IV: Surcar los cielos.

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Tras dos semanas de tener a mis amigos corriendo, saltando, luchando e incluso nadando, finalmente el sabio de la aldea nos presentó en sociedad. Quizás lo había hecho a modo de juego, simplemente para consentir a unos niños risueños que se esforzaban por parecer adultos, pero a nosotros únicamente nos importaba que la compañía de los Dragones ya existía oficialmente. Incluso se hizo una breve ceremonia de fundación en la plaza principal de la aldea, en la que el sabio y sus consejeros nos dedicaron palabras respetuosas, alentando a los demás jóvenes del pueblo a perseguir sus ideales. Yo estaba rebosante de felicidad, y las miradas llenas de orgullo de mi abuelo, Winne y Otto, más los vítores y aplausos escandalosos de Marilen y Erian, hacían que viviera en un estado de ensueño. Además, la mirada de Halgh parecía capaz de hacer agriar la leche, lo que me puso aún más feliz. Pensé dedicarle un saludo ynweno a la distancia, solo para provocarlo, pero eso sería darle una entidad que no se merecía. Nadie me arruinaría aquel momento de felicidad. Deseé que Thales estuviera allí para verlo, pero como ya le había escrito cinco cartas, todas ellas enviadas con distintos mensajeros, me sentía satisfecho.

Con mis amigos decidimos que la base de operaciones de la compañía sería la casa de mi abuelo, la más amplia de todas nuestras opciones, y que además por lo general estaba vacía ya que él prácticamente vivía en su taller. Winne nos obsequió un estandarte con un dragón negro bordado sobre un campo blanco; era una verdadera obra de arte, y para honrar semejante obsequio, lo colgamos frente a la puerta de mi casa. Dos días después, hubo un pequeño intento de sabotaje que se vio truncado gracias a mi puntería tirando piedras. Nadie había visto al supuesto incendiario, así que nadie podía hacer nada. Legalmente. De casualidad, uno de los amigos de Halgh apareció un par de días después con un tremendo moretón en el ojo, alegando haberse caído en el río mientras intentaba sacar una trucha con las manos. Con mis amigos nos reímos de la situación, pero de todos modos decidimos que sería prudente cuidar del estandarte para evitar nuevos ataques. De día, el dragón negro custodiaba nuestra guarida; de noche, el dragón se metía a dormir conmigo, un compañero de habitación menos incómodo que mi hermana Marilen. Al dragón no tenía que ocultarle mis... rigideces matutinas, por así decirlo.

Pocos días después de la ceremonia de presentación, un joven criado vino a la fragua, donde Otto y yo estábamos poniéndonos al día con unas entregas que teníamos atrasadas. Eran trabajos menores, en su mayoría herramientas o piezas mundanas, pero como a los ojos de mi maestro una espada y una llave valían lo mismo, había mucho para hacer. Escuché la voz de Winne indicándole al joven dónde podía encontrarme, y aguardé en silencio a que llegara hasta el taller. Era un chico un par de años más grande que yo, delgado y con el rostro picado por la viruela, con una espesa mata de cabello rubio cubriéndole los ojos oscuros. Creía haberlo visto algunas veces, quizás en alguna reunión de los jefes de gremio, pero no podía precisar quién era exactamente.

―Tú eres Raeven, ¿verdad?― preguntó con voz grave, mirándome con curiosidad.

―Soy Raeven― contesté de manera grandilocuente, sacando pecho. Saberme más fuerte e imponente físicamente que un muchacho más grande que yo me hinchaba de orgullo―. ¿Puedo ayudarte? ¿Necesitas un cuchillo para tu padre, o es algo para ti?

―Si viniera a buscar algo a la herrería, hubiera preguntado por tu maestro, no por ti― contestó con brusquedad el chico, dirigiéndome su mirada más agria―. Vine a traerte un mensaje de mi tío Cebald.

Cebald era un jefe caravanero, un viejo amigo de Otto y de Winne, con quienes prácticamente se había criado, o al menos así me lo había contado mi maestro. Cebald no era muy exitoso ya que su compañía de caravanas no trabajaba tanto como la de Beduric, jefe de gremio y dueño casi monopólico de la actividad, pero como era un hombre respetado dentro del pueblo por su buena actitud hacia sus compatriotas, su mensaje me llamó la atención de antemano. Al ver que me quedaba en silencio aguardando, el chico resopló con fastidio y anunció:

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora