Hace ya algún tiempo vivía un viejo carpintero en un pequeño pueblo, alejado de la gran capital y de otras ciudades. Este ya descansaba, pues el decía que había trabajado lo suficiente y no tenía muchas preocupaciones más que su hija Elizabeth, la doncella del pueblo. Aunque no poseía ningún título real, por su venerable belleza, la gente del pueblo decidió nombrarla de esta manera y, a pesar de que este era un lugar con muy poca gente, todos los hombres la deseaban como esposa, como sí de un trofeo se tratase, pero debido a la rigurosidad de su padre, Elizabeth nunca convivió con ningún hombre, ya que, cuando Elizabeth aún era una bebé, el carpintero perdió a su hermosa esposa, solo por la cobardía y sed de venganza de uno de los ex amores de la madre de Elizabeth: lo dejó y terminó casándose con el carpintero. Temía que esto ocurriera ahora con su bella y amada hija, por lo que decidió sobreprotegerla y nunca la dejó sola ni le permitió salir con alguien.
Empero, súbitamente, unos caballeros reales arribaron a la humilde casa del carpintero. Éstos le dijeron que el rey Fernando lo solicitaba en el castillo real, porque necesitaba muebles del mejor carpintero del reino: aún cuando estaba muy alejado de la capital, él era la mejor opción. El halagado carpintero se encontraba confundido, ¿por qué irían desde tan lejos solo por un viejo carpintero, acaso no existía otro carpintero capaz de hacer el trabajo? Así que expresó su duda a los caballeros, y éstos le explicaron que habían buscado arduamente a un carpintero que supiese manejar la majestuosidad del sauco y que, por rumores de ciudades vecinas, habían escuchado que era el único capaz para este trabajo. Esto le recordó al carpintero su juventud, cuando vivía en la ciudad y diseñaba muebles refinados para los nobles, aunque tiempo después volvió a su pueblo natal por su amada. El carpintero seguía dudando entre aceptar o no, porque realmente él se sentía cansado, pero los caballeros le ofrecieron una inmensa cantidad de dinero, con el cual podría mantener a Elizabeth y sin que ella necesite de ningún hombre, por lo cual les dijo a los caballeros que sí iría, solo que le permitieran llevar a su hija con él. Ellos la desconocían, por lo cual, sin antes conocerla, le negaron su petición al carpintero. Posterior a esto, Elizabeth salió a saludar a los caballeros que habían llegado, causando que todos quedaran cautivados ante su hermosura. Rápidamente cambiaron de opinión y aceptaron su condición, así que sin más partieron en dirección al castillo real: era la primera vez que Elizabeth salía del pueblo, estaba emocionada por conocer la capital.
Durante el viaje, más de uno de los caballeros intentaba cortejar a Elizabeth; sin embargo, todos fracasaban: el carpintero no les permitió pasar demasiado tiempo solos con Elizabeth. Además, ella no era una chica muy extrovertida, lo cual dificultaba entablar una conversación con ella. Pasaron días hasta que llegaron a la capital, pero, una vez ahí, el rey Fernando los recibió con un gran banquete: esperaba ver a un viejo carpintero con porte de sabio; sin embargo, quedó asombrado por la bella damisela que hacía compañía al viejo carpintero. El rey inmediatamente ordenó que les dieran una de las mejores habitaciones del castillo, después se acercó a sus súbditos, cuestionándoles quién era aquella joven, así que ellos le hicieron saber al rey que era hija de aquel carpintero. El rey se preguntaba cómo es que un viejo y feúcho carpintero fue capaz de engendrar a una hermosa joven, para después dirigirse al carpintero y explicarle como quería que diseñara los muebles. Mientras tanto, invitó a Elizabeth a que recorriera el castillo. Sin dudarlo, asintió con la cabeza y agradeció al rey por su invitación, así que, sin más dilación, empezó a recorrer todo el castillo: primero todo el interior, el cual era enorme por dentro y por fuera. Cuando finalizó de recorrer el interior del castillo ya era de noche y, aún cuando ya había oscurecido, Elizabeth no dudo ni un segundo en salir a explorar los grandes y lindos jardines que observó cuando recién llegó al castillo, por lo cual pidió permiso a los caballeros para salir y estos le dejaron, aunque le advirtieron que no tardara tanto en volver, porque los monstruos la cazarían. Ella solo rió tímidamente y partió con rumbo a los jardines.