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Risas. Eso fue todo lo que necesité escuchar para saber que algo andaba mal al otro lado de la pared. Porque conozco muy bien la forma en la que te ríes, y soy más consciente aún de ese tono tonto que pones cuando lo haces porque estás en una nube repleta de amor. De hecho, al escucharla recuerdo cuando solías regalarme esas risas solo a mí. Lástima que, cuando me asomo por el costado de la puerta entreabierta de tu habitación, noto que es a otra a quien se la estás regalando.


Lo veo muy claro ahora. Aquello de lo que tanto quise y quisiste convencerme que solo era paranoia, ahora está aquí frente a mí haciéndose realidad. No sé si agradecerlo o condenarlo. En este momento, me pregunto qué opción sería menos humillante y dolorosa: ¿debería abrir del todo esta puerta al grito del insulto más hiriente que se me ocurra? ¿O mejor guardo mi poca dignidad restante y me voy de la casa como si esto no hubiese pasado? Después de todo, no es como si tú me hubieses estado esperando. Claramente.



Al final, no hago ninguna de las dos. Por el contrario, mi instinto y masoquismo me piden que me quede ahí: escuchando y mirando de a ratos como interactúan. No pasan muchos minutos hasta que sale un halago de tu boca, o hasta que las carcajadas vuelven a llenar el espacio. Así como las ganas de hacer la escena más dramática de mi vida se van haciendo más grandes conforme oigo cómo se tratan con tanto amor, soltura y complicidad. Las palabras que solo habitaban en mis peores pesadillas ahora son parte de una realidad en la que me quisiera autoconvencer de que no vivo, pero ¿qué más puedo hacer más que aceptarlo mientras me abofetea brutalmente?


Ella te mima, te abraza, te observa y te sonríe como si fueras lo más hermoso del mundo. No puedo culparla de ello, pues siempre sostendré la idea de que eres sin dudas la mujer más preciosa que habita este asqueroso planeta. Pero se suponía (hasta hace dos horas, incluso) que yo era la única en tener ese privilegio, que me habías elegido para que yo fuera quien te diera todo eso, quien tuviera ese lugar especial. Nunca me verás en contra de que alguien más crea que eres bonita, porque lo tengo bien en claro, pero realmente quería pensar que la idea de que dejaras que alguien más haga todo lo que yo hago era una locura súper lejana. Lo peor, es que en el fondo nunca me salió, y esto me sorprende pero a la vez no lo hace, porque en teoría me vengo preparando para ello hace tiempo.

Supongo que por eso no siento deseos de llorar cuando me asomo y veo como mi reemplazo corre tu cabello para acomodarlo detrás de tu oreja y luego te besa la mejilla. Por suerte no va más lejos que eso, pero estoy segura de que es solo cuestión de tiempo para que lo haga. En cambio, siento enojo; pero tranquila, no es contra ti.


Me enoja ser yo. Me enoja estar en el lugar en el que tanto luché por convencerme de que nunca iba a estar. Me enferma la idea de que ahora mismo estás con ella, en una burbuja de una supuesta amistad que claramente es más que eso mientras yo, tu novia, está mirando por detrás de la puerta como se acarician disimuladamente y se dicen cosas que, seamos sinceras, no les dices ni a tus mejores amigas de toda la vida.



Agradezco, al menos, que tengas la decencia de asegurarte de que esto pase en un momento en el que yo "no estoy"; cuando es cien por ciento cierta la idea de que no voy a aparecer en el mapa. No sé cuánto hace que ocurre ni si será siempre en tu casa o también te escabulles hasta la suya, pero perdón por arruinarte la fiesta. Supongo que, después de todo, siempre tuve razón al decir que las sorpresas y los regalos no eran lo mío. Mira cómo está saliendo esta en la que me escapo temprano de la academia para sorprenderte en tu día libre.


Pero tú no tienes la culpa. Es evidente que la que estuvo mal aquí fui yo: irrumpí en tu casa cuando no debía, y espié una situación que no se suponía que debía ver. Así que, tras llegar a esas conclusiones, decido que es mejor retirarme en el mayor de los silencios, después de todo soy solo un mal tercio que nadie pidió.


Y apenas lo decido, cuando estoy intentando dar pasos sin que se note en absoluto, escucho cómo sus bocas se empiezan a descubrir. Una parte de mí quiere quedarse y no solo limitarse a escuchar, sino también grabar el momento en mis propios ojos como una película de terror; la otra, sin embargo, sabe que con solo uno de los cinco sentidos basta para que mi mente perciba lo suficiente y me torture por un largo, largo tiempo.


Lo bueno es que tengo un par de horas de ventaja para fingir que sigo en el trabajo, así que puedo usarlas para no estar tan en la mierda cuando sea el momento de volver a hablar contigo. Por suerte siempre fui una buena actriz; así que no te preocupes, mi amor, que de mí no oirás ni una palabra de lo que pasó esta tarde. Si alguna vez quieres hablarme tú sobre el tema, serás más que bienvenida. Mientras tanto, supongo que seguiremos jugando a que todo es solo una ilusión. 

IlusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora