capítulo 35

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Marshall dejó escapar un suspiro de alivio.
La retuvo largo rato sobre sus rodillas. La abrazó estrechamente mientras ella llamaba a la oficina y decía que no iba a volver al trabajo en lo que restaba de la jornada. Se las arregló para mantener un tono ecuánime, pero el señor deWynter no estaba y tuvo que hablar con Gina, que tenía multitud de preguntas y que también la informó de que tanto Luna como T.J. habían llamado varias veces.
-Ya las llamaré yo -dijo Fionna, y colgó. Desconsolada, volvió a hundir el rostro en el hombro de Marshall-. ¿Cuánto tiempo tengo que esquivarlas?
-Por lo menos hasta que salgan de trabajar. Hablaré con el sargento de Sterling Heights para ver si se han puesto ya en contacto con la hermana. Y no contestes al teléfono; el que quiera hablar conmigo me llamará al bipper o al móvil.
Por fin Fionna abandonó el consuelo que le proporcionaba estar sentada en las rodillas de Marshall y fue al cuarto de baño a lavarse la cara con agua fría. Observó su imagen en el espejo. Tenía los ojos enrojecidos y la cara toda hinchada de tanto llorar. Lucía un aspecto horroroso, pero no le importaba lo más mínimo. Se quitó la ropa con gesto cansado y se puso unos vaqueros y una camiseta, y a continuación se tomó dos aspirinas para el dolor de cabeza.
Estaba sentada a un lado de la cama cuando llegó Marshall buscándola. Lo vio erguido en el umbral, grande, masculino, y sumamente cómodo incluso en el entorno femenino de su habitación. Se sentó al lado de ella.
-Tienes aspecto de cansada. ¿Por qué no duermes un rato?
En efecto estaba cansada, casi de forma abrumadora, pero al mismo tiempo no creía poder dormir.
-Por lo menos échate en la cama -le dijo Marshall al ver la duda reflejada en su rostro-. Y no te preocupes; si te quedas dormida y yo me entero de algo, te despertaré inmediatamente.
- ¿Palabra de boy scout?
-Palabra de boy scout.
- ¿Tú fuiste boy scout?
-Diablos, no. Estaba demasiado ocupado metiéndome en problemas.
Estaba siendo tan amable que Fionna sintió deseos de abrazarlo con fuerza. Pero en vez de hacer eso lo besó y dijo:
-Gracias, Marshall. No sé qué habría hecho hoy sin ti.
-Te las has arreglado muy bien de todos modos -repuso él, y le devolvió el beso con interés, pero se retiró antes de que se convirtiera en algo más serio-. Duerme si puedes -le dijo, y salió en silencio de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Fionna se tendió y cerró los ojos, que le ardían. Poco a poco la aspirina empezó a hacer efecto sobre el dolor de cabeza, y cuando abrió los ojos de nuevo advirtió que ya eran las últimas horas de la tarde. Observó el reloj algo sorprendida: habían pasado tres horas. Después de todo, había dormido.
Tenía algunas compresas para aliviar los ojos cansados e hinchados, de modo que se colocó un par de ellas encima de los párpados y descansó un rato más, intentando recuperar un poco de energía para los días agotadores que se avecinaban. Cuando se sentó en la cama y se quitó las compresas de los ojos, vio que la hinchazón había disminuido considerablemente. Se cepilló el pelo y los dientes, y después vagó por la casa buscando a Marshall y lo encontró viendo la televisión con Bubú dormido en su regazo.
- ¿Alguna noticia?
Marshall contaba ahora con bastantes más detalles que antes, pero ninguno que quisiera hacer saber a Fionna.
-Se ha informado a la hermana de Clara, y a estas alturas la prensa conoce ya la identidad de Clara. Probablemente saldrá en las noticias de esta noche.
El semblante de Fionna se contrajo de dolor.
- ¿Y Luna? ¿Y T. J.?
-Cuando te echaste a dormir desconecté tus teléfonos. Pero hay un par de mensajes de ellas en tu contestador.
Fionna volvió a consultar la hora.
-Deben de estar de camino a casa. Dentro de unos minutos probaré a llamarlas. No quisiera que se enteraran por la televisión.
Apenas aquellas palabras habían salido de su boca cuando aparecieron en su camino de entrada dos automóviles: el Cámaro de Luna y el Buick de T. J. Fionna cerró de sus amigas. Marshall la siguió.
- ¿Qué sucede? -dijo T. J. casi gritando, con su hermoso rostro ajado por la tensión-. No conseguimos dar con Clara, tú te vas del trabajo y no contestas al teléfono. Maldita sea, Fionna...
Fionna notó que la cara se le empezaba a arrugar. Se tapó la boca con una mano para intentar contener los sollozos que le convulsionaban el pecho.
Luna se detuvo en seco con los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Fionna? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Qué ha ocurrido?
Fionna aspiró profundamente varias veces, luchando por recuperar el control.
-Es... Es Clara -logró articular.
T. J. se detuvo con un pie en el primer peldaño y cerró los puños con fuerza, ya rompiendo a llorar incluso mientras decía:
- ¿Qué pasa? ¿Está herida?
Fionna negó con la cabeza.
-No. Está... Está muerta. La han matado.
Luna y T. J. corrieron hacia ella y las tres se agarraron con fuerza unas a otras, llorando por la amiga a la que amaban y que habían perdido para siempre.

~

Corin estaba sentado frente al televisor, balanceándose adelante y atrás, aguardando. Llevaba tres días sin perderse un solo informativo, pero hasta el momento nadie sabía lo que había hecho, y creía estar a punto de reventar. Quería que el mundo supiera que la primera de las cuatro zorras estaba muerta.
Pero no sabía si había acertado. No sabía si aquella zorra era A, B, C o D. Esperaba que fuera la C, pues era la que había dicho aquello tan horrible de tener que esforzarse para ser perfecto. C era la que de verdad tenía que morir.
¿Pero cómo podía cerciorarse? Las había llamado, pero una de ellas no contestaba nunca al teléfono y las otras tres no le dijeron nada.
Pero ya había una de la que no tenía que preocuparse. Una menos, quedaban tres.

¡Ahí estaba! El locutor, con el semblante muy serio, dijo: «Un impresionante asesinato cometido en Sterling Heights siega la vida de una de las personas más famosas en los últimos días en el área de Detroit. Más detalles después de la publicidad.»
¡Por fin! Sintió que lo invadía un profundo alivio. Ahora todo el mundo sabría que no debía decir aquellas cosas del hombre perfecto de mamá.
Se balanceó adelante y atrás, canturreando en voz baja para sí:
-Una menos, quedan tres. Una menos, quedan tres.

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora