II: Crecer.

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Un rato más tarde, luego de una larga sesión de abrazos llenos de amor fraternal y felicitaciones, y para celebrar la primera actuación de Marilen, Erian nos invitó a quedarnos a almorzar con ella y su madre en los terrenos del corral, invitación que de más está decir aceptamos gustosamente. Para mi desilusión, Erian optó por cambiarse y ponerse ropas más cómodas antes de sentarse con nosotros; para decepción de mis amigos, Marilen había hecho lo mismo. No obstante, con el maquillaje y las cintas que colgaban de sus cabelleras ambas se veían lo suficientemente hermosas como para obligarnos a comportarnos como unos imbéciles. El hecho de que la madre de Erian no entendiera lo que decíamos nos tranquilizaba bastante.

―Jamás hubiera imaginado que serías capaz de hacer algo tan asombroso, Mar― le dije una vez que se sentó a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro mientras esperábamos la repartija de comida.

―¿Creías que era una completa imbécil?

―Hay un trecho largo entre ser una completa imbécil y ser capaz de hacer lo que acabas de hacer― refunfuñé pellizcándole el brazo―. De veras, ha sido completamente increíble.

―Muchas gracias, Rae― contestó ella, incorporándose y mirándome a los ojos―. Significa mucho para mí que te haya gustado, ahora siento que puedo respirar profundamente otra vez.

―¿Por qué dices eso?― inquirí con sorpresa.

Más me sorprendí al ver que Marilen se ruborizaba otra vez, no por el calor sino por la vergüenza.

―Bueno, a decir verdad, creí que no te gustaría. Pensé que lo encontrarías...

―...demasiado ynweno y pecaminoso para tu gusto― intervino Erian, dejándose caer frente a nosotros con dos cuencos de ese estofado celestial que solía preparar su madre.

Me volví hacia Marilen, quien había bajado la mirada avergonzada. Erian estalló en risas, dijo algo en ynweno, estiró la mano y le levantó la barbilla con el dedo. Marilen lentamente sonrió, volviendo a la normalidad.

―Voy a obviar la ofensa que acabas de provocarme solo porque tu actuación fue magnífica― dije dándome aires de grandeza―. Ignoraré el hecho de que crees que soy un mojigato.

―Lo eres, Raeven― intervino nuevamente Erian, acercándose para darle cuencos a mis amigos―, pero lentamente te corromperemos.

Pensé en un método muy interesante que Erian podría utilizar para corromperme; incluso sin esas ropas ceñidas y sensuales, la chica seguía siendo brutalmente atractiva, y mis pensamientos giraban solo en torno a su belleza. En mi defensa, era plenamente consciente de que estaba pensando como un imbécil.

―¿Hace mucho eres dewrienn, Erian?― preguntó cordialmente Zagan, quien parecía ser el menos afectado por los encantos de nuestras artistas.

―Desde los cuatro o los cinco años― contestó la pelirroja―. Antes tenía más amigas dewrienn, pero se fueron mudando junto a sus familias, así que ya no bailo tanto como antes. Nuestra Marilen es una bocanada de aire fresco― dijo mirando a su aprendiza con una amplia sonrisa.

―Creí que era parte de su cultura hacer este tipo de cosas― comenté―. Creí que sería algo similar a los pañuelos que utilizan.

―Todos los edelrenos rezan, ¿no?― preguntó Erian, y a pesar de que se mostraba seria, en sus ojos asomaba la burla que tantas veces había visto en ella.

―Los que creen en el Rey Celeste sí, obvio. Pero...

―Pero no todos los edelrenos son herreros, ¿no?― indagó ella, y por fin la burla se transmitió a sus labios―. Imagino que la respuesta es que no. Bueno, lo mismo pasa en nuestra cultura. Todas las mujeres ynwenas usan colores en sus cabellos, pero no todas las mujeres ynwenas son dewrienn. Ya ves lo parecidas que son nuestras culturas, ¿no, Rae?

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora