Capítulo IV

157 22 6
                                    

.

.

.

—Esta semana iniciamos con los cimientos para la obra, según los planos que elaboramos con mi colega Taishō, deberían estar listos con las tuberías de drenajes y aguas pluviales en un mes. Contemplando una prórroga de quince días, por si llegáramos a tener cualquier contratiempo.

—Perfecto. InuYasha, ¿tienes a la mano el estudio de compactación de suelos? —preguntó Sayura. El ambarino asintió, entregándole en las manos el informe—. Todo está en orden. Kōga, ¿tienes alguna pregunta?

—Ninguna, hasta el momento todo va según lo estipulado. Me alegra saber que implementaron el sistema de protección contra sismos que utilizamos en París —comentó emocionado, le agradaba mucho que sus nuevos compañeros lo integraran rápidamente a su grupo de trabajo.

—Japón es un país altamente sísmico, cuando recibimos tu reporte con la sugerencia, la incorporamos de inmediato. Este proyecto es muy importante para nosotros y sus inversionistas —informó InuYasha a su nuevo colega.

Sayura observó fijamente a todo su equipo, se sentía satisfecha de tener la seguridad que en un trabajo tan vanguardista, que se enfocaba en alcanzar un paso más al futuro de su país, estaba siendo realizado bajo el nombre de su constructora. Sonrió para sí misma y le pidió amablemente a Hanagaki que siguiera con la exposición, habían muchos detalles a considerar y todos debían ser presentados en esa reunión.

Los minutos pasaron y el reloj marcaba la hora exacta para ir a almorzar. Todos los integrantes de la junta estaban exhaustos, el desgaste mental que tenían por no olvidar ningún dato los dejó agotados.

—Bueno arquitectos, eso es todo por el día de hoy —anunció Sayura a sus compañeros—. Antes de marcharse, quería comentarles que el viernes por la noche realizaremos nuestra tradicional cena de bienvenida. En esta ocasión nos acompañarán algunos inversionistas del proyecto. Les pido sean muy cordiales con cada uno de ellos. No olviden llevar a sus familias, están invitadas.

—Precisamente mi esposa me preguntaba ayer por la cena —expresó Miroku mientras se rascaba la barbilla con los dedos—. Debo llamarla para confirmarle la fecha.

—No puedes esperar hasta llegar a tu casa o hiciste algo para molestarla que debes correr a informarle —espetó InuYasha con sarcasmo.

Hanagaki vio a su amigo de reojo con el ceño levemente fruncido. Taishō en algunas ocasiones olvidaba que ya no eran esos chiquillos que se la pasaban haciéndose bromas, ahora eran unos hombres exitosos, con familias que debían cuidar y respetar.

—InuYasha —musitó haciendo que su colega le prestara toda su atención—, quiero llamarla porque las mujeres se tardan decidiendo que ropa usarán. No deseo que después me diga, que tuvo que correr para comprarse un vestido.

—Eres muy considerado Miroku, disculpa por mi mal comentario. —El azabache sonrió y le palmeó el hombro a su amigo. Él debería pensar igual, en lugar de estarse comportando como un niño—. Seguiré tu ejemplo y llamaré a Kikyō para avisarle.

—Tranquilo, no te preocupes. Anda, llama a tu esposa.

Desde su asiento Kōga observaba la escena en silencio. Él era un hombre muy independiente, siempre se encontraba rodeado de muchos conocidos, pero ninguno podía considerarse realmente un amigo. Ahora que se encontraba en un nuevo país y con nuevos compañeros, sentía que podía darse la oportunidad de experimentar ese valor llamado amistad.

—Veo que tú e InuYasha se llevan muy bien, ¿hace cuánto tiempo se conocen? —inquiero Matsuno con curiosidad.

—Prácticamente, de toda la vida —respondió Miroku con una sonrisa de medio lado a su colega—. Nuestras familias siempre han sido muy amigas, solo que InuYasha y yo comenzamos a interactuar cuando íbamos a cursar la secundaria.

Tarde [InuKag]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora