Life is now so terrible.
Abre los ojos. Exhala el aire que ha mantenido unos instantes en su abdomen y se desinfla como un globo. Repite el ejercicio varias veces frente a la puerta. Quiere entrar, pero, a la vez, no. O, mejor dicho, sabe que debe hacerlo porque no tiene otra opción que no sea quedarse en medio de la calle. Aunque, ¿Sería eso tan malo?
Se sacude. No ha vivido lo suficiente como para entregarse a la indigencia tan rápido. Así que roza el botón del telefonillo con su dedo índice, pero no es capaz de presionarlo. Lo aparta como si quemase con una idea en mente. Alza la cabeza y no lo piensa demasiado, con la poca energía que dispone, quizás tirando de la necesidad por mantener su llegada en secreto, lanza las maletas, que caen al otro lado de la verja. Pero esa es sólo la parte fácil, ahora le queda reunir fuerzas y dejarse impulsar por el deseo de encerrarse y esconderse para siempre. Así que pone todo de su parte para que no se quede en un intento y escala la verja, tensando sus músculos e ignorando el temblor insostenible de su cuerpo debido al esfuerzo por un segundo.
La caída al césped no duele tanto como recordaba ni le cuesta demasiado ponerse en pie, sólo que ha perdido la costumbre. Tiene heridas que duelen más que cualquier pequeño arañazo que aparece en sus mejillas, o el rojizo color que adoptan sus manos debido a cómo se ha rasgado su piel en la subida. Le arden las palmas, pero se obliga a recoger las maletas, semiabiertas por el golpe, y camina hacia el porche de la casa haciendo el mínimo ruido. Se coloca en posición defensiva, manteniendo las distancias y fijándose en cada detalle, en todo lo que su campo visual le permite; y agudizando su oído para captar algún sonido que le proporcione la información necesaria: si hay alguien en la casa. Eso es lo que más le sorprende, cómo parece que todo está tan en calma. De hecho, por un momento duda si se ha equivocado de chalet. La inquietud le hace retroceder al llegar hasta el pequeño porche y la mantiene petrificada frente a la puerta de madera con tres cerraduras bañadas en color oro.
De nuevo, la necesidad de desaparecer es lo que provoca que introduzca las llaves correspondientes y abra la puerta de entrada con sumo cuidado, dejando que sea la propia inercia y la suave brisa las que la inviten a pasar. Da gracias, internamente, cuando es capaz de vislumbrar la semi penumbra en la que se halla el domicilio, casi confirmando que no hay ni un alma. Esa es la paz que tanto implora, pero aún desconfía, así que se dirige a la primera puerta de la izquierda, cerrando tras de sí. Y cuando se encuentra en su habitación, la sensación es tan abrumadora que las maletas se le escapan de las manos y tiene que deslizarse hasta que siente el frío del suelo en su trasero.
Permanece con la mirada fija al frente, pero no es capaz de ver nada. La poca luz que entra por la ventana de su izquierda enfoca una porción a los pies de la cama revestida con una manta amarilla, manteniendo en las sombras la mesita de noche y la litera de su derecha. Pasa un segundo antes de que sea capaz de ponerse en pie y buscar el interruptor de la luz, que reafirme la idea de que nada ha cambiado. En efecto lo hace, pero eso no sirve para disipar la idea de que es una intrusa. Se frota los brazos y apaga la luz antes de ser descubierta, valiéndose sólo de la linterna de su teléfono móvil. La débil luz proveniente de este la acompaña en su camino a la cama, facilitando su tarea de deshacerla y poder entrar. Antes de hacerlo, deja el aparato en la mesita de noche y se introduce en las sábanas aspirando el aroma del detergente favorito de su madre. El olor a fresas debería reconfortarla, pero no lo hace. Sigue sintiéndose como un ladrón, alguien que no pertenece a ese núcleo y sólo viene a estropearlo. Técnicamente, ha saltado la valla como uno, pero no es la primera ni será la última vez que lo haga. Pero cualquier idea es bien recibida si eso le asegura que podrá esquivar las miles de preguntas de su madre y cómo no será capaz de contestarlas, excusarse, pues ya se encargará su progenitora de responder por ella. Eso es lo que querrá, y siempre hace; reprochar y crear un monólogo con el único fin de minar la moral de la muchacha. Y, en medio de ambas, se encontrará ese ser que suele salir escaldado por su deseo de no echar más leña al fuego: su padre.
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Temptations II
Fanfiction[Segunda parte de Temptations] Te fijaste en él. Te fiaste de él. Y caíste en la tentación por él. Entonces, ¿Qué es lo que queda ahora? [No acepto copias ni adaptaciones. Está registrada, así que si alguien intenta robarla, que sepa que puedo toma...