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Inicio.
Lujos.
Muebles extravagantes.
Ser rodeado por la gente más importante del imperio, viéndolos tratar de ganarse mi confianza por el título que conllevo.
Eso y otras cosas más causaban una gran sensación de orgullo en mí, porque eso es lo que merecía por ser el hijo legitimo del emperador y su emperatriz.
Con un cabello rubio igual al sol en la cúspide de su esplendor, unos ojos imperiales con un brillo intenso y la piel hermosa libre de cicatrices a excepción de las manos gracias a los entrenamientos con la espada.
Digno para usar las ropas más elegantes y finas que pudieran crear, tener bajo mis manos varias joyas y la atención de todas las damas que volteaban emocionadas cada que pasaba cerca, anhelando que les dirigiera, aunque fuera por unos segundos, la mirada.
Era digno de portar el nombre de "inmortal", siendo llamado como Anastacius de Alger Obelia.
Príncipe heredero del imperio Obeliano.
Todo lo que deseaba lo tendría, porque era su derecho como futuro monarca.
Crecer siendo rodeado de aquellos lujos era algo que cualquiera deseara tener.
Varias doncellas a su disposición, dispuestas a cumplir cualquier capricho suyo. Caballeros y nobles reverenciándolo cuando caminaba en el mismo pasillo y un hermoso corcel pura sangre, recibiendo la mejor educación disponible en el imperio e incluso trayendo a algunos maestros extranjeros.
Su madre, aquella mujer de imponente mirada escarlata que siempre le repetía que era el hijo más amado de su padre, quien se enorgullecía del aspecto idéntico al mencionado.
O eso era hasta que, nació su hermano menor, Claude.
Con su llegada, varias cosas cambiaron para bien o mal, como el simple hecho de que su madre empezara a ser más ambiciosa.
Gritando por la traición.
Demostrando sin ningún disimulo su gran disgusto por aquel "niño bastardo".
No podía comprender en algunas ocasiones el motivo por el que debía soportar la voz histérica de la mujer, que se aferraba a mis brazos sacudiéndome con fuerza sin importarle el hecho de llegar a lastimarme.
