V: Prejuicios.

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Unos diez minutos después de mi llegada, Cebald salió de su caballeriza con pinta de no haber dormido demasiado durante la noche. Aremis me había comentado varias veces que el caravanero solía ponerse enfermo cada vez que tenía que emprender un viaje, así que no me sorprendió verlo pálido, con una barba descuidada creciendo sobre su delgado rostro, y unas ojeras que parecían producto de varios puñetazos. Así y todo, nos saludó amablemente y sin condescendencia, lo que para mí significaba todo un alivio. Estaba en el punto exacto de mi vida donde odiaba más que nada en el mundo que me trataran con condescendencia. Literalmente prefería que me gritaran insultos en la cara. Nunca me pasaba, pero de todos modos pensaba que lo prefería.

En fin, Cebald salió de su caballeriza para saludarnos, y luego volvió para sacar el carro que transportaríamos. Estaba repleto de mercaderías de Louck, llevando tanto peso que los caballos parecían tener que esforzarse para tirar de él. Cebald se acomodó en el asiento del conductor, pero no hizo ademán de comenzar el viaje. Yo comencé a impacientarme al ver la expresión nerviosa del caravanero, preguntándome por qué no estábamos ya en viaje hacia el sur. Calculaba que nos llevaría cerca de tres o cuatro horas ir hasta la capital del reino; cruzaríamos el puente de piedra que cruzaba el Denar a unos cinco kilómetros del límite de la aldea, y luego avanzaríamos por el antiguo camino pavimentado que nuestros ancestros habían construido. Zagan juraba que el propio Beliser había supervisado el proyecto, y si bien las fechas de su construcción coincidían a grandes rasgos con los años de expansión bajo el liderazgo militar del gran héroe edelreno, no me imaginaba a un guerrero legendario dirigiendo una obra tan simplona como aquella. No me malinterpreten: en una época donde la mayoría de los caminos nuevos se hacían con tierra apisonada y poca atención a los detalles, aquellos caminos que atravesaban todo el sur del continente eran una verdadera maravilla. Las caravanas que marchaban por allí lo hacían muchísimo más rápido, abaratando costos y riesgos, y si había que movilizar ejércitos o patrullas, se ganaba mucho tiempo. El tiempo, tanto en la guerra como en el comercio, era el factor clave. De todos modos, el niño que todavía era se negaba rotundamente a creer que su héroe era un capataz de obra glorificado.

Luego de otros diez o quince minutos de nerviosa espera, solo acompañada por la silenciosa charla entre Zagan y Urien, Cebald se paró sobre el asiento y suspiró, luciendo aliviado. Estaba a punto de preguntarle qué ocurría cuando escuché pasos a mi espalda. Era demasiado temprano como para que la gente anduviera ya por las calles, así que me sorprendí al ver a una pareja de hombres acercándose hacia nosotros.

Más me sorprendió ver que venían bien pertrechados con sendas cotas de malla bien ceñidas a sus cuerpos. Miré rápidamente a mis amigos, quienes habían palidecido repentinamente al ver a esas dos figuras. Jorin se puso a mi lado, apretando fuertemente el mango del bastón que tanto le gustaba utilizar. Más allá de que a veces habían practicado con espadas, ninguno de mis amigos utilizaba una fuera de los entrenamientos. Jorin, Urien y Aremis utilizaban bastones, mientras que Zagan, probablemente el más fuerte de todos, llevaba una maza con punta de acero y un par de cuchillos de caza en el cinturón. Me compadecía de cualquiera que osara plantarse enfrente de Zagan y esa maza, ya que un golpe de aquella bestia sin dudas terminaría siendo fatal para un enemigo.

Como el líder de aquel grupo, di un paso hacia adelante, apoyando mi mano en el mango de mi espada favorita. Podría haberla desenvainado, pero no quería jugar mis cartas tan rápidamente, prefería averiguar primero qué querían aquellos intrusos, y luego ver qué podía hacer para resolver la situación. Después de todo, eso era lo que tenía que hacer un líder: lidiar con las situaciones de la mejor manera posible, en especial para sus dirigidos. Estaba a punto de darles la voz de alto, una fanfarronería ridícula de mi parte, cuando Cebald se me adelantó. Quizás había visto que estábamos en posición beligerante, viéndose obligado a desempeñar el rol de adulto y jefe de la expedición.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora