Tras unos meses de intenso trabajo con Blackwall, aún más extenuantes por el descomunal calor del verano, mi maestro me dio una maravillosa noticia, casi a modo de regalo de cumpleaños atrasado: tenía dos semanas libres para hacer lo que quisiera. Al principio me negué, alegando que tenía que seguir aprendiendo y esforzándome por mejorar en mi oficio, aunque internamente rezaba para que no me siguiera el apunte. Afortunadamente Blackwall desechó grandilocuentemente todas y cada una de mis protestas. Mi maestro me explicó que, además de que necesitaba un buen rato de calma y tranquilidad, alejarme un poco del castillo me haría bien, en especial luego del incidente con Cullen. Si bien el príncipe no se había aparecido por la herrería desde aquel fatídico día, Blackwall presentía que el bastardo podría estar tramando alguna especie de venganza. Al darme dos semanas libres, el príncipe no podría encontrarme en su castillo tan fácilmente, lo que quizás, con algo de suerte, ayudaría a que olvidara sus rencores. Aquello no ocurriría, pero al menos estaba feliz de tener un tiempo de vacaciones luego de tanto esfuerzo.
No tuve que pensar ni dos minutos mis siguientes pasos a dar. Luego de terminar otra larguísima jornada con la cabeza metida en el horno, corrí a mi habitación, empaqué mis escasas pertenencias, y cargando mi alijo sobre los hombros, me dirigí a toda prisa a los muelles de la capital, con la esperanza de que algún barquero quisiera llevarme hasta Leydenar. Afortunadamente el barquero que siempre llevaba y traía gente de mi hogar estaba allí. Aún más afortunadamente, la bella Maud estaba acomodando sus cosas en la embarcación. Al verme llegar me sonrió amablemente con el rostro sonrojado por el esfuerzo de mover sus pertenencias del muelle al barco. La ayudé, cargando con facilidad su pequeño cajón, poniendo luego el mío junto al suyo. Nos sentamos en un extremo de la barca, un poco alejados del siempre huraño barquero, y comenzamos a hablar de la vida.
Me llevé una leve decepción al saber que todos los empleadores daban dos semanas de vacaciones a sus trabajadores. Los oriundos de la capital aprovechaban para relajarse en sus hogares, mientras las personas que solo se habían mudado allí para trabajar, como nosotros dos, regresaban a sus hogares para poder celebrar el fin del verano con sus seres queridos. Con todo el trajín del trabajo me había olvidado por completo del festival y sus celebraciones. Todos mis amigos habían concurrido al festival del año pasado, llevando a cabo la tradición amorosa que se había pasado de generación en generación. Se me secó la boca al oír a Maud hablar de lo que solían hacer con sus numerosos familiares durante los cálidos días de banquetes al aire libre. Casi lagrimeaba de felicidad al contarme lo mucho que había extrañado su hogar. Me hubiera encantado estar más atento, pero en mi juvenil mente solo había una cosa: concretar la tradición.
Maud estaba contándome sobre sus hermanas y sus primos cuando tomé el coraje suficiente para hacer la pregunta.
―¿Te gustaría festival?
―¿Hmm? No te entendí― dijo ella ladeando la cabeza con una sonrisa divertida.
Tragué con dificultad, maldiciéndome por ser tan cobarde. ¡Era una simple pregunta, nada más! Intenté serenarme para hablar claro esta vez, luchando por controlar los temblores que me aquejaban. Me decía que era por el movimiento del barco y no por los nervios que me atormentaban. Finalmente solté la pregunta.
―¿Te gustaría ir al festival conmigo?
Maud me miró como si no entendiera lo que le estaba diciendo durante unos instantes. Cuando se dio cuenta de que era una pregunta seria y no una broma, frunció el ceño.
―Pero si al festival se va en pareja...
―Claro, a eso me refería. Quería saber si quisieras ir conmigo... como mi pareja.
Maud se sonrojó brutalmente, atinando únicamente a negar con la cabeza. Me quedé completamente aturdido, sin poder creer lo ridículo de la situación. La chica no habló hasta que llegamos del otro lado del río, y durante el trayecto lo único que se oyó además del sonido de los remos fue la risa del hijo de puta del barquero, quien se la estaba pasando en grande con mi vergüenza. En cierto modo me lo merecía, porque era un verdadero idiota. Maud únicamente había sido amable conmigo, quizás un poco más de lo habitual debido a que éramos dos forasteros viviendo en la gran ciudad, pero jamás había demostrado sentir más que eso. Era un verdadero idiota, porque solo un verdadero idiota asume que detrás de un poco de amabilidad hay deseos amorosos. Otra gran lección en mi vida, una que marcó a fuego mi orgullo.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
Viễn tưởngUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...