"El resplandor de las farolas eléctricas de la calle se reflejaba pálidamente aquí y allí en el techo de la habitación y en las partes altas de los muebles, pero abajo, donde se encontraba Gregorio, estaba oscuro."
— La Metamorfosis — Franz Kafka
Recuerdo haber dormido largo rato. Recuerdo también haber tenido un sueño agitado.
En el sueño, imágenes muy rápidas volaban por mi mente; el orfanato, los niños, el cuadro de los Wayne... Era como si la cámara del sueño se detuviese de repente en el glamuroso pero ya desvirtuado cuadro, aún después del torrente de imágenes. Como si el cuadro se estuviera abalanzando hacía a mí lentamente y trazando espirales. Podía ver el rostro sonriente del pequeño Bruce cada vez más y más cerca de mí. Estaba estresado y sudaba tanto dentro como fuera del sueño. Cuando la imagen terminó de aplastarme, desperté.
Estaba sólo en aquella cama, sudado y dos solitarias lagrimas terminaban de deslizarse por mis mejillas y caían a la almohada. Me levanté. Aún era de noche. Debió de haber sido un sueño tan ligero como rápido.
La presencia de Bruce brillaba por su ausencia entre toda esa oscuridad. Y el único rastro que había dejado atrás era la hoja sobre el escritorio, toda garabateada a consecuencia del proceso de resolver el acertijo y con un gran nombre escrito en la parte inferior: "Edward".
No pude evitar esbozar una amplia sonrisa, y en el momento ni siquiera me percaté de lo mucho que brillaron mis ojos.
La ilusión me había hecho perder el sueño, y entre el silencio asfixiante podía escuchar los latidos de mi corazón, el cuál se veía que compartía mi emoción por la situación.
Pero la magia fue cortada como con un cuchillo cuando, tras pasear mis ojos por el perímetro de la mesa, vislumbré un periódico, abierto y lleno de anotaciones hechas a lápiz.
Debía de ser de Bruce, claramente. Ya había visto que le gustaba leer antes de irse a dormir.
Tomé el periódico y una mancha de ira, frustración, y odio comenzó a encaramarse a mi espalda y a apoderarse de mí.
De un sólo vistazo observé títulos que anunciaban que la pensión de orfandad había sido drásticamente reducida, que el Orfanato Wayne había sido comprado por un político cínico de turno que lo convertiría en mansión, dejando en la calle a incontables pequeños diablos. Noticias como que la condena de un asesino y violador se había ablandado ridículamente después de haber quedado paralítico tras una paliza de El Murciélago. Un profesor de gimnasia abusó de una niña, y a nadie le importó. Fraude de impuestos, robos, asesinatos, blanqueamiento de dinero... Ese era el pan de cada día en el Gotham's Diary.
Eché una mirada fuera de la ventana. Muy a lo lejos pude ver una amplia y oscura figura planear entre los edificios cubiertos de neblina.
¿Qué es la justicia?
¿Acaso el único que tiene derecho a ejercerla por su cuenta es ese lunático enmascarado?
La justicia es relativa. Yo era totalmente libre de tomarla por mi mano.
Me atavié al completo.
Mi gabardina favorita, rematada con una gran interrogación en la espalda y otra interrogación más pequeña sobre el lado izquierdo del pecho, hechas con aerosol blanco. Unos guantes de látex negros, varios rollos de cinta americana, un rotulador permanente rojo, una libreta, cartas postales, y lo más importante; la máscara militar de ese capullo al quien mordí el cuello en aquel callejón, hacía ya tiempo, que guardé desde entonces.
No podía salir al pasillo, no hacía ni 30 minutos que sonaron las campanas que anunciaban que eran más de la una de la madrugada. Salí por la ventana, cayendo con torpeza y estrepitosamente. Me dolía la espalda por el impacto, pero caminé a través del campus, haciendo el menor ruido que podía con mis botas militares verde olivo.
El frío era incapaz de atravesar mi ropa. Mi cuerpo, en contraparte, emanaba cada vez más calor, producto de la vesania de la que me encontraba preso.
Mi cabeza dolía, sentía que daba vueltas y que en ella rebotaba una sola idea constante: Matar a ese desgraciado. El mismo que compró el orfanato y rebajó la pensión de niños huérfanos, el mismo hombre y mismo político que robó de sueldos de familias pobres, que condujo a hombres, mujeres, y niños, a terribles augurios.
Ese hombre moriría esta misma noche.
No me había costado nada descubrir su dirección. Y es allí a donde me dirigía, arrastrando los pies y con aire sombrío. Con los aullidos de Gotham desgarrando mis tímpanos.
Entre mis enguantados dedos temblaba la fría y medio oxidada palanca. Me había colado, me escondía en la habitación contigua. El político se encontraba en su despacho, podía oír el sonido del garabatear de un boli en una hoja.
La manera de roble del suelo crujió por debajo de mi bota cuando entré al despacho. Miré con ojos desorbitados por la locura al político, el cuál ya se había sobresaltado ante mi presencia.
Había malentendido lo que el hombre se encontraba haciendo. Cuando lo sorprendí, soltó sobresaltado una pluma estilográfica sobre una hoja de papel llena de garabatos sin sentido. Junto a dicha de hoja reposaban fotos repugnantes. Y, bajo la mesa, se apreciaba como, con el pantalón desabrochado y caído, el hombre estaba sacudiendo su mustio y arrugado miembro.
Se oyeron pasos iracundos, y un golpe. Su sangre salpicó el suelo, formando un riachuelo carmesí en horizontal a la mesa. Agarré su cabeza, que quería desplomarse sobre el roble, y comencé a envolverla, con tosquedad, de cinta americana. Cuanto terminé, escribí: "JUSTICE <? >" con el permanente rojo, sobre su rostro enrollado en cinta.
Ese desgraciado no volvería a masturbarse frente a pornografía infantil.
Cuando salí de la escena y posé mis pies sobre el asfalto que curtía los callejones sentí una enorme sensación de mareo. Sumada a una euforia inexplicable, que se desbordó mis emociones y se apoderó de mis sentidos.
Había matado a una persona. Si es a que esa criatura se le puede llamar como tal.
Iba a causar revuelo. Se iba a hablar sobre mí. Había dejado una nota para Batman.
Aunque ambos practicábamos nuestra justicia de maneras diferentes, para mí era una gran figura de admiración. Sentía que él y yo nos entendíamos.
Había matado a una persona. Había matado a una persona. A alguien malvado. Era un héroe. Había liberado a la sociedad de esa lacra. Yo era la justicia. Había matado a una persona. Había hecho justicia.
No reparé en que estaba manchado de sangre, ni en que estaba sosteniendo la palanca con tanta firmeza que me procuraba heridas en la palma de la mano. Había perdido el rumbo. La cabeza me dolía. No sabía donde quedaba la residencia. La somnolencia se tornaba cada vez más pesada. Las calles cada vez mas angostas, mas frías, más borrosas. No había manera de volver a casa, ni de volver a ser como antes. Los callejones de Gotham me devoraban con brutalidad.
Escuché el ruido de algo caer con aplomo sobre el edificio que tenía delante, al final de un callejón sin salida.
Es entonces cuando lo vi. El Murciélago. Batman. Debía de haber venido a salvarme. Era justo entonces cuando más lo necesitaba. Me quedé quieto, esperando a que bajara y me cubriese con su cálido manto.
La sangre aún seguía goteando, de las puntas del abrigo y la palanca. Sentí la mirada fría de el murciélago, y como se congelaba mi alma.
Su sombra se cernió sobre mí, y de las últimas cosas que puedo recordar es ver sus nudillos muy cerca de mi rostro. Para después sentir una explosión de dolor que se extendía, empezando en mi nariz, por mis labios y pómulos. Mi boca sabía a metal. Sin embargo, me brillaban los ojos.
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𝓑𝓻𝓾𝓬𝓮 𝓦𝓪𝔂𝓷𝓮 𝔁 𝓔𝓭𝔀𝓪𝓻𝓭 𝓝𝓪𝓼𝓱𝓽𝓸𝓷 | Bats x Riddler
Fanfiction[AU escolar -- Vigilante] Bruce y Edward son dos estudiantes de preparatoria. Siendo ambos compañeros de clase y ambos huérfanos encuentran en el otro un reflejo de sí mismos, un consuelo frente a sus dolorosas realidades. Entablarán de esta manera...