Rosenar era un agujero maloliente, un nido de ratas en comparación con Leydenar. Todo lo que mi pueblo tenía de próspero, nuestro vecino lo tenía de decadente. Sus calles estaban cubiertas de basura y desperdicios, sus edificios amontonados, mal erigidos y sin ningún patrón básico. Las granjas que rodeaban la urbe estaban mal atendidas y daban pocos frutos. Sus habitantes, en su mayoría, estaban demasiado delgados y sucios; en esas calles extrañas conocí lo que era mendigar. Los guardias eran huraños e insultaban a cualquiera que entrara a ese hoyo de inmundicia, incluyéndonos a nosotros, obviamente, y tenían tan poca paciencia que una simple mirada bastaba para sacarlos de quicio. En nuestro primer viaje, Markell había tenido que partirles la crisma a dos imbéciles que quisieron robarnos a pesar de que estaban con los variopintos uniformes que representaban a los guardias rosenarios. El contacto local de Louck era un hombre mórbidamente obeso y que apestaba a cosas que jamás había visto ni olido; a juzgar por su tamaño, parecía capaz de comerse el carro entero de provisiones que habíamos llevado desde Leydenar. Cebald negoció con el bastardo durante largos minutos, y si llegó a un acuerdo fue en gran parte gracias al porte rudo y amenazador que Vanja y Markell aportaron a la conversación. Jorin se jactaba de que nosotros también habíamos ayudado a intimidar a aquel comerciante avaro, pero yo no me engañaba. El gordo ni siquiera nos había visto.
Durante la etapa de preparación del viaje, había planeado pasar varias horas en nuestro destino, recorriendo calles desconocidas y experimentando nuevas sensaciones, lo que nos obligaría a regresar al día siguiente a nuestra aldea, con los estómagos llenos de nueva comida y nuestros corazones rebosantes de alegría. Eso, claro, hubiera ocurrido en Alacadia. Al llegar a Rosenar, no obstante, ya teníamos ganas de regresar a nuestro hogar, y solo el deber y el honor nos obligaron a permanecer allí hasta que los empleados raquíticos del gordo terminaron de descargar las mercaderías del carro de Cebald. Pensé que aquellos trabajadores intentarían robar algo para comer, ya que se veían realmente hambrientos, como si su patrón no los alimentara correctamente. De nuevo, juzgando las apariencias, aquella idea no era descabellada.
Todo en esa ciudad era una verdadera mierda, y aun así, encontré motivos para regresar a menudo. Más bien me vi obligado a regresar bastante a menudo, ya que quien encontró motivos para regresar fue el bastardo de Urien. Durante las largas horas de descarga y revisión de las mercaderías, los dos hermanos decidieron dar una breve vuelta por la calle principal de la aldea, aquella que se convertía en el camino que llevaba a Leydenar. Regresaron cerca de una hora después de que terminaran, cuando mis compañeros y yo ya estábamos impacientándonos por la espera. Zagan regresó con expresión hosca, mientras que su hermano era literalmente la antítesis suya. Miré al primero con las cejas arqueadas, como pidiéndole una respuesta, a lo que respondió encogiéndose de hombros y suspirando con mal humor. Supe que tenía que dejarlo allí y darle tiempo a mi amigo para que acomodara sus ideas. Cuando llegamos a Leydenar, cobramos nuestra recompensa por el contrato y nos despedimos de Markell, con la promesa de juntarnos la próxima vez que tuviera el día libre, Zagan se acercó a mí para contarme lo que había ocurrido.
―Urien se enamoró de una chica de Rosenar― dijo con voz baja, como si le diera vergüenza admitir algo así―. Bah, eso dice él.
―¿Y tú qué crees?― pregunté distraídamente, disfrutando el peso de mis cinco monedas de plata que colgaban de la bolsa en mi cinturón.
―Yo creo que es un completo idiota― gruñó Zagan―. Cree que está enamorado solo porque esa tipa dejó que le sobara un rato las...
―Entiendo tu punto, Zagan, no hace falta que sigas― interrumpí rápidamente, en el fondo envidiando que Urien hubiera llegado a algo así. Yo lo único que había hecho era darle un beso a Saiu, la vecina de la Viuda Costurera―. Ya se le pasará el enamoramiento, debe estar así de excitado porque fue la primera vez que vivió algo así. Mañana se le irá el efecto y se olvidará de la chica.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasíaUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...