X: Las cosas más lindas de la vida.

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A lo largo de mi extensa existencia he vivido innumerables situaciones que me llenaban el corazón de regocijo. En mi vida he sido lo que siempre quise ser, he cumplido la mayoría de los objetivos que me fui planteando con el paso de los años, y mirando hacia atrás puedo admitir que he vivido una bella vida. He compartido la calidez del abrazo de un amigo, he compartido risas y bromas entre copas, frente a una hoguera en un campamento. He abrazado amigos que creí que jamás volvería a ver. He abrazado amigos que creía muertos luego de una batalla de la que no deberíamos haber salido victoriosos. He abrazado a amigos que llegaban a la cima, y todos esos momentos me llenaron de regocijo.

He besado labios secos y labios húmedos. He besado labios que amaba y labios que me eran indiferentes. He besado labios por idiota y por loco. He besado labios sabiendo que jamás volvería a besar, y he besado labios que querría haber podido besar cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir. He deseado morir con esos labios apoyados sobre los míos, y eso me llenó de regocijo.

He conocido el amor en todas sus formas, o al menos eso creo hoy, habiendo vivido más de seiscientos años. Y digo que creo haberlo hecho porque estoy convencido de que el amor es algo que nos supera. Los antiguos sacerdotes de la Capilla solían decir que nuestras mentes eran finitas, y que por eso no podíamos llegar a comprender la enormidad del Rey Celeste, un ente infinito e interminable; lo único a lo que podíamos aspirar era seguir las enseñanzas que ese hombre Ascendido nos había dejado, ningún humano podría alcanzar esos niveles de infinidad. Si bien hace siglos dejé de lado las enseñanzas de la religión de mi niñez, sí pienso que esos sacerdotes tenían algo de razón. No es el Rey Celeste el ente infinito e interminable: es el amor.

El Rey Celeste y su Capilla han pasado a la historia, sepultados por el avance inexorable del tiempo y la expansión de una cultura que no los incluía. El mundo no se terminó cuando se dejó de alabar al Rey Celeste, lo que me demostró que no era infinito, no era interminable. El Rey Celeste vivió lo que vivió Edelren, vivió en su gente, y murió con su gente. El amor no se termina, y es tan infinito como los sacerdotes pregonaban.

¿Y por qué digo que esa metáfora religiosa es aplicable al amor? Porque lo es, claramente, cualquiera que ame o haya amado lo sabe. Si hay algo en el mundo que puede englobar tantas contradicciones y aun así tener sentido, es el amor. Si hay algo que puede ser perfecto aún con infinitas imperfecciones, ¿adivinen? También es el amor. Es remedio y enfermedad, porque cura y mata por igual según la circunstancia. Es vida y es muerte. Es libertad y es impedimento. Es algo tan grande, tan diverso, tan inabarcable, que ni siquiera yo con seiscientos años de vida puedo explicar qué demonios es.

Pero sí pude vivirlo a mí manera, a través de un beso, de un abrazo, de una caricia, de una palabra de aliento, de una broma. Y en este caso puntual, a través de la risa más divertida que escuché en mi vida.


Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora