Parte 2 ― El final de la inocencia

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Intentando obviar la lluvia que caía copiosamente aquella mañana, aguardó a que la larga caravana de mercaderes terminara de pasar por la calle que necesitaba cruzar. Tener un paraguas sobre la cabeza ayudó bastante, aunque no evitaba del todo que la lluvia la salpicara. Había mucho viento bajando desde el noreste con fuerza, trayendo el húmedo y salino aire de la costa marina; por lo general le gustaba ese clima, pero en aquel momento en particular, hubiera deseado un día templado y soleado. Se hubiera conformado con una ligera llovizna, ya que no le dificultaría tanto la tarea, pero aquello era un verdadero diluvio.

Debería haber aceptado cambiar mi día libre, pensó con resignación, dando un pequeño saltito para esquivar un charco sobre el empedrado de la calle. Si no termino hundida en el lodo, será toda una hazaña.

Lo único rescatable de la jornada era que no había mucha gente en la calle. La ciudad de Alennar era lo suficientemente próspera como para que dos o tres días de ocio no afectaran la actividad de los trabajadores y comerciantes, así que la gran mayoría de la gente optaba por quedarse en sus casas durante días como aquel. En circunstancias normales, Mirei también hubiera hecho lo mismo, pero como tenía que aprovechar su única mañana libre, no le quedaba más alternativa.

Tras aferrarse con todas sus fuerzas a su paraguas, medio atrapada en una violenta ráfaga de viento que amenazó con arrancárselo de las manos, Mirei corrió hacia unas escaleras de mármol que llevaban a un inmenso edificio de piedra. Por poco resbala en uno de los húmedos escalones, pero como la fortuna estaba de su lado aquella mañana, evitó caer al piso, lo que hubiera significado una embarazosa situación. Cerró su paraguas justo antes de entrar al vestíbulo semi vacío del edificio, se sacudió el agua que se le había acomodado en la ropa, y colgó la húmeda capa en uno de los ganchos de la entrada. El guardia del edificio ni la miró; estaba aburrido y casi dormido en su puesto, y la llegada de una mujer no le afectaba demasiado la rutina. Mirei tampoco le prestó demasiada atención, y una vez despojada de su ropa empapada, se adentró en el edificio.

Ella se sabía inteligente, no solo por la educación que había recibido desde pequeña, que nada tenía que envidiarle a la que los hijos de reyes y emperadores recibían, sino también por esa astucia que la hacía destacar por sobre las demás. Tenía recursos, era inventiva y creativa para llevar a cabo hasta la más simple de las tareas, y era más que capaz de entablar conversaciones profundas con los nobles, los académicos, incluso los eruditos que la rodeaban. Tenía todas esas herramientas, pero no dejaba de ser una chica de baja extracción, y eso, por más inteligente que fuera, le cerraba muchas puertas. Por suerte, y también por su propio mérito, la Biblioteca Imperial de Alennar siempre tenía las puertas abiertas para ella, ya que ella supo abrirlas de par en par. Para cumplir su meta, utilizó lo que ella llamaba postura señorial para acercarse al mostrador. Una vida sirviendo a los nobles, en especial a la Condesa y a su hija Aline, sus empleadoras actuales, le había permitido aprender y adoptar muchas de las poses que a los nobles les salían tan naturalmente. Ella tenía que forzarse a levantar la cabeza, mirar con ojos críticos, fruncir la boca con disgusto ante cualquier leve imperfección, y caminar como si fuera de una raza completamente superior, pero a la larga el resultado parecía ser medianamente convincente. Hizo un leve ruidito de impaciencia apenas llegó a la recepción, haciendo que la empleada de la biblioteca levantara la cabeza rápidamente. Llevaba sus mejores prendas esa mañana, regalos de la dama Aline, así que su disfraz era perfecto, además de vomitivo. Era por una buena causa, se dijo, intentando consolarse.

―Mi señora― dijo la recepcionista, cuadrando nerviosamente los hombros, mirándola con ojos sumisos―. ¿Puedo ayudarte en algo?

―Espero que sí― bufó Mirei con leve desdén―. Que alguien haga bien su trabajo para variar sería un agradable cambio.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora