| Capítulo 9 |

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24 de Mayo de 2022

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24 de Mayo de 2022

Si bien Sunoo y Sunghoon me insistieron en que podía ir a su casa por las tardes, aún no lo había hecho.
Con ellos la confianza crecía a niveles desmesurados, pero por el momento, el resto solo habían sido meros espectadores de lo sucedido y no tenía seguridad para ir simplemente a pasar el rato con ellos.

Por la noche todo era diferente, claro estaba. Su casa, más conocida como la antigua mansión abandonada, se volvía una especie de submundo en el que a todo el mundo le apetecería entrar. Incluso a alguien que se quejó, y ahora se arrepentía, es decir; yo.

Esa noche era una de ellas. Estaba a punto de entrar, porque la puerta estaba abierta con total desinterés por parte de los chicos por si alguien que no debía entraba. Miré a los lados por última vez antes de adentrarme en el mar de luces coloridas como el arcoiris, donde nada importaba y todo era como uno quisiera. Donde reinaba la lujuria y el sentido desaparecía por completo.

Puse un pie dentro. Luego el otro, y ya estaba empezando a hacerme efecto la música, el olor a alcohol que siempre había y la imagen de la gente bailando uniforme, todos formando una multitud cuadrada en medio del salón principal.
Tenía ante mis ojos la imagen perfecta que muchas veces se mostraba en videoclips o películas.

Fui directamente a donde estaba el ponche, porque no veía a los chicos. Supuse que estarían disfrutando, bailando camuflados entre la gente, arriba o puede que algunos haciendo uso de una habitación con otra persona. Solo esperaba que ese último no fuera el caso de Sunghoon o Sunoo.
De alguna manera, habían capturado mis pensamientos. Se apoderaron de ellos, y ahora solo pensaba en ellos dos.
Ese era el problema. Pensaba en los dos.
Jake ya ni siquiera me importaba. No en ese sentido, al menos. Su beso me dejó estupefacta, pero cuando dejé de pensarlo me di cuenta de que no me atraía ni la mitad de lo que me atraían los otros dos mencionados.

Me serví por primera vez un vaso del ponche con alcohol, aprovechando que al día siguiente no tendría instituto ni tampoco ninguna reunión importante con mi familia materna.
Lo observé por un momento. También lo olfateé esperando encontrar la razón de por qué se me hacía tan familiar, pero solo pude verificar todo el alcohol que llevaba por su fuerte aroma.

Su sabor empezaba a ser demasiado adictivo. Lo cierto es que siempre lo fue, pero desde algún punto aún más.
Las últimas veces que había ido, tenía que bajar constantemente para servirme de nuevo, y temía volverme incluso más adicta al probar el que llevaba alcohol. Sin embargo, la curiosidad por su sabor era mucho más fuerte.

Le di un trago a mi vaso y abrí los ojos como platos al notar que, si cabía, estaba aún más sabroso. El sabor metálico que tan curioso y adictivo lo hacía se había aliviado un poco, y ahora se parecía al sabor del vino tinto.
Esa mezcla le daba el toque para que terminara de volverse mi bebida favorita, sin ni siquiera yo saber qué era exactamente. Debía de llevar varias cosas, porque nunca probé un ponche así.

Empecé a mirar a los alrededores mientras bebía constantemente. La decoración del lugar era muy oscura y nunca me había dado cuenta por las luces de colores, pero observando bien se podía llegar a notar. Además, al fondo había esculturas y ese tipo de cosas, que la gente bailando al ritmo de la música tapaba.

El piso de abajo siempre había tenido habitaciones cerradas a las que nunca se logró acceder, porque la llave de estas se perdió al mismo tiempo que la casa se abandonó, a saber por quién. Sentí curiosidad por si seguirían así o los chicos habían logrado abrirlas. Había pasado poco tiempo, pero probablemente llamaron a un cerrajero para conseguir una réplica de la llave original o algo por el estilo.

Rellené mi vaso antes de tomar camino hacia donde comenzaban a aparecer esas puertas anteriormente cerradas, dispuesta a comprobar si seguían en el mismo estado.


Atravesar a la gente era complicado. Empujaban y algunos, pero pocos, estaban empapados de un sudor con un olor bastante notorio en el ambiente.

También me di cuenta de que las caras que había nunca se me hacían familiares, sino que la gente que aparecía solía ser distinta cada noche, o al menos a la que lograba verle el rostro.

Finalmente, alcancé una zona en la que no había personas. Respiré por fin tras haber forcejeado con estas para que me dejaran pasar a base de empujones, y miré mi chaqueta blanca. Parecía manchada de sangre, pero tan solo era ponche, algo poco creíble a juzgar por el color de esta. Supuse que iba a tener que tirarla antes de salir, o parecería una psicópata en medio de la noche.

Me la quité y la dejé tirada por los suelos mientras me acercaba a la primera puerta.
Intenté abrir y, sorprendentemente, lo conseguí. La curiosidad me invadió todavía más y me sentí nerviosa porque por fin iba a poder ver cosas que antes no pude, aunque ahora, muy probablemente, estuvieran remodeladas y no fuera como cuando la mansión estaba desierta y con actividad paranormal por cada esquina.

En total, eran tres habitaciones las que iba a poder ver por primera vez, aunque fuera solo su amplitud y cómo los chicos las habían decorado.

Por fin, terminé de abrir para mostrarme a mí misma la habitación.
Un comedor. Uno enorme.

La distribución de esa casa siempre me pareció extraña desde el primer momento en el que, bien pequeña, la vi. Incluso una niña como yo se dio cuenta, y aparentemente los chicos no se molestaron en cambiar eso, pues ya había podido ver que en el piso de arriba todo estaba repleto de habitaciones innecesarias. Más de seis, que eran las que ellos necesitaban. Y abajo, un gran salón principal, demasiado grande, con tres habitaciones entre las que estaba un comedor apartado y dos cuartos más que ahora iba a mirar.

Cerré algo decepcionada, pero más curiosa que antes. Fui hacia la que estaba próxima.
También se abría, como esperé, y esta vez era algo normal; un baño. Empezaba a extrañarme que no hubiera uno, aunque aún no había observado todos los cuartos de arriba suponiendo que todos eran dormitorios.

Y entonces fui hasta la puerta de la tercera. Esta, a diferencia de las otras, era de una madera más blanquecina y el picaporte era dorado. Me pregunté por qué eso era así, tal vez para que destacara, notando además que estaba muy alejada y resaltaba demasiado. Pero ¿por qué?
Cuando fui a abrir, me di cuenta de que esta puerta seguía cerrada.
Y entonces noté las dos manos de Sunoo en mí. Ya lo extrañaba. Una en cada pecho.
Eso me provocó un susto, porque no me lo esperaba, y brinqué sorprendida mientras me giraba a mirarlo.

—¿Qué haces? —me preguntó sonriente.
—Nada. —me di la vuelta por completo para quedar frente a él. Volvió a apegarse, esta vez en un abrazo cariñoso—. Me voy a casa. Llevo aquí un rato pero no os he visto.
—Te acompaño. —me dio un beso rápido en la mejilla y se colocó a mi lado, dándome la mano, para así comenzar a andar hacia la puerta principal.

...

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