Su última esperanza

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—Venga.

—Te he dicho que no.

—Pero...

—Zel, ya basta.

La bebida de Lina golpeó con fuerza la mesa. El contenido formó olas contra las paredes de vidrio y la taberna entera guardó silencio. Hasta la lluvia de fuera parecía intentar contener el aliento ante ese despliegue de mal genio.

Zel tragó saliva. El chico no estaba acostumbrado a suplicar, así que las siguientes palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Tardó un par de segundos en dejar que estas subieran y tardó otro más en paladearlas.

—Por favor, Lina.

—No.

Los ojos de la quimera fulminaron a su amiga y ella resopló, enfadada. Llevaban en ese bar horas. Lo que había empezado como una conversación tranquila y una alegre puesta al día, ahora se había ido caldeando. Ahora, sus bocas llenas de anécdotas se habían torcido y su humor sabía avinagrado, justo como la cerveza de ese tugurio.

—¿Pero por qué no?

Lina puso los ojos en blanco. Era la tercera vez que le había hecho esa pregunta.

Después de diez años, la quimera había vuelto a dar por fin señales de vida pero, por desgracia, este no era el reencuentro que la hechicera esperaba. Su primera impresión había sido de sorpresa. El tiempo parecía no haber pasado por su piel de piedra. Lina tenía el pelo sembrado de pequeños mechones blancos y a Gourry le había crecido una barba espesa y rubia. Sin embargo, la cara de Zelgadis seguía igual que siempre, con esas piedras afiladas acentuando su joven rostro, con ese pelo de alambre tan fino y tieso.

El chico les había pedido verse en Zoana por carta y, desde que se habían sentado a comer, no había hecho otra cosa que hablar y hablar. Hablaba en concreto de la Biblia Claire. Zel quería la ayuda de Lina para volver a subir al Pico del Dragón. Quería encontrar otro pasadizo y preguntarle a la Biblia cómo recuperar su aspecto. Y Lina ya le había dicho tres veces que no, pero él insistía. Insistía y volvía a insistir. Una y otra vez.

Dejando de lado su rostro, la quimera tenía un aspecto terrible. Su aspecto era desaliñado. Su capa color arena estaba teñida de manchas de todos los colores y su mirada era nerviosa, casi imperativa. Iba de la hechicera al mercenario rubio y, después volvía a fijarse en ella.

—No lo entiendes, Lina. Ya he mirado en todos lados. He investigado fuera de la barrera y he rebuscado en todas las bibliotecas, en todos los templos. Esta es mi última esperanza.

—Ya te lo he dicho. Sabes que Milgazia sólo nos dejó pasar esa vez por temor a Xellos. Los dragones no van a ser tan simpáticos la próxima vez que subamos. Y nosotros no somos rivales para ellos.

—Entonces busquemos a Xellos y...

—Creo que Lina ya te ha dicho que no, Zelgadis.

Gourry, que había estado escuchando todo el rato en silencio, despegó por fin los labios. Su seria mirada barrió la mesa, haciendo que la cerveza espumeara de vergüenza, que la quimera cerrara la boca.

Un silencio incómodo se sentó a la mesa con ellos y los tres desviaron la mirada. El cielo se teñía ya de colores naranjas y rosas mientras las sobras de la comida se enfriaban en sus pequeños platos. Todos parecían molestos, todos parecían cansados.

Lina estudió por un momento a su amigo. Tenía la boca apretada, las manos tensas en forma de puños. Parecía de verdad desesperado.

—¿Por qué ahora?

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