Capítulo VI

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El lunes por la mañana casi siempre era un poco cargado por los pendientes que habían quedado de la semana anterior en la constructora. InuYasha se encontraba en su oficina revisando unos planos en AutoCAD que debía presentar por la tarde, el azabache daba gracias al cielo que solo tuviera que corregir ciertos detalles o de lo contrario entregaría el peor trabajo de su carrera.

Había pasado un fin de semana tranquilo junto a su esposa.

Kikyō tenía deseos de visitar a sus padres y él sin poner ninguna objeción la acompañó. Sus suegros vivían en un templo a las afueras de la ciudad, rodeados de la tranquilidad de la naturaleza, algo que le venía perfecto a sus enredados pensamientos. Había ocupado esos días para meditar y entender que si quería evitar una tempestad, debía cambiar su actitud o toda su red de mentiras se iría al demonio.

Todavía no comprendía porqué tenía que pasarle eso, pero querer entender al destino era muy complicado. Analizó su comportamiento al final de la cena y se recriminó por haberle dicho todas esas estupideces a Kagome, era cierto que tenía mucho resentimiento y quizá ella también lo tuviera, era entendible. Lo triste es que con eso no llegaban a nada, solo complicaban más la situación. Quisieran o no, tenían que convivir, por lo menos el tiempo que durara el proyecto. ¿Por qué rayos tenía que ser todo tan retorcido? ¿Por qué no podía seguir con su tranquila vida sin tenerla presente? ¿Por qué por mucho que lo deseara no podía sacarla de sus pensamientos?

Suspiró y siguió con su trabajo, le faltaba poco por terminar, pero el mal sabor en la boca lo estaba matando. Quería hablar y desahogarse, quería escuchar lo que él mismo se había repetido una y otra vez, quería que alguien más le dijera que era un completo imbécil.

Como si sus deseos hubieran sido una orden sucedió que alguien al otro lado tocaba la puerta. No tenía que adivinar de quién se podía tratar, pues su mejor amigo tenía una manera particular de hacerse notar.

—Buenos días, InuYasha. ¿Cómo estás? —saludó el ojiazul a su compañero.

—Buenos días, Miroku. No tan bien como tú, eso es claro.

—¿Por qué? ¿Te sucedió algo el fin de semana? —inquirió mientras se sentaba frente a su colega—. Creí que el mal momento ya había pasado.

—Bueno... —suspiró—. Al terminar de la cena ya no pude hablar contigo y el fin de semana fuimos a visitar a los padres de Kikyō. No quería interrumpir tu descanso. Además, tenía mucho en qué pensar.

Hanagaki lo observó y se frotó la barbilla con su mano derecha, era claro que el ambarino quería decirle algo, lo percibió desde que regresó del baño la noche en el restaurante, pero esperó a que el mismo InuYasha encontrara el momento para contarle. Lo conocía a la perfección, sabía que si le insistía o presionaba, haría que actuara de una manera poco agradable.

—Sabes que no eres ninguna molestia, pero agradezco tu consideración. Yo tampoco tuve unos días encantadores. Sango estaba muy triste con todo lo que pasó. Esa noche, al volver a nuestra casa lloró, parecía una niña indefensa sollozando entre mis brazos. Le ha afectado mucho el regreso de Kagome y su indiferencia, así que comprendo que para ti debe ser todavía más doloroso —dijo calmado colocando ambas manos sobre el escritorio—. InuYasha, esto no será fácil, pero no puedes aferrarte al pasado, lo hablamos, y tú comprendiste que lo mejor era hacer ese asunto olvidado. Nada va a retroceder el tiempo, pero sí podemos intentar vivir en paz, por el bien de todos.

—Miroku, eso lo tengo muy claro, el problema es que esa noche, cuando salía del baño, me encontré con Kagome y —rechinó los dientes—, fue un idiota. Le recrimine cosas estúpidas. ¡Quién carajos soy yo para decirle que no puede regresar al país! Soy patético —golpeó el escritorio con fuerza con ambos puños.

Tarde [InuKag]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora