Quiero que me oigas amarte

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Éste es un fragmento que me he guardado en el 2014. Hasta el día de hoy no recuerdo de dónde es que lo copié, pero de que le agradezco a mi yo de 14 años por haberlo guardado, lo hago. Porque es hermoso, en cantidades enormes.
Si alguien conoce la fuente, ¡por favor, ni dude en compartirla! Quien haya escrito ésto, sepa que escribió uno de mis textos favoritos. Mis créditos a vos.

—Quiero intentar algo que puede ayudar— dice. —¿Tienes tapones?
¿Tapones?
Sé que puede ver la confusión en mi expresión. De todas formas, asiento y señalo hacia la mesa de noche. Se inclina sobre mi, abre el cajón y toquetea dentro. Cuando los encuentra, vuelve a mi lado de nuevo. Luego los coloca en la palma de mi mano. Hace un gesto para que me los ponga en los oídos.
—¿Por qué?
Sonríe y me besa, después lleva los labios a mi oído.  —Quiero que me oigas amarte.
Bajo la mirada hacia los tapones, a continuación la levanto hacia él interrogativamente.
—¿Cómo puedo oírte con si llevo puestos éstos?
Sacude la cabeza, luego coloca las manos sobre mis oídos. —No aquí— dice. Mueve la mano hacia mi pecho. —Quiero que me oigas justo aquí.
Esa es toda la explicación que necesito. Rápidamente me pongo los tapones y ajusto la cabeza en la almohada. Todo el ruido a mi alrededor lentamente se apaga. No era consiente de todos los sonidos que oía hasta que ya no corrían por mi cabeza. Ya no oigo el tic-tac del reloj. Ya no oigo la actividad normal fuera de la ventana. No puedo oir las sábanas moviéndose debajo nuestro, o la almohada debajo de mi cabeza, o la cama cuando él cambia su peso.
No oigo nada.
Agarra mi mano y la abre, luego la gira y la coloca sobre mi pecho.
Una vez más mi mano está nivelada contra mi corazón, llega hasta ni cara y con la mano acaricia mis ojos, cerrándolos. Se aleja hasta que ya no toca ninguna parte de mí.
Se queda quieto, y ya no lo siento moverse a mi lado.
Está en silencio.
Está oscuro.
No oigo absolutamente nada. No estoy segura de que esto esté funcionando como me lo imaginaba.
No escucho nada, salvo completo silencio. Oigo lo que Ridge oye en cada momento de su vida. De la única cosa de la que soy consiente es de mi propio latido y nada más. Nada en absoluto.
Espera.
Mi latido.
Abro los ojos y lo miro. Está a varios centímetros de distancia de mi en la cama, sonriendo. Sabe lo que oigo. Sonríe nuevamente, luego aleja las manos de mi pecho y las pone sobre el suyo. Lágrimas comienzan a inundar mis ojos.

—Esta vez, la firma pertenece a la dueña de ésto.

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