Capítulo 19: A falta de tiempo

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Si no podemos controlarlo, quemaremos el mundo.

–¡Kathe, recuerda que hoy te toca volver por la ruta número 4!–su voz taladró las paredes

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–¡Kathe, recuerda que hoy te toca volver por la ruta número 4!–su voz taladró las paredes.

Katherina rodó los ojos, que tenía este hombre que siempre gritaba.

–Lo sé agente González, tengo las rutas grabadas en la memoria– tomó las llaves del auto y las metió en el bolso–. Si sigue gritando de esa forma, esto dejará de ser un lugar seguro.

–Te dije que me llamaras por mi nombre de pila, tres meses son demasiado para seguir llamándome–hizo unas comillas imaginarias al asomarse por el marco de la puerta–Agente González, lo dices como si fuera uno cualquiera.

Kathe no pudo evitar sonreír, este chico era todo un personaje.

–Si no te importa Sal–enfatizó su nombre de pila–, voy a salir–aumentó el tono de voz con la palabra salir–de esta mazmorra–dijo abriendo la puerta.

–¡Muy madura! –gritó antes de que la puerta se cerrara.

Negó con la cabeza antes de bajar por las escaleras. Después de varios meses, había confianza entre ellos. Incluso a la primera semana. Ambos sabían que no era normal que cambiaran los agentes que vigilaban, pero, Carlos, el que precedió a Salvador, tuvo que marcharse a una misión en el extranjero. No dio más indicaciones, tan solo se despidieron.

No debió volver de la misión.

Al día siguiente de la despedida, apareció Salvador, agradable a la vista y muy divertido. Hacía que su retención no fuera tan aburrida. Se supone que debía haber testificado hace seis meses, pero, hubo varios problemas con las pruebas y decidieron aplazarla hasta nuevo aviso. Y tras cinco meses, dieron las noticias de que el juicio definitivo sería a mediados de agosto.

Quedaban dos semanas para el gran día. Después del juicio, podría llevar una vida medio normal o eso le habían dicho.

Caminó hacia el aparcamiento y buscó con la mirada su Volkswagen Golf V de color negro. No estaba mal, 140 caballos, del 2006, 6 velocidades... Un coche de segunda mano que pasaría muy bien desapercibido. Se metió dentro y encendió el aire acondicionado.

–Tu estabas presente con lo de Melisa, ¿no? 

La voz de Sebastián hizo que su corazón se acelerara, menudo susto. El micro se había encendido. Solía llevar un pinganillo por el que escuchaba a Salvador y a Abel, en el supuesto caso de que necesitara ayuda, ellos hablarían con ella. También llevaba una cámara en uno de los pendientes, estaba bastante bien escondido, el problema era la conexión, se perdía con gran facilidad. De todas formas, llevaba otra en el bolso.

¿Por qué hablaban de  Melisa?– Se preguntó.

–No–la voz de Abel sonó firme.

Kathe no pudo evitar sentir un escalofrío, aquel fue un día espantoso. Encendió el motor y condujo para salir del aparcamiento. Abel hizo voz de fondo mientras manejaba.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora