La Bestia de Serphiride

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     El río Pontros, en toda su extensión, ha estado desde hace siglos plagado de historias y leyendas.

     Existe una en particular, muy popular, que ronda el pueblo de Serphiride, uno de los tantos pueblos cercanos a él.

     Dicen por ahí, que esa zona del Pontros es habitada desde la antigüedad por una bestia de colosal tamaño, de cuello alargado y con una coraza similar a la de una tortuga. Entre los pobladores se lo conoce como el “Titán del Tártaro”, un ser de imagen grotesca que suele atacar a todo aquel que se adentra en el bosque a alrededores del rio;  según cuentan, nadie ha visto al monstruo cara a cara y ha sobrevivido para contarlo.

     A pesar de la cantidad inconmensurable de versiones sobre la historia de la bestia, existían personas que aún dudaban de su existencia. Una de ellas, era un foráneo asentado hace muy poco en el pueblo, un viajero que deambulaba por el mundo en busca de nuevas aventuras. Extrañamente, su presencia era tan discreta que muy pocos sabían siquiera su nombre, Aaloff.

     Un día cualquiera, bajo el fuerte sol de mediodía, movido por la curiosidad y los rumores, decidió ir sin compañía alguna a comprobar por cuenta propia la existencia de ese magnífico ser; preparó agua y unos trozos de pan para consumirlos de camino, ya que atravesar el bosque hasta el emblemático sitio era tarea de varias horas, quizás, más de medio día.

     Caminó varios kilómetros a través de la densidad del bosque y frustrado, por un momento, creyó que no llegaría jamás; pero lo logró, siete horas después. Alcanzó las orillas del río y se acercó a cargar su cantimplora de agua.

     Fue entonces cuando, para su sorpresa, la criatura apareció de repente. Surgió de debajo del agua como si en ella viviera.

     Aaloff, atemorizado, intento correr; pero, ante el asombro, fue traicionado por sus piernas, las cuales se reusaron a cualquier movimiento.

     Sorprendida, la criatura se acercó con recelo a observarle. Vio en el pobre hombre algo diferente a sus anteriores presas.

    —¿Por qué has decidido quedarte? —Cuestionó la bestia en su mismo idioma, con una voz grave que parecía provenir de todas direcciones y, a su vez, de ninguna — ¿Te atreves a desafiarme? —añadió.

    El hombre permaneció en absoluto silencio y su rostro se tornó blanco como la nieve.

    La bestia lo observó unos segundos y comentó:

    —No debes de temer, humano; he visto a través de tu alma y no me otorgas motivos para lastimarte. No eres como ellos —su voz suavizó.

    —¿Cómo ellos? —cuestionó el sujeto, inmerso en confusión.

    La criatura se acercó un poco más y comenzó a contar.

    —Sí, como ellos. Puedo ver el alma de cada ser, puedo sentir lo que ellos sienten y comprender así sus intenciones.

    Los animales tienen el alma más pura que existe, no conocen de maldad, ni de ambiciones; los árboles y la vegetación tienen un alma más sencilla, pero no menos importante. Pero los humanos, seres destructivos y devastadores, tienen un alma corrompida, vienen aquí en busca de riquezas, destruyen bosques enteros  para vender su madera, arrancan a las flores para extraer su perfume, y contaminan el río que sacia su sed.

    En  cambio, tú no vienes a eso, vienes rendido por la curiosidad, pero gritando más alto que el miedo. No me temías hasta que me tuviste en frente.

    —¿No me matarás? —preguntó temeroso, pero también con alto grado de curiosidad.

    —¿Matarte? No, no asesino personas por la simple razón de cruzarme con ellas. Lo hago solamente con aquellas que presentan una amenaza para este bosque, soy un guardián. Mi tarea es la de proteger el río Pontros y todo lo que a sus alrededores habita.

     »Lo que los humanos no saben, es que si este río muere, toda la vida a su alrededor terminará también —asumió.

     »Puedes irte muchacho, confío en que no mencionaras lo aquí ocurrido. Yo, por mi parte, seguiré cumpliendo con mi deber establecido por el destino —comentó el titán antes de sumergirse nuevamente en las aguas.

     Finalizado aquello, Aaloff retornó al pueblo. Llegó, finalmente, a la mañana siguiente, agotado y sucio y hambriento.

     Pero, con sus últimas fuerzas, se situó en medio de la gran plaza de Serphiride y, como un gallo en la mañana, comenzó a llamar al pueblo y atraer la atención de su gente.

     —¡Damas y caballeros, ciudadanos de Serphiride! ¡Acérquense y escuchen lo que tengo para informarles! —cuando obtuvo la atención total de algunas personas comenzó a contar:

     —Como algunos de ustedes saben, he ido a la morada de la bestia. Pero lo que no saben, es que la he visto, es real, señores —la desconfianza entre la multitud se hizo notar enseguida.

     —¡Es mentira! ¡Nadie ha visto jamás a la bestia y a podido contarlo! —exclamó alguien del grupo.

    Haciendo caso omiso al comentario, Aaloff continuó con el relato.

     —Escuchen, la bestia es benigna, tan sólo ha sido mal interpretada durante todos estos años. ¡Él realmente no pretende hacernos daño!

     —¡Miente! —interrumpió una anciana— ¡Mi hijo fue devorado por esa bestia despiadada! —añadió.

     —¡La bestia sólo busca proteger la vida del río y la naturaleza que la rodea! ¡No busca dañar a nadie! —Aaloff empezaba a exaltarse.

     —¡Patrañas! ¡Hay que matar al monstruo! —incitó otro de ellos.

     —¡Sí! —gritaron todos enfurecidos.

     La multitud acabó por dispersarse, el hombre cayó sentado, rendido al no poder dar el mensaje. Agotado por la travesía, marchó a su casa a descansar.

     A la mañana siguiente, el relato ya había corrido por todo el pueblo. Cuándo él despertó, ya pasadas las diez de la mañana,  la ciudad parecía desierta.

     —¿A dónde estaban todos? —pensó Aaloff. Hasta que en un momento, una idea descabellada pasó por su mente. Entonces, Sin pensarlo dos veces, marchó en carrera hacia el bosque.

      Cuanto más se acercaba, más claro eran los gritos y sonidos de batalla.

      Pero, para cuando llegó, ya era demasiado tarde. La bestia estaba en el suelo amarrada a cientos de gruesas cuerdas, el pueblo a su alrededor celebraba y hería al Titán.

     El hombre, aturdido ante la imagen, se acercó tambaleante al rostro de la criatura, posó su mano sobre él y susurró:

     —Tienes la fuerza de un millón de hombres, puedes aplastar a todas estas personas a tu merced, y aún así, decides rendirte. ¿Por qué? —una lágrima se deslizó por su mejilla.

     —Durante siglos he esperado paciente a que las personas se dieran cuenta del daño que estaban provocando —susurró débilmente, no con palabras, lo hizo con la mente, de manera que sólo Aaloff pudiese oírlo—. Ese día nunca llegó, mi deber no era simplemente proteger la naturaleza, era enseñar a los humanos a hacerlo. He fallado en mi misión y merezco la muerte —comentó, antes de cerrar sus ojos para siempre.

     Entonces lo comprendió al fin; realmente, la bestia más destructiva del mundo es, y será siempre, el ser humano.

La bestia de Serphiride ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora