capitulo 55

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Maratón 1/3

- ¿Estás de broma? Es maravilloso. Todos los que conocían a Clara lo entenderán, y si no conocieron a Clara, no cuentan.
Allí estaba Roger Bernsen, tratando de mezclarse con la gente. No se le daba demasiado bien, pero lo intentaba. No se acercó a hablar, pero es que no estaban allí para charlar con la gente. Se movieron de un lado para otro estudiando a la multitud, escuchando conversaciones.
Habían acudido varios hombres rubios, pero Marshall examinó detenidamente a cada uno de ellos y le pareció que ninguno prestaba una atención especial a Fionna ni a las otras. La mayoría de ellos iban en compañía de sus esposas. Sabía que el asesino podía estar casado y llevar una vida normal en apariencia, pero a no ser que fuera un asesino en serie frío como una piedra, revelaría alguna clase de emoción cuando se enfrentase a su obra y a sus otras futuras presas.
Marshall no creía que estuvieran tratando con un asesino así; las agresiones habían sido demasiado personales y demasiado emocionales, como las de una persona sin control.
Continuó observando a lo largo de todo el servicio religioso, el cual fue breve, gracias a Dios. El calor era ya sofocante, aunque Cheryl había contratado el servicio lo más temprano posible para evitar la peor parte del día.
Captó la mirada de Bernsen, y éste movió lentamente la cabeza en un gesto negativo. Tampoco había descubierto nada. Todo estaba siendo filmado y más tarde visionarían la grabación para ver si había algo que hubieran pasado por alto, pero Marshall no creía que hubiera nada. Maldición, estaba seguro de que el asesino acudiría al funeral.
Cheryl estaba llorando un poco, pero mayormente se mantenía controlada. Marshall vio que Fionna se secaba los ojos con el borde de un pañuelo de papel doblado: más estrategia femenina para preservar el maquillaje. No creía que sus hermanas conocieran todos aquellos trucos.
En aquel momento se aproximó a Cheryl una mujer guapa y delgada, y le estaba dando el pésame cuando de pronto se vino abajo y cayó en los brazos de la sorprendida Cheryl, sollozando.
-No acabo de creérmelo -lloró-. La oficina ya no es la misma sin ella.
T. J. y Luna se acercaron más a Fionna, las dos con la mirada fija en la mujer y con un gesto de «¿qué es lo que pasa?» en la cara. También se acercó Marshall. La gente estaba reunida en pequeños grupitos, ignorando cortésmente aquella escenita emocional, de modo que él no llamaría la atención si hacía lo mismo.
-Debería haberme imaginado que Leah iba a montar todo este teatro que tanto le gusta -musitó T. J. con fastidio-. Es la reina del drama -añadió para informar a Marshall-. Está en mi departamento, y siempre hace cosas así. No hay más que darle algo que sea mínimamente molesto, y ella lo convierte en una tragedia.
Fionna observaba la escena con expresión de incredulidad y los ojos muy abiertos. Sacudió la cabeza y dijo en tono lúgubre:
-La rueda aún sigue girando, pero su hámster está muerto.
T. J. reprimió una carcajada y trató de convertirla en tos. Rápidamente se volvió de espaldas con la cara roja, en un intento de controlarse. Luna se mordía el labio inferior, pero se le escapó una risita y también tuvo que dar la espalda a la escena. Marshall se tapó la boca con la mano, pero los hombros le temblaban. A lo mejor creían que estaba llorando.

~

¡Un vestido rojo! La muy zorra se había puesto un vestido rojo. Corin no se podía creer lo que estaba viendo. Era tan vergonzoso, tan vulgar. No lo habría creído propio de ella, y estaba tan sorprendido por su atrevimiento no pudo ni reaccionar. Madre estaría horrorizada.
Las mujeres como ella no merecían vivir. Ninguna de ellas lo merecía. Eran unas furcias, sucias e inmundas, y le haría un gran favor al mundo librándolo de ellas.

~

Luna suspiró aliviada cuando por fin entró en su apartamento y pudo quitarse aquellos zapatos de tacón alto. La estaban matando los pies, pero merecía la pena presentar un buen aspecto en nombre de Clara. Lo haría otra vez si fuera necesario, pero se alegraba de no tener que hacerlo.
Ahora que el funeral había terminado, se sentía entumecida, exhausta. El velatorio fue una ayuda inmensa; hablar de Clara, reír, llorar, había sido una catarsis que le permitió superar el día. El funeral en sí, el ritual, resultó reconfortante en sí mismo. Su padre le había dicho que los funerales militares, con toda aquella pompa y protocolo, y aquellos movimientos orquestados con tanta precisión, suponían un consuelo para la familia. Los rituales decían: Esta persona contaba. Esta persona era respetada. Y los servicios eran una especie de marcador emocional, un momento en el que el duelo podía honrar a los muertos y sin embargo establecer un punto de partida para el resto de sus vidas.
Era curioso el modo en que todas habían conectado con Cheryl. Era como tener a Clara, pero distinto, porque Cheryl poseía claramente una personalidad propia. Sería agradable seguir en contacto con ella.
Luna se echó los brazos a la espalda para buscar la cremallera del vestido, y ya la tenía abierta a medias cuando oyó que llamaban a la puerta.
Se quedó petrificada, con un súbito pánico que le congeló las venas. Oh, Dios mío. Estaba allí, él, seguro. La había seguido hasta casa. Sabía que estaba sola.
Se dirigió a hurtadillas hacia el teléfono, como si él pudiera ver a través de la puerta y supiera lo que estaba haciendo. ¿La tiraría abajo? Había entrado por la fuerza en la casa de Fionna rompiendo un cristal, pero ¿era lo bastante fuerte para echar abajo una puerta? Ni siquiera se le había ocurrido averiguar si su puerta era blindada o simplemente de madera.
- ¿Luna? -La voz habló en tono perplejo, grave-. Soy Leah. Leah Street. ¿Te encuentras bien?
- ¿Leah? -dijo débilmente. El alivio le causó un ligero mareo. Se dobló por la cintura respirando profundamente para controlar su agitación.
-He intentado hablar contigo por el camino, pero tú ibas demasiado deprisa -dijo Leah desde fuera.
Sí, así había sido. Estaba desesperada por llegar a casa y quitarse aquellos zapatos.
-Aguarda un minuto, estaba a punto de cambiarme de ropa.
¿Qué demonios hacía Leah allí?, se preguntó mientras iba hasta la puerta y retiraba la cadena. Sin embargo, antes de abrir acercó el ojo a la mirilla para cerciorarse de que se trataba de Leah, aunque ya había reconocido la voz.
Era Leah, con aspecto cansado y triste, y de pronto Luna se sintió culpable por el modo en que se había reído de ella en el funeral. No tenía ni idea de por qué querría Leah hablar con ella, ya que nunca habían intercambiado más que unas pocas palabras al cruzarse, pero le abrió la puerta.

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora