tan puro que parecía crédulo. Ella, mucho más curtida emocionalmente, mucho más reflexiva y con astucia e inteligencia que no se aprendían en los libros o con tutores. Mirei dirigía, Wenz seguía. Era como ver... no, no podía pensar en eso, no con Mirei ahí enfrente de él. El dolor lo abofeteó, y por un momento creyó que se iba a caer al suelo por el impacto. Se llevó hacia los ojos la mano derecha, llena de arrugas que disimulaban las cicatrices, y se los fregó suavemente.
Afortunadamente para él, sus niños vieron en ese gesto el cansancio aplastante de un anciano. Estaba cansado, muy cansado, pero no era un cansancio físico. Revolver el pasado podía ser increíblemente dañino, y eso que había nadado en aguas calmas y dulces. Lo peor, en todo sentido, estaba por venir.
―¿Necesitarás algo antes de acostarte, Dashi?― preguntó Mirei, ayudándolo a ponerse de pie. El viejo no lo necesitaba, pero a veces permitirle asistencia a un ser querido era un halago―. ¿Tendrás frío? Puedo ir a buscarte una manta adicional si lo deseas.
―Estaré bien, pequeña, no te preocupes. Estoy muy cansado, así que dormiré como un bebé esta noche― contestó Dashi con una sonrisa afectada.
Mirei asintió, pero de todos modos lo ayudó a acercarse a la cama. Le acercó una muda de ropa limpia, dejándosela doblada sobre una silla pegada a la cama; corrió las mantas, ablandó las almohadas, cerró un poco las cortinas que cubrían la ventana, y finalmente se quitó del camino, mirando al viejo con una amable sonrisa complacida.
―Buenas noches, Dashi― se despidió ella, dándole un tierno beso en la mejilla al tiempo que le echaba los brazos al cuello para abrazarlo―. Gracias por todo.
―Gracias a ustedes, mis pequeños― murmuró Dashi completamente conmovido―. No se dan una idea de lo feliz que dormiré esta noche.
Wenz sonrió ampliamente, su bondad dibujada en su joven rostro. Le levantó la mano para saludarlo, y una vez que Mirei llegó junto a él, se marcharon juntos, cerrando la puerta a sus espaldas, y dejando al viejo con una nebulosa en su cabeza. Haberse despedido de ellos con una mentira, por más que fuera una piadosa e inofensiva, le había dejado mal sabor de boca. Se acostó en su cama, se tapó, y cerró los ojos, sabiendo que el sueño le sería elusivo durante largas horas.
Quizás, con un poquito de suerte, la mañana llegaría pronto.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasyUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...