capítulo 45

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-Tendrá que dar una fiesta con ese motivo -dijo la señora Holland-. ¿Dónde hay un bolígrafo y un cuaderno? Tengo que hacer planes.
-Pero no necesito... -empezó Fionna, sin embargo al ver las expresiones de sus caras se detuvo a mitad de la frase. Ya tarde se dio cuenta de que, en efecto, necesitaba una fiesta que la ayudara a reponer lo que había quedado destrozado.
Le tembló la barbilla, pero se apresuró a ponerla firme de nuevo cuando entró en la cocina uno de los patrulleros trayendo dos latas de comida para gatos.
-El detective Abadeer les envía esto -dijo.
Agradecida por la distracción, Fionna miró a su alrededor buscando a Bubú. No se lo veía por ninguna parte. Fastidiado por verse abandonado en un entorno desconocido, seguramente estaría escondido por ahí. Fionna conocía sus escondites favoritos en su casa, pero no tenía ni idea de dónde podría haberse metido en la de Marshall.
Como cebo, abrió una de las latas de comida y a continuación se paseó despacio por la casa llamándolo por su nombre en voz baja, con la lata abierta en la mano. Por fin lo encontró detrás del sofá, pero incluso con la comida como cebo tardó quince minutos en convencerlo para que saliera de su escondite. El animal salió despacio y empezó a comer con melindres mientras ella lo acariciaba y se reconfortaba con su cuerpo cálido y sinuoso.
Pensó que tendría que llevar a Bubú a casa de Cake. No podía arriesgarse a tenerlo consigo en aquel momento.
Se le inundaron los ojos de lágrimas, y agachó la cabeza para ocultarlas al tiempo que se concentraba en el gato. Durante su ausencia, el maníaco había desahogado su rabia con sus posesiones. Aunque se sentía profundamente agradecida de encontrarse en la cama de Marshall en vez de la suya, no podía arriesgar de nuevo a Bubú y el coche de su padre...
El coche. Dios santo, el coche.
Se puso en pie de un salto, lo cual sobresaltó de tal modo a Bubú que corrió a esconderse de nuevo detrás del sofá.
-Enseguida vuelvo -gritó a la señora Kulavich y a la señora Holland, y salió corriendo de la casa.
- ¡Marshall! -gritó-. ¡El coche! ¿Has examinado el coche?
Su patio y el de Marshall estaban atestados de vecinos. Como el Viper estaba plantado justo en el camino de entrada, varias caras sorprendidas se volvieron hacia ella. No había pensado en el Viper, pero por mucho cariño que le tuviera, el automóvil de su padre tenía por lo menos cinco veces más valor y era totalmente irreemplazable.
Marshall salió a la veranda de la cocina, lanzó una mirada al garaje y bajó de un salto. Corrieron juntos hacia las puertas.
Aún estaba echado el candado.
-Ese tipo no habrá entrado, ¿verdad? -preguntó Fionna en un susurro de desesperación.
-Es posible que no lo haya intentado siquiera, dado que tenías el coche en el camino de entrada. Seguramente pensó que el garaje estaba vacío. ¿Hay alguna otra entrada?
-No, a no ser que se haga un agujero en la pared.
-Entonces no le habrá pasado nada al coche. -Rodeó a Fionna con un brazo y regresó con ella en dirección a la casa-. No querrás abrir la puerta con toda esa gente mirando, ¿no?
Ella sacudió la cabeza en un gesto empalico.
-Tendré que trasladar el coche a otra parte -dijo, planificando para el futuro-. Tendrá que quedárselo Finn, y Cake tendrá que cuidar de Bubú. Mis padres lo entenderán, dadas las circunstancias.
-Podemos guardar el coche en mi garaje, si quieres.
Fionna meditó unos segundos. Al menos así lo tendría a mano, y quienquiera que estuviera haciendo aquello no sabía que existía siquiera, de modo que estaría a salvo.
-De acuerdo. Lo trasladaremos cuando se haya ido todo el mundo.
No miró el Viper al pasar por su lado, pero se detuvo y observó fijamente las luces azules de los coches policía y preguntó a Marshall:
- ¿Está bien mi coche? No puedo mirar.
-Todo parece normal. No veo arañazos ni nada raro, y está todo entero.
Fionna lanzó un suspiro de alivio y casi se dejó caer contra Marshall. Él la abrazó y acto seguido la envió de vuelta a la cocina, al cuidado de Sadie y Betty.
Ya estaba anocheciendo cuando por fin le permitieron entrar en su casa. Se quedó sorprendida al ver toda la atención que habían prestado a algo que esencialmente constituía vandalismo, pero supuso que Marshall era el responsable de ello. Por supuesto, él no creía que fuera simplemente vandalismo.
Ni ella tampoco.
No podía. Al recorrer la casa observando los destrozos, inmediatamente se dio cuenta de lo personal que era todo. El televisor estaba intacto, cosa rara teniendo en cuenta que se trataba de un objeto caro, pero todos sus vestidos y su ropa interior estaban hechos trizas. Sin embargo, el asaltante no había tocado sus pantalones ni sus vaqueros.
En el dormitorio, las sábanas, almohadas y colchones estaban reducidos a despojos, los frascos de perfume rotos. En la cocina, todo lo que era de vidrio estaba destrozado, todos los platos, cuencos, vasos, tazas, hasta las pesadas bandejas de vidrio que nunca había utilizado. Y en el cuarto de baño, las toallas aparecieron intactas, pero los utensilios de maquillaje habían sido destrozados. Había tubos aplastados, polvos esparcidos, y todas las sombras y coloretes parecían haber sido pisoteados y hechos añicos.
-Ha destruido todo lo que es femenino -susurró, mirando a su alrededor. La cama era más bien genérica, pero la ropa de cama era femenina, de tonos pastel y con los dobladillos festoneados de encaje.
-Odia a las mujeres -convino Marshall, que se acercó hasta donde estaba ella. Traía el semblante serio-. Un psiquiatra tendría mucho trabajo que hacer aquí.
Fionna suspiró, exhausta debido a la falta de sueño y a la ingente tarea que tenía por delante. Miró a Marshall; él no había dormido más que ella, lo cual no sumaba más de un par de breves cabezadas.
- ¿Vas a ir hoy a trabajar?
Marshall la miró sorprendido.
-Naturalmente. Tengo que hablar con el detective que lleva el caso de Clara y meterle un poco de prisa.
-Yo ni siquiera voy a intentarlo. Necesitaré una semana para limpiar todo esto.
-No, nada de eso. Llama a una empresa de limpieza. -Le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cara para observar las ojeras de cansancio que le rodeaban los ojos-. Después échate a dormir, en mi cama, y deja que la señora Kulavich se encargue de supervisar la limpieza. La encantará

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora