Un pequeño paso en un mundo nuevo

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Gina Dupain no era una persona difícil de comprender.
Ella amaba a su familia, amaba a sus pokémon y amaba viajar. No en ese orden. Todo por igual. Eran las cosas más importantes en su vida.

Criarse en AltoMare fue maravilloso. La ciudad era preciosa con sus múltiples canales de agua, calles adoquinadas, puentes hermosos y el museo de fósiles. Por no hablar del Tour Acuático cada año, que atraía competidores y visitantes de todas partes del mundo, con la ciudad vestida como para un carnaval.

Gina tenía un lugar especial en su corazón para su ciudad natal, pero el mundo entero era su hogar y ella iba a donde el destino la llevara.

Ciertamente, nunca esperó enamorarse de un hombre en las tierras dónde los pokémon no estaban permitidos. Ella solo había tenido curiosidad por ese lado del mundo que parecía mucho más lejano de lo que en realidad era.
Pero sucedió. Se había enamorado, casado y dado a luz a un fuerte y maravilloso niño.
Gina sabía que su corazón no había estado en un mal lugar cuando Roland había accedido a viajar con ella y su hijo de vuelta a su hogar algunas veces al año, superando su aversión por las "cosas nuevas" una vez que Gina le contó la historia de la guerra y cómo, antes, las personas y los pokémon vivían en armonía en todos los rincones del mundo.

Su hijo Tom se acostumbró a su mundo como un Marill recién evolucionado al agua. Le encantaba pasar las vacaciones en AltoMare, jugar con los pokémon de su madre y aprender toda clase de recetas con sus abuelos maternos.

Parecía que había pasado una eternidad desde eso.

Ahora era el turno de su nieta para aprender todo lo que este magnífico mundo tenía para ofrecer.
Y Gina estaba más que feliz de compartirlo con ella.

Sentada en el borde de la piscina tras el Centro Pokémon de ciudad Cañadorada, con su más antiguo compañero, Blastoise, descansando en el agua, Gina balanceó suavemente una pokéball entre sus dedos.
Después de escuchar a su pequeña hada, sobre todo lo que había estado viviendo los dos últimos años, la enorme responsabilidad que tuvo que asumir y todos los problemas que trajeron para ella, Gina estaba segura de cuál pokémon conseguir como regalo de bienvenida para su nieta.

Miró de nuevo su teléfono y decidió que era un buen momento para ponerse en marcha.

—Vámonos, Blastoise —el pokémon parecido a una gran tortuga nadó hacia ella —El avión donde vienen Marinetta y sus amigos debe estar aterrizando pronto —Blastoise asintió con la cabeza mientras Gina sacaba su respectiva pokéball de un soporte como dije de una sencilla cadena que colgaba por su cuello —regresa —luego de ajustarse sus botas de tacón, Gina se encaminó fuera del establecimiento para dirigirse al aeropuerto local.

~∆~

Movimientos inusuales estaban interrumpiendo el sueño de Marinette. No es que fuera un sueño agradable de todos modos, pero estaba tan cansada que no podía despertarse aunque quisiera.

Y, de repente, algo más la obligaba a despertar.

— ¿Marinette? Mari-hime, despierta. El avión está aterrizando —la mano en su hombro -consecuente con la voz de Kagami- y el beso en su mejilla desde el otro lado, la persuadieron a abrir los ojos.

Blanco fue lo primero en su vista. El techo blanco de un avión. A su lado, entre ella y la ventana, estaba Luka, dándole una sonrisa enamorada. Al otro lado, Kagami todavía tenía una mano en su hombro, dándole una mirada suave con sus ojos almendrados.

Marinette cubrió un bostezo, descubriendo que llevaba una manta encima que claramente no recordaba — ¿Él avión ya está bajando?

—Sí, Mari-hime. Dormiste durante las cinco horas del vuelo —informó la esgrimista. Ella misma solo había logrado dormir unas tres horas.

Sol. Luna. Estrellas. MiraculousDonde viven las historias. Descúbrelo ahora