Adiós. Ya no volveré a ver las lágrimas huyendo de tu bramido interno. Ya no me tendréis que ver suplicando otra noche este final que lleva en mí tanto tiempo que lo considero uno más en mí.
Mi adiós es por todos vosotros que habéis estado ahí, y aunque esta enfermedad me pudriera por dentro, me separase de vosotros, sé que nunca moriré del todo, porque siempre habrá alguien que me recuerde. Y mientras tanto, mi presencia vivirá con ese recuerdo.
Realmente lamento haberos hecho sentir así, mientras me moría, mientras mis celulas malignas se multiplicaban por mi interior, y mutilaban mis órganos, y finalmente mis pensamientos. Sé que no me queríais decir nada, que no queríais que me preocupara, pero llevaba sabiendo que mi final sería éste mucho tiempo. Desde que vi las caras llorantes de aquellos que me venían a visitar hasta que me vi en el espejo, lo sé. Pero no os culpo, siempre habeis querido lo mejor para mí, y si sigue siendo así, lo mejor para mí es que sigáis adelante, que lloréis cuando haya que llorar, pero vuestra sonrisa siga iluminando mi lugar de reposo hasta que no quede nadie que atestigüe los males de este mundo. Porque si no me quejo de mi muerte, es porque hay infecciones peores en el mundo.
Hay infecciones peores en el mundo, en la sociedad. Enfermedades sin antídoto aún, y aunque parecen disminuir, eso no sirve, continúan ahí hasta que alcancemos la cura. Machismo, discriminación, racismo, homofobia, guerras, religión, todo ello la herida sangrante de nuestros días, y nosotros, plaquetas, no somos capaces de cerrarla.
Por eso os pido, amigos, que sigáis adelante. Que esta carta llegue hasta el más humilde rincón. Porque al igual que este alma lo desea, muchas otras almas perdidas en vida lo desean, y nuestra unión vencerá a los desastres. Así que no me lloréis. Luchad. Quered. Sentid. Amad. Y sobre todo, vivid.