19. un largo tiempo

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Los diálogos de la película que habíamos comenzado a ver luego de terminar de comer estaban sonando de fondo, pero ninguno de los dos estaba poniendo mucha atención a la trama de la cinta. Lo único a lo que podía estar atenta ahora mismo era al gentil tacto de los dedos de Jungkook en mi piel, jugueteando discretamente con el borde de mi ropa interior por debajo de mi camiseta. Por un momento pensé que podía ser perfectamente posible que mi rostro se cayera gracias al excesivo tiempo que llevábamos besándonos.

Coloqué mis piernas alrededor de su cadera mientras él me presionaba agradablemente contra los almohadones del sofá.

— Quédate a dormir — pedí, mascullando.

Se separó algunos centímetros de mí para poder verme a los ojos.

— ¿Eso quieres?

— ¿Por qué te sorprende? — sonreí desde abajo, acariciando su nuca.

Esbozo una ligera mueca de diversión.

— ¿No será que solamente quieres un aventón al trabajo por la mañana?

Me reí. Mañana sería sábado y aunque no suelo trabajar los fines de semana, la señora Chu me había pedido ayuda para atender el horario de desayunos.

— No vendría mal, la verdad — seguí el juego, mordiendo mi labio inferior y deseando poder pegar mi boca a la suya a la brevedad. — ¿Te ofreces?

— Lo sabía — enterró su cabeza en el hueco de mi cuello. — Siempre debo rogar por tu cariño.

— Eres bastante empalagoso — bromeé, dándole una ligera palmada en la espalda. — ¿Te lo habían dicho antes?

Me miró indignado.

— Disculpa, ¿quién fue la que se la pasó encima mío durante toda la película?

Reí.

— No insinúes que soy fría, entonces.

Él sonrió con ternura, beso mis labios y se dejó caer a mi lado para recostarse. En un rápido y ágil movimiento pasó su brazo por debajo de mi cuello para atraerme hacia él en un abrazo.

— ¿Deje ropa aquí la última vez?

— Si — respondí. — Tanta que incluso podrías ocupar uno de mis cajones.

Jungkook empezó a acariciar mi cabello.

— Bien, seré benevolente. Te concederé el favor de quedarme.

— ¿El favor de quedarte? — repetí, alzando mis cejas. — Oye, muchas gracias.

Le di un beso en la mejilla y acaricié su rostro con mi nariz. Su presencia hacía que mi cabeza no pudiera pensar en otras cosas, así que podía estar en paz sin recordar aquello que llevaba carcomiendo mis pensamientos las últimas semanas.

De repente escuchamos la puerta abrirse y nuestras miradas fueron hacia allá para ver a Tara, quien venía entrando mientras se cubría los ojos con ambas manos.

— ¡No estoy viendo nada! — exclamó, con sus pies yendo un poco lento para no tropezar con el escalón de la entrada. Las riendas de su bolso de tela iban colgadas de su hombro. — ¡Solamente voy de paso, así que sigan en lo suyo!

sempiterno • kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora