*Adaptación del cuento original "Solo vine a llamar por teléfono"(Autor: Gabriel García Márquez)Una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sólo hacia California
conduciendo una moto alquilada, Alejandro Fernández sufrió una avería en el
bosque del Condado de los Ángeles. Era un mexicano de 23 años,hermoso y serio, que
años antes había tenido un cierto nombre como artista de variedades. Estaba casado
con una maestra de primaria, con quien iba a reunirse aquel día después de
visitar a unos parientes en San Diego. Al cabo de una hora de señas desesperadas a
los automóviles y camiones de carga que pasaban raudos en la tormenta, el
conductor de un autobús destartalado se compadeció de el. Le advirtió, eso sí, que
no iba muy lejos.
- No importa - dijo Alejandro -. Lo único que necesito es un teléfono.
Era cierto, y sólo lo necesitaba para prevenir a su mujer de que no llegaría antes
de las siete de la noche. Parecía un pajarito ensopado, con un abrigo de estudiante y
los zapatos de playa en Abril, y estaba tan aturdido por el percance que olvido
llevarse las llaves de la moto. Una mujer que viajaba junto al conductor, de
aspecto militar pero de maneras dulces, le dio una toalla y una manta, y le hizo un
sitio a su lado.
Después de secarse a medias, Alejandro se sentó, se envolvió en la manta, y trató de
encender un cigarrillo, pero los fósforos estaban mojados. La vecina del asiento le
dio fuego y le pidió un cigarrillo de los pocos que le quedaban secos. Mientras
fumaban, Alejandro cedió a las ansias de desahogarse, y su voz resonó más que la
lluvia o el traqueteo del autobús. La mujer lo interrumpió con el índice en los
labios.
- Están dormidas - murmuró.
Alejandro miró por encima del hombro, y vio que el autobús estaba ocupado por
Persona de edades inciertas y condiciones distintas, que dormían arropadas con
mantas iguales a la suya. Contagiado por su placidez,Alejan se enroscó en el
asiento y se abandonó al rumor de la lluvia. Cuando se despertó era de noche y el
aguacero se había disuelto en un sereno helado. No tenía la menor idea de cuanto
tiempo había dormido ni en que lugar del mundo se encontraban. Su vecina de
asiento tenía una actitud de alerta.¿Dónde estamos? - le preguntó Alejandro.
- Hemos llegado - contestó la mujer.
El autobús estaba entrando en el patio empedrado de un edificio enorme y sombrío
que parecía un viejo convento en un bosque de árboles colosales. Los pasajeros,
alumbrados a penas por un farol del patio, permanecieron inmóviles hasta que la
mujer de aspecto militar las hizo descender con un sistema de órdenes primarias,
como en un parvulario. Todos eran mayores, y se movían con tal parsimonia que
parecían imágenes de un.Alejandro, el último en descender, pensó que eran
monjas. Lo pensó menos cuando vio a varias mujeres de uniforme que los
recibieron a la puerta del autobús, y que les cubrían la cabeza con las mantas para
que no se mojaran, y las ponían en fila india, dirigiéndolas sin hablarles, con
palmadas rítmicas y perentorias. Después de despedirse de su vecina de asiento.
Alejandr quiso devolverle la manta, pero ella le dijo que se cubriera la cabeza para
atravesar el patio, y la devolviera en portería.
- ¿Habrá un teléfono? - le preguntó Alejandro.
- Por supuesto - dijo la mujer -. Ahí mismo le indican.
Le pidió a Alejandro otro cigarrillo, y el le dio el resto del paquete mojado. "En el
camino se secan", le dijo. La mujer la hizo un adiós con la mano desde el estribo, y
casi le gritó "Buena suerte". El autobús arrancó sin darle tiempo a más. Alejandro
empezó a correr hacia la entrada del edificio. Un guardia trató de detenerla con
un teaser, pero tuvo que apelar a un grito imperioso: "¡Alto he dicho!".
Alejandro miró por debajo de la manta, y vio unos ojos de hielo y un índice inapelable
que le indicó la fila. Obedeció. Ya en el zaguán del edificio se separó del grupo y
preguntó al portero donde había un teléfono. Uno de los guardia la hizo volver a
la fila con toques en la espalda, mientras le decía con modos dulces:
- Por aquí, hermoso, por aquí hay un teléfono.
Alejandro siguió con las otras personas por un corredor tenebroso, y al final entró en un
dormitorio colectivo donde los guardias recogieron las cobijas y empezaron a
repartir las camas. Una mujer distinta, que a Alejandro le pareció m s humana y de
jerarquía mas alta, recorrió la fila comparando una lista con los nombres que los
recién llegados tenían escritos en un cartón cosido en la camiseta. Cuando llegó
frente a Alejandro se sorprendió que no llevara su identificación.
- Es que yo sólo vine a llamar por teléfono - le dijo Alejandro.
Le explicó a toda prisa que su moto se había descompuesto en la carretera. La
mujer, que era maestra, estaba esperándolo en Los Angeles para cumplir tres
compromisos hasta la media noche, y quería avisarle de que no estaría a tiempo
para acompañarla. Iban a ser las siete. Ella debía salir de la casa dentro de diez
minutos, y el temía que cancelara todo por su demora. El guardia pareció
escucharla con atención.
- ¿Cómo te llamas? - le preguntó.
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Solo vine a llamar por teléfono (Adaptación)
Krótkie OpowiadaniaAdaptación del cuento original de Gabriel García Márquez