45 | una elección

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Freya se sentó en silencio sin saber qué pensar sobre los Acuerdos.

Sabía que no estaba de acuerdo con ellos y, por la mirada de Steve, él tampoco. Los dos se sentaron en silencio, leyendo los Acuerdos juntos mientras a su alrededor, los Vengadores comenzaron a discutir.

—El secretario Ross tiene una Medalla de Honor del Congreso —dijo Rhodey, señalando con un dedo acusador a Sam—, que es una más de las que tú tienes.

—Supongamos que estamos de acuerdo con esto —sugirió Sam, ahora hablando con todos los presentes—. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que nos rastreen como a una banda de delincuentes?

Rhodey parecía decidido a transmitir su punto de vista—. Lo quieren firmar 117 países. 117, Sam, y tú dices: "No, está bien. Podemos manejarlo".

—¿Cuánto más vas a jugar para ambos lados? —exigió Sam, su temperamento aumentando.

Antes de que Rhodey pudiera replicar con una respuesta indudablemente enojada, Vision intervino—. Tengo una ecuación.

—Oh, esto lo aclarará todo —bromeó Sam con sarcasmo, cruzándose de brazos.

—En los ocho años que pasaron desde que el Sr. Stark dijera que es Iron Man, el número de personas mejoradas que se conoce aumentó exponencialmente. En el mismo período, los eventos que podrían destruir el mundo aumentaron proporcionalmente —explicó Vision.

Steve no parecía impresionado y se detuvo en medio de pasar una página para mirar a Vision—. ¿Dices que es nuestra culpa?

—Digo que puede haber una causalidad —respondió Vision—. Nuestra fuerza invita al desafío. El desafío incita al conflicto. Y el conflicto... causa catástrofes. Supervisión... la supervisión no es una idea que se pueda desechar.

—Boom —dijo Rhodey, girándose para mirar a Sam.

—Tony —dijo Natasha lentamente, viendo cómo la mano de Tony se apartaba de su rostro para mirarla—. Estás siendo inusualmente no hiperverbal.

—Es porque ya decidió —respondió Steve, mirando a Tony.

—Me conoces muy bien —dijo Tony secamente, levantándose del sofá—. En realidad, tengo un dolor de cabeza electromagnético —se encaminó hacia la barra de desayuno y tomó una taza—. Eso es lo que me pasa, Cap. Es solo dolor. Es malestar —Tony miró la trituradora y gimió—. ¿Quién está tirando café molido en el triturador? ¿Le doy alojamiento y desayuno a una banda de motociclistas?

Nadie dijo nada, simplemente observaron cómo Tony colocaba su teléfono en la canasta de pan, apoyándolo para proyectar la imagen que lo había perseguido durante el último mes, a la vista de los Vengadores.

—A propósito, ese es Charles Spencer —dijo Tony, después de una pausa—. Es un gran muchacho. Se graduó en ingeniería informática, promedio de 3,6 sobre 4... iba a tener un buen un trabajo en Intel en otoño. Pero primero quería ganar experiencia, antes de atornillarse a un escritorio. Ver el mundo. Ser útil, quizás. Charlie no quería ir a Las Vegas o a Fort Lauderdale, que es lo que yo haría. No fue ni a París ni a Amsterdam, que parece divertido. Decidió pasar el verano construyendo casas sustentables para los pobres. Adivinen dónde. En Sokovia.

Los labios de Wanda se entreabrieron al darse cuenta de las palabras de Tony, mirándose las manos avergonzada. Tony siguió preparando su café.

—El quería hacer la diferencia, supongo. No lo sabremos porque le tiramos un edificio encima mientras pateábamos traseros —Tony arrojó las pastillas a la parte posterior de su garganta y las tragó con un sorbo de agua antes de volverse hacia su equipo—. Aquí no hay un proceso de toma de decisiones. ¡Tenemos que rendir cuentas! De cualquier forma, acepto. Si no podemos aceptar limitaciones, si no tenemos límites, no somos mejores que los malos.

Steve suspiró, su hombro cayó considerablemente mientras cerraba los Acuerdos—. Tony, si alguien muere cuando estás a cargo, no te rindes.

—¿Quién dijo rendirse? —respondió Tony bruscamente.

—Lo hacemos si no asumimos la responsabilidad de nuestras acciones —afirmó Steve—. Este documento solo transfiere la culpa.

—Lo siento, Steve —interrumpió Rhodey—. Eso... eso es peligrosamente arrogante. Estamos hablando de las Naciones Unidas. No es el Consejo de Seguridad Mundial, no es S.H.I.E.L.D, no es HYDRA...

—No, pero está dirigida por gente con prioridades y esas prioridades cambian —respondió Steve con calma.

—Eso es bueno —dijo Tony, caminando hacia el grupo—. Por eso estoy aquí. Cuando me di cuenta de lo que mis armas podían hacer en manos equivocadas cerré y dejé de fabricarlas.

—Tony, tú elegiste hacerlo —dijo Steve—. Si firmamos esto, renunciamos a nuestro derecho de elección. ¿Qué pasa si nos mandan a un lugar donde pensamos que no deberíamos ir? ¿Y si hay un lugar donde necesitamos ir y no nos dejan? Puede que no seamos perfectos, pero las manos más seguras siguen siendo las nuestras.

—Si no lo hacemos ahora, después nos lo van a imponer —dijo Tony en voz baja—. Es la realidad. No va a ser agradable.

—Dices que vendrán por mí —habló Wanda.

—Te protegeríamos —respondió Vision.

—Quizás Tony tiene razón —sugirió Natasha—. Si tenemos una mano en el volante, podemos manejar. Si nos la sacan...

—¿Te chocas contra un árbol? —terminó Lyanna.

—¿No eres la misma que mandó al diablo al gobierno hace unos años? —recordó Sam, la parte superior de su cuerpo inclinándose hacia adelante en desconcierto.

—Solo estoy... tanteando el terreno —respondió Natasha—. Cometimos algunos errores muy públicos. Necesitamos volver a ganar su confianza...

—Espera, disculpa —interrumpió Tony, apoyando las manos en la silla frente a él mientras miraba boquiabierto a Natasha—. ¿Te escuché mal o estás de acuerdo conmigo?

—Ahora quiero retractarme —dijo Natasha.

—No, no puedes retractarte —dijo Tony en voz alta—. Gracias. Sin precedentes. Bueno. Caso cerrado. Gané.

—¿Steve? —dijo Lyanna en voz baja, observándolo mientras miraba su teléfono.

Freya miró a Steve, sus ojos se suavizaron cuando vio el dolor en sus ojos mientras leía el mensaje de texto que acababa de recibir.

—Steve, ¿estás bien? —preguntó Freya suavemente, acercándose a él.

—Me tengo que ir —dijo Steve bruscamente, levantándose y saliendo sin decir una palabra más.

Freya miró alrededor de la habitación a sus amigos—. Voy tras él. Lo siento.

—Está bien —dijo Natasha, mientras Freya se levantaba y salía de la habitación.

Encontró a Steve al pie de las escaleras, aterrizando contra la barandilla. Bajó lentamente las escaleras, poniendo una mano en su hombro—. Steve, ¿estás bien?

Steve se acercó para tomar su mano—. Sí.

—¿Qué sucedió? —preguntó Freya.

Steve la miró—. Se ha ido.

—¿Peggy? —adivinó Freya, su voz suave—. Steve, lo siento mucho.

Steve asintió, secándose los ojos—. No puedo creer que se haya ido. Ella era lo último que tenía de mi antigua vida.

Freya atrajo a Steve a sus brazos—. Lo siento mucho. Sé que duele.

—El funeral es dentro de unos días —dijo Steve.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Freya.

Steve negó con la cabeza—. No puedo pedirte que hagas eso.

—No estás pidiéndolo —respondió Freya—. Yo me estoy ofreciendo.

—Realmente eres demasiado buena para este mundo, Freya Daniels —dijo Steve en voz baja.

GRAVITY | Steve Rogers ²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora