Epílogo

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— ¿Hola, señor Park? Llamaron para avisar que la conferencia se ha adelantado una semana y que posiblemente, se extenderá un par de días más.

Murmuro algunas palabras y cuelgo el teléfono.

No puedo dejar la sonrisa contagiosa que está ahora en mis labios, la misma que aparece cada vez que se acerca la hora en que mi tiempo en la oficina se termina. Esa hora que me indica que soy completamente libre, que no tengo más líos de oficina de los cuales preocuparme, que puedo salir corriendo como alma en pena.

Esa hora que me indica que puedo verlo.

Verlo.

Apenas la palabra aparece en mi mente, mi sonrisa se ensancha y ordeno los documentos de la mejor forma que puedo, intentando no lanzarlo todo al suelo o terminar mezclándolos unos con otros.

De inmediato, descuelgo mi abrigo y me dirijo a la salida lo más rápido posible. La vida de escritorio no combina tanto conmigo, pero creo que lo estoy haciendo bien. O al menos, lo intento.

Mientras estoy saliendo, puedo ver cómo la mayoría de los empleados me miran sonrientes con una especie de afecto y respeto. Porque definitivamente, cuando estoy en horario de trabajo, intento dar la imagen del gerente de la empresa más serio y respetable existente sobre la faz de la tierra. Sin embargo, apenas cruzo la puerta que me separa de la salida y le echo una mirada al reloj, vuelvo a ser el mismo crío inmaduro de siempre.

Más aún cuando la hora de verlo está cerca. Porque no importa el día ni el lugar que sea; cada vez que la hora de verlo está cerca, me siento como si la mejor parte de mi día estuviese por llegar.

Soy capaz de salir cantando o hacer alguna que otra locura, como aquella vez, que corrí desde el aeropuerto hasta mi casa solo por verlo un momento más, solo por poder obtener un momento más de sus ojos, de su sonrisa.

Porque puede que sea un sujeto inmaduro, pero soy el inmaduro más enamorado y estúpido del mundo y eso nadie lo puede negar.

Cruzo la pista y me encamino en este rumbo que después de haberlo recorrido durante tanto tiempo, me he memorizado tan bien. En todos estos años, las cosas han cambiado demasiado.

Sobre mi padre, él ahora habla conmigo; algunas veces, cenamos juntos, pero cada vez que le toco el tema de disculparse, lo evade de inmediato. Típico de él. Aunque todavía no quiera aceptarlo, todos los meses hace enormes donaciones a la clínica donde Jungwon trabaja y siempre se asegura de separar las citas donde sea él, quien precisamente lo atienda.

Estoy seguro que esa es su forma de acercarse a él y que siempre va con la intención de disculparse por lo de hace años, pero el orgullo no le permite hacerlo.

Pero bueno, ¡así es la vida, señores!

Hay personas que cambian; hay otras que no.

Hay veces en las que Jungwon va a verme a la oficina; hay otras en las que el que va de infiltrado a su clínica, soy yo.

Hay veces en las que le toco la guitarra; hay veces en las que él me pide que deje de tocar ya.

Hay vacaciones en las vamos recorriendo el mundo; hay otras que preferimos pasar en casa.

Hay veces que nos quedamos mirando el amanecer; hay otras en las que nos dormimos mucho antes.

Hay veces en las que él cocina; hay veces en las que el que se pone el delantal soy yo.

Hay veces, tantas veces.

Son cosas que van dando vuelta, como si fuesen una ruleta que gira sin parar.

𝙄𝙉𝙊𝘾𝙀𝙉𝘾𝙄𝘼 𝙋𝘼𝙎𝙄𝙊𝙉𝘼𝙇 » 𝙅𝘼𝙔𝙒𝙊𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora