Mi vida en 143 metros

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Son nueve meses los que pasamos en el vientre de nuestra madre, a veces siete o incluso tres nada más.

La manecilla de mi reloj se vuelve zurda, gira de una manera interminable que se vuelve tan difícil verla. Estoy postrado en la cama nuevamente, estoy viendo el techo blanco sobre mi cabeza, pilas de libros desbordándose en cada rincón de mi cuarto...

            — ¿Nuestros padres estarán consientes de cada cosa que hacen delante de nosotros? — Claramente sé que a mi edad estas cosas ya no deberían preocuparme, estoy a unos años de graduarme de la universidad, incluso, estoy a tres pasos de saltar de la planta treinta y cuatro de su estructura («143 metros de altura») pase meses pensando en formas insólitas de terminar con la existencia de este muchacho de 23 años, y redacto en tercera persona porque ya no sé quién soy... Cada vez que trató de visualizar lo que debo ser, siento que estoy lleno de basura, como si tratara de ser alguien que no soy.

         Seguramente papá se sentiría desconcertado con todos estos pensamientos, el nunca escuchó sobre la privación voluntaria de la vida. Mamá, sin duda haría un drama con todo esto; se culparía por cada cosa, culparía la ausencia de papá todos estos años y sobre todo... demandaría a los que me golpearon en la escuela, aunque en ese entonces ellos también eran niños. Estuve con docenas de terapeutas, pero ninguno de ellos logró mejorar algo en mi comportamiento.

         Mi madre, es de las que siempre quieren que estemos arropados, de las que no dejan levantarte de la cama cuando estas resfriado, de las que no te dejan salir sin una sombrilla, es una de las mejores madres del mundo. Pero tenía tanto miedo a herirla si le contaba lo que pasaba cuando salía de casa, ella tenía muchos problemas con papá, discutían muy seguido cuando hablaban por teléfono; yo no podía echar más peso a la situación.

         Lamento tanto haberme dado por vencido en aquel amor, lamento tanto haberle fallado, lamento tanto dar el último paso para que aquello llegará a ser solo un sueño. Todo en ella comenzó a vivir en otro mundo esa noche, había otro corazón y yo no quería vivir con su recuerdo.

         Los buenos viejos tiempos, la historia del hombre honesto, aquel corazón inquieto por la tierra prometida, un beso sutil y un juguete roto, y al final... todo se desboronó esperando una señal.

         Todo esto se volvió tan confuso y revuelto, pensamientos se enjuagan en mis ojos; el recuerdo de nunca haber tenido un amigo me quebrantaba más, la memoria de ser considerado un "niño problema" por ser malo en matemáticas y el complejo de inapetencia que me creé por ser malo en deportes. No soy un cliché de la pubertad, soy alguien que ha robado, que ha fumado, que ha mentido y que ha matado. Si, así es. Soy un asesino.

         Maté quizá a siete personas, aun no sé si la escena cuatro fue una de mis hazañas. Él estaba borracho esa noche, quizá cortarle los frenos a su coche estuvo demás, pero aun así lo agrego a mi lista porque en cierto tiempo me produjo un placer enorme.

         La primera persona que murió en mis manos, fue algo preocupadamente un accidente... El me recordó que no tenía un padre en casa, me enfurecí tanto que accidentalmente le corté el cuello con unas tijeras; lloré tanto esa noche... No sabía que iba a pasar conmigo, no sabía que iba a pasar con mamá después de enterarse de mi accidente. Extrañamente a los dos días, nadie se enteró de que yo había sido el culpable de aquella horrible muerte de mi compañero, nadie me había visto. Las semanas pasaron y la culpa fue disipándose entre risas y libros. Los demás fueron menos culpa y más placer, olvidé por completo que se podía llegar a sentir dolor, hasta hace una semana.

         Mate brevemente a siete personas y herí quizá a más de veinte, y no sentía culpa de ninguna hasta ese día cuando veía la foto donde mamá me sostenía de la mano y yo traía puesto un traje de playera y pantalones cortos con dibujos de aviones; un niño inofensivo y lleno de amor. Fue lamentable que nunca aprendí a controlar las cosas... Le había fallado a mamá.

         Mis crayones, mi caja de juguetes, mi libro de cuentos... todo había perdido sentido desde aquel momento en que atravesé el límite; cuando laceré el tórax de aquel amor que se negó a seguirme. Había perdido el control.

         Estoy postrado en la cama nuevamente, estoy viendo el techo blanco sobre mi cabeza, pilas de libros desbordándose en cada rincón de mi cuarto... La puerta está cerrada pero logro escuchar los lamentos de mamá porque papá le está quemando alguna parte de su cuerpo con un cigarrillo. Todo pasó muy lento sobre mi cabeza; la negación de mi madre al reconocer que yo tenía un problema, mi padre pateando los muebles porque llegó borracho nuevamente, mi padre prometiendo que me llevaría a pasear aquella tarde en la que nunca regresó, mi padre confesándole a mamá que no la amaba y que tenía una nueva familia que si lo complementaba, páginas de libros quemándose a los pies de mi cama, mi primer cigarrillo, mi primer poema, mi madre llorando, mi padre gritando, mi madre abrazándome, mi madre trabajando... Todo aquello paso de una manera interminable, era muy difícil ver, era muy doloroso. Aun no sabía si todo aquello era producto de otro de mis ataques, donde me imaginaba que había matado a alguien o donde alguien me quería matar, siempre tuve esa clase de problemas alucinógenos, pero ya es demasiado tarde para averiguarlo. Esto era bastante real, el aire se introducía en mi pelo y suavizaba mi rostro, mis huesos se sentían como una pluma, estaba dejando todo aquel plomo en cada metro que caía, la aguja del reloj era diestra nuevamente, era lenta, era real.

        

        

        

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