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Nada, no recordaba nada de aquella calle. Ni sus colores ni la vida que llevó allí. Cada que intentaba memorizar sólo se hallaba en una laguna sin emoción. A Jaehyuk le molestaba el hecho de no recordar su niñez, porque ahora debía mirar cada numeración para hallar la casa de su madre.

Eran las 14:02 de la tarde y sus pies ardían, sus piernas dolían, sus hombros pesaban y sus manos casi ni se sentían. Llevaba dos mochilas pesadas y una maleta a ruedas que por suerte no le arruinaba la existencia. Además, cargaba unas cuantas bolsas con tonterías que ni Jaehyuk sabía para qué las quería consigo.

— Siete cincuenta y nueve...siete cincuenta y nueve...siete ¡Bingo! — gritó al ver la numeración dorada en una puerta de las tantas. Era café y delicada, al igual que toda la casa pintada de tonalidades diferentes de rosa. Grandes ventanales la adornaban y un jardín verde con un sector diminuto con flores de diferentes colores. Aunque lo que más su atención llamaba era el rosal que se dejaba ver entre tanta simpleza. Sus rosas eran amarillas en el nacimiento y luego se difuminaban a un rosa con algunas zonas siendo más oscuras que otras.

Un camino de piedras le dio la bienvenida y no tardó en recorrerlo con el corazón a mil y su pulso temblando. Sus ojos palpitaron y su lengua varias veces pasó por la suavidad de sus labios, humectándolos. Cuando estuvo frente a la puerta, después de subir dos escalones, tocó el timbre y esperó ansioso a la mujer que gritó un "¡Ya voy!" desde dentro de la residencia.

La puerta se abrió dejando ver a una bonita mujer con sus ojos rasgados con largas y oscuras pestañas, labios rojos y finos, y una figura bien cuidada siendo acompañada por un vestido pegado al cuerpo de un rosa pastel elegante. Joyas y otros accesorios seguían en su recorrido.

— ¿Jaehyuk? —. La bonita mujer entrecerró por momentos sus ojos celestes y luego sorprendida la sonrisa más bella se iluminó en su delicado rostro y a Jaehyuk le llenó el corazón. Ahora entre sus brazos había escuchado el seco ruido de sus pertenencias al caer y el ladrido de Chow Chow por el escándalo.

— Hola, ma.

— Estas tan grande...— susurró acariciando la piel del hombre que le llevaba tres cabezas por encima. — Y tan parecido a él...—. El final probablemente habría estado de más, pero fue inevitable no mencionarlo, aún si el castaño no entendía a lo que ella se refería.

Vestido con su camisa blanca, su corbata negra y sus jeans del mismo color, no era consciente que, con su cabello castaño peinado a un lado y su rostro serio, era la viva imagen de un hombre que le gustaba vestir de traje.

Pero Jaehyuk nunca lo sabría.

— Pasa, pasa — dijo ella haciéndose a un lado, dándole el espacio necesario para adentrarse a la morada rosada. Lo ayudó con las mochilas, pues el cachorro no se dejaba tocar por una extraña y su hijo le había dicho que era mejor mantener distancia hasta que el canino de acostumbrara.

La casa era una mezcla de colores y tonalidades que le daban tanta vida. Entonces recordó que la mujer vivía sola y con razón deseaba tener al menos un espacio que le alegrara. Porque aquel lugar no era ni semejante al apartamento donde vivió. La casa no tenía goteras ni paredes escarapeladas, tampoco tenía olor raro, de hecho, el aroma a vainilla se dejaba sentir en el ambiente. Las flores de diferentes colores adornaban cada rincón otorgando su elegancia y frescura.

— Es hermosa.

— Antes no era tan hermosa, pero gracias ¿Quieres ver tu cuarto? — preguntó ella tirando las mochilas a uno de los sillones blancos de la sala.

Caminaron por un pasillo repleto de cuadros que curiosamente en varios se encontraba el castaño. Quizás sus abuelos le habían enviado aquella foto donde se lo veía con vacas a su alrededor, o la que se encontraba repleto de barro cuando tenía catorce años.

La mujer frenó en una de las tantas puertas y le dio la bienvenida al pequeño cuarto de paredes blancas. Una cama en el medio con sábanas minimalista en colores, una mesita de luz, un escritorio con su respectiva silla, y un armario blanco con un espejo en una de sus puertas.

— No sabía si tenías la misma afinidad que tenías de chico con los autos, por eso decidí que lo mejor era algo más maduro. De igual forma tus cosas de la niñez están guardadas en cajas en el sótano.

Jaehyuk sonrió con inocencia, alegrando la existencia de la mujer que lo acompañaba. Se adentró a la habitación y le hizo saber que todo estaba bien y que era perfecto tal como estaba. La pelinegra asintió feliz dejando solo a su único hijo en la calidez de una habitación que no le traía recuerdos.

Algo que sí le llamó la atención fue el hecho que a pesar que su madre le había dicho que sus cosas estaban en cajas y fuera de allí, él pudo notar que en la única silla que tenía había un muñequito de colección con la forma de un gato. Y Jaehyuk supo que al menos su afición por aquel animal había sido de nacimiento.

 Y Jaehyuk supo que al menos su afición por aquel animal había sido de nacimiento

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𝑆𝑖𝑙𝑒𝑛𝑡 𝐵𝑢𝑟𝑠𝑡 | °Jaesahi° Donde viven las historias. Descúbrelo ahora