Viví en un constante estado de pánico durante los siguientes días, a la espera de lo inevitable. Finalmente llegó el momento, y a pesar de lo mucho que lo había anticipado, no estaba preparado para afrontarlo. Lo único bueno de cruzar las amplias puertas del edificio principal del castillo fue hacerlo junto a mi maestro, en esos momentos también mi protector, quien me había jurado que haría todo lo posible para evitar un desastre. Me había advertido que no me hiciera ilusiones, ya que su esfera de influencia era mínima comparada con la del príncipe Cullen, pero de todos modos me tranquilizaba tenerlo a mi lado en el gran salón del trono, en esos momentos vacíos a excepción de un par de escribas que apuntarían todo lo que se dijera durante el juicio.
―Recuerda, déjame hablar a mí― repitió Blackwall por enésima vez en esos quince minutos que llevábamos de espera.
Asentí al verme incapaz de articular palabra alguna. Mi garganta parecía estar sometida por un puño invisible que me dificultaba la respiración con sus despiadadas garras, y la visión del majestuoso salón del trono poco ayudaba a calmar mi ansiedad y mis nervios. El gran trono de Swaney, en el que reconocí los pequeños detalles que mi abuelo solía dejar en sus trabajos, se alzaba al final de una pequeña escalinata de mármol cubierta de una suave alfombra de un azul muy oscuro. En la pared trasera se vislumbraban vitrales de maravillosa calidad que representaban a todos los reyes de la dinastía Turveh, la única que había dirigido el destino de Alacadia desde su fundación. Eran una de las familias más ancestrales y poderosas de la historia del continente, ya que antes de cruzar el Mar Sombrío, cuando nuestros ancestros aún vivían del otro lado del coloso acuático, ya eran nobles acaudalados, poseedores de incontables hectáreas de tierra rica. Incluso se decía que el primer Turveh en cruzar el océano era uno de los descendientes directos de los grandes reyes nómades de las llanuras de lo que posteriormente se conoció como Lordenai, algo que siempre me pareció más una exageración que un hecho histórico verídico. Para aquella época, el estilo de vida nómade en aquellos lares llevaba siglos extinto, por lo que sería virtualmente imposible que tan distante linaje siguiera con vida.
Pensaba en esas estupideces dinásticas únicamente para distraerme de lo que realmente me aterraba. Le había dado una paliza a un príncipe. Al heredero al trono, y si lo que me decían era cierto, al niño mimado del castillo. Me matarían, y lo sabía aunque una parte de mí se opusiera tercamente a ese hecho. Llevaba menos de dos meses en Alacadia, ¿cómo había arruinado mi vida así de rápido? Lamenté más que nunca el no estar en Leydenar junto a mis seres queridos. Mi pueblo había cambiado en el último tiempo, pero seguía siendo mi hogar, donde no tenía que preocuparme por pelearme con las personas equivocadas por más que se merecieran una paliza. También lamenté el no haber golpeado aún más al bastardo de Cullen. Con el daño ya hecho, bien podría haber sido más agresivo...
Las puertas laterales de la gran estancia se abrieron de golpe, alertando a los pocos presentes que aguardábamos en silencio. Todo mi cuerpo se tensó como una cuerda a punto de disparar una flecha, y escuché un resoplido nervioso de Blackwall. Me dio una suave palmada en el hombro al tiempo que ingresaban los consejeros del rey, presididos por el canciller Meradel, el segundo hombre más importante del reino detrás de Swaney. Me lo había imaginado como un viejo frágil y decrépito, un bicho de biblioteca y escritorio. Si bien era algo viejo, pasado ya el medio siglo de vida, no había nada frágil en el canciller. Su cabellera corta era completamente gris, pero en sus ojos asomaba un obvio filo de astucia e inteligencia que lo hacía ver mucho más vigoroso. Los demás ministros lucían bastante menos memorables que el canciller, con la obvia excepción del estratega Saeven, el líder supremo del ejército alacadio. Al verlo entrar con la cota de anillas más brillante que vi en mi vida me quedé patidifuso, con una mezcla de terror y emoción latiendo en mi pecho. Emoción porque finalmente conocía al más grande guerrero de mi reino. Terror por conocerlo en aquellas circunstancias.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasíaUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...