Capítulo 5

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CAPÍTULO 5

El descomunal peso que cargaba sobre sus hombros le estaba destrozando lentamente. Hasta la última fibra de su ser estaba concentrada en reunir fuerzas con las que soportar el intenso dolor que atravesaba todos y cada uno de sus músculos. Diago era consciente de que si no resistía hasta que Vyns volviese, Lyam moriría allí mismo. Su espalda cedió un poco más, sólo un milímetro, y Diago se dijo que no pasaría de ahí. Empezó a notar el cansancio y expulsó de su cabeza las protestas de sus agotados músculos por un castigo tan desmesurado. Si era preciso, sucumbiría, pero antes agotaría hasta el último resto de fuerza que le quedara. Dejar morir a un compañero no era una opción.

No recordaba la última vez que una situación límite había exigido de él que escogiera entre su vida y la de alguien bajo su mando. Llevaban una eternidad en tiempos de paz, sin conflictos, y se suponía que su misión era muy sencilla. Nunca antes una tarea relacionada con los Menores le había supuesto dificultad alguna. Sin embargo, un embarazoso fracaso amenazaba con manchar su reputación y su honor.

Un crujido resonó entre las húmedas paredes y la espalda de Diago descendió una vez más. Morir en una cloaca de Londres persiguiendo a un Menor se le antojó como el fin más humillante al que podía aspirar. Se rebeló internamente contra un destino tan carente de dignidad y profirió un grito inhumano que retumbó por los túneles, recabando sus últimas energías. Los brazos le dolían más que cualquier otra parte del cuerpo, como si se los estuvieran triturando. En un par de minutos más, como máximo, sus fuerzas se extinguirían por completo.

Vyns reconoció aquel grito con un estremecimiento. Diago estaba en apuros. Dejó en el suelo el cuerpo que transportaba y se lanzó a la carrera por el túnel. Descendió corriendo, saltando y esquivando los montones de desperdicios y basura que poblaban las alcantarillas de Londres. Llegó al final del corredor y giró a la izquierda. Siguió avanzando hasta que cruzó un pequeño arco de piedra y llegó a la estancia donde se encontraban sus compañeros.

La pared opuesta a la entrada por la que llegó Vyns medía cinco metros de largo. Estaba desencajada por la parte de arriba y se inclinaba en un ángulo inferior a los cuarenta y cinco grados bajo el peso de toneladas de tierra y piedra. Diago era la única razón de que no terminara de derrumbarse. Estaba agachado, con una rodilla sobre el suelo y los brazos extendidos en cruz, soportando toda la carga sobre su cuerpo. De sus puños caían gotas de sangre y Vyns vio dos pequeños charcos rojos debajo de cada brazo. Montones de escombros se esparcían por el suelo enfangado. La fina cara de Diago estaba a punto de estallar y el sudor le recorría desde la frente hasta la barbilla, y seguía por el cuello empapando su ropa. A sus pies había un cuerpo tirado, inconsciente, en el que Vyns reconoció a Lyam por su chaqueta blanca y azul. Enseguida comprendió que Diago no podría resistir mucho más.

Se acercó hasta ellos y se agachó dispuesto a sujetar la pared para que pudieran escapar.

-No -susurró Diago-. Lyam primero... Resistiré.

Vyns no dudó. Cogió a Lyam por los hombros y lo llevó hasta el arco de piedra por el que había entrado en la cámara. Diago era su superior y debía acatar todas sus órdenes, pero no fue ésa la razón de su obediencia. Pese a que Diago no le caía especialmente bien, y a que en su opinión un Custodio no debía estar destinado fuera del Nido, Vyns no había tenido un solo motivo para dudar de las decisiones que éste había tomado hasta el momento. Así que dejó a Lyam en lugar seguro y regresó veloz como el viento.

-Tu turno -dijo Vyns apoyando su hombro contra la pared-. Sujetaré la pared hasta que salgas de ahí y cuando atravieses el arco dejaré que se venga abajo. ¿Podrás llegar hasta él?

Un leve movimiento de los ojos fue la única respuesta que Diago le pudo ofrecer, pero bastó para que Vyns lo entendiera.

-¡Vamos allá!

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora