Te Busque

15 0 0
                                    


Albedo era un joven y no muy social pintor, aunque de origen europeo, había vivido toda su adolescencia en Francia, después de decidirse a continuar con su carrera como artista y no como investigador de las ciencias como toda su familia quería, le habían dado la espalda y dejado a su suerte, sin embargo Albedo no era ningún inútil, era inteligente y orgulloso.

Basto de poco esfuerzo para conseguir un empleo y una plaza de estudiante en la academia de artes de Paris, convirtiéndose en el favorito de los profesores al poco tiempo, con una técnica única de pintura sobre oleo y acrílico, el manejo de la luz y los elementos dentro de sus cuadros le validaron muchos premios dentro de su carrera.

Un talento poco común, en los cuadros de albedo se podían encontrar miles de enigmas, acertijos y un cuidado del detalle tan especial que podía durar meses tan solo en una misma pieza, al graduarse, consiguió una plaza como curador en un museo, al mismo tiempo que comenzaba a exponer sus obras bajo el seudónimo de Calx, trabajando con poetas, novelistas, cantantes de ópera y un montón de artistas más, incluso siendo tan joven ya se había hecho de una fama indiscutible.

Había quienes amaban su obra, la aplaudían e incluso la compraban, otros que penaban que era muy pretencioso por ser tan joven, que el talento nato no lo era todo en la vida, pero albedo se escondía de la mayoría de las cámaras, viviendo una vida tranquila y disfrutando de lo que más amaba, el arte.

Muchos de sus nuevos amigos, siempre lo invitaban a socializar, fiestas y encuentros, pero siempre prefería los cafés solitarios, o una charla calmada bajo la sobra de lo arboles.

Los cuadros de Albedo parecían siempre retratar viejas épocas, cuando había castillos y dragones dormidos, acompañados de caballeros y fuertes damas que no necesitaban ayuda para ser rescatadas, tormentas y días nevados, pero Albedo siempre estaba en busca de una pieza.

Siempre el solitario alquimista que pintaba en las montañas, siempre el mismo paisaje desolado y los campos de Sicilias pisoteadas por la caballería en una batalla, los cuadros de albedo eran sin duda obras que gritan historias, y por eso, era codiciado por las editoriales, para plasmar en papel, la historia que narraban palabras.

Con el paso de los años, Albedo se volvió una persona más fría y seria, solo atendiendo cuestiones de trabajo, sus pinturas, se tornaron un poco más opacas, pero no dejaron de ser impresionantes.

Todo cambiaria un día tan común como ningún otro, Albedo había caminado con enfado desdé su departamento hasta el concurrido centro de parís, con su gabardina larga y su sombrero ocultando su rostro de los fuertes rayos de sol.

El no solía salir a menudo y siempre recibía todo por paquetería, pero aquella tarde, el servicio de entrega había fallado y su nuevo pigmento se encontraba atascado en la paquetería, con un suspiro decido salir por él, había pagado mucho por aquellas acuarelas, eran pigmentos en tonos vivos, con una alta calidad, no podía dejar que fueran maltratadas.

Una vez que el paquete estuvo en sus manos, salió de la oficina de correos, el clima había cambiado un poco, el sol se había vuelto un poco más pastel y el viento más suave, las nubes viajaban lentamente, a veces cubriendo partes del sol dejando escapar rayos de luz en diferentes direcciones, olía apasto húmedo cuando cruzo la plaza de la torre Eiffel, nunca se quedaba mirar, puesto solo estaría llena de turistas y vendedores, sin embargo, aquel día, solo por cuestión de destino, decidió tomar asiento en una de las bancas libres, bajo un árbol.

Albedo siempre cargaba su libreta de bocetos y aprovecho para hacer algunos del momento más famoso de su ciudad, al lado de las fuentes, solo el timbrar de una risueña voz lo saco de su monótono momento.

Te pinte en Paris, ¿Podrías disculparme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora