Capítulo 38

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Capítulo 38

Adranne me saca de la casa sin apenas darme tiempo a lavarme o recomponerme los huesos, si cabe. Tras comprobar que la herida en el muslo de Tam no estaba infectada, la hemos dejado descansando en la casa. Pero yo no puedo descansar, al parecer, el Gran Maestro lleva ya varios días exigiendo mi presencia.

—¿Has visto a Aura? —le pregunto secamente a Adranne.

Lo cierto es que estoy enfadado con ella. Casi morimos en varias ocasiones en este maldito viaje. He hecho lo que he hecho porque confié en sus palabras cuando me habló de que quería evitar la guerra. Todavía creo en ella, creo que sus motivos son nobles, pero me está empezando a cansar tanto ocultismo. Claro que yo no soy quien para hablar, soy el primero que ha mentido a Aura desde que llegó a la ciudad.

—Llevo con ella desde que te fuiste. La he cuidado bien —resuelve—. La he estado entrenando, ahora es más fuerte, puede que tenga alguna posibilidad de sobrevivir si no conseguimos nuestro objetivo.

—¿Cómo está? ¿Te ha hablado de mí?

La serpiente se detiene escasos segundos para cruzar una mirada conmigo. Le saco casi dos cabezas y casi me la llevo por delante al frenar en seco. Esperaba que se fuera a burlar con algo como «qué egocéntrico eres, Kleyer, ¿qué te crees, que se ha pasado los dos meses de tu ausencia llorándote? No eres tan importante». Pero no, lo que veo en su mirada es algo parecido a la... pena. El hecho de apoyar brevemente su mano sobre mi muñón en un gesto de consuelo confirma mi primera impresión. Hubiera preferido la burla, la verdad.

—¿Qué pasa? —pregunto—. Se ha olvidado de mí, ¿verdad?

—Oh, no, eso nunca —me intenta sonreír, pero se nota que la amabilidad no va con su personalidad—. Pero han pasado... cosas. Será mejor que lo hables tú con ella.

—¿Qué clase de cosas? —insisto, cuando ella reanuda la marcha.

—Háblalo con ella, Kleyer, yo no soy quién para meterme en tu relación.

—Bien que te gustaba meterte cada vez que podías antes de marcharme.

Adranne se encoge de hombros y suelta un largo suspiro, pero no me responde.

—Está enfadada, ¿no? Le dije que serían unas semanas y han sido unos meses —persisto.

—Está enfadada, sí, pero lo hablarás luego con ella. Yo no quiero saber nada, bastante he hecho ya tragándome sus quejas y su cara de amargada cada mañana —farfulla. Ahí está, la Adranne que yo conozco.

Decido dejarlo estar, ya me preocuparé luego por ello.

—Estáis preparándoos para la guerra, ¿no? —pregunto, en su lugar.

—Pues claro, ¿cómo no íbamos a hacerlo? Nosotros tenemos una misión, pero el tiempo se nos está echando encima. Los humanos tienen que poder defenderse llegado el caso.

—Quedan tres meses para la guerra, ¿verdad?

—Sí, un poco menos, quizás. Depende de cuándo quieran empezar a venir a por los niños, porque puede haber embarazos desde el día uno de la época de celo y embarazos del final de la época de celo. Es un amplio margen, pero yo diría que serán tres meses, sí. Mejor venir cuando tengas a tu disposición a todos los niños posibles, ¿no crees? —murmura.

Me encojo de hombros. No tengo ni idea, yo no estoy planeando secuestrar neonatos ni conquistar un territorio. Tras nuestra pequeña charla, caminamos algunos minutos más en silencio, uno al lado del otro. Pronto, me doy cuenta de que estamos saliendo de la ciudad.

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