La cazadora de los pergaminos.

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La gente crea rumores sobre una mujer enmascarada que empuña una katana, el brillo de su hoja se compara con el de un destello veloz, del pueblo solitario de las montañas ella es su guardiana.

Fuego, agua, viento y tierra. Elementos que sirven como herramienta a la protectora de estos lares. Sellos mágicos adornan las casas protegiéndolas de la oscuridad.

¿Y los demonios?

Temen salir de noche pues ella es tan brillante como nuestro sol naciente.

—¡Aunque como dije solo son rumores, chico! —bromeo un anciano mientras le servía una taza de té.

El poco frío restante lo abandonó mientras que la calidez del hogar cobijaba su cuerpo.

Su mirada, aunque puesta en el té, no se enfocaba en la bebida sostenida entre sus manos magulladas y rasposas, las cicatrices hormiguearon ante el contacto liso de la cerámica.

—Si, solo rumores...

Recuerdos de esa noche nublada vagaban por su mente. Y sin saberlo, desde la distancia ella también rememoraba lo sucedido.

Horas atrás, estupefacta al ver una ola de aire emergiendo de los árboles, era tan fuerte que muchos de los animales escaparon de allí nada más vino el siguiente torbellino aún más grande que el anterior.

Con pasos agraciados aterrizó en una de las ramas de un árbol encontrándose con el origen de las oleadas de aire colosales.

En el epicentro de un claro, un joven de aspecto sencillo, pecas y de un pelo tan verde como los cientos de los arbustos a su alrededor. En su mano, una boken de madera, desgastada por el tiempo y su uso constante, el muchacho empuñó con firmeza su arma antes de dar una gran bocanada de aire, al exhalar una gran nube de vaho salió despedida, prueba del invierno recién entrante con cada día que pasaba. Entonces alzo los brazos y dio el tajo.

Fue alucinante.

Un solo tajo ascendente basto para llevarse lo poco que quedaba a su alrededor, se había expandido a tal punto que pareciera un cráter en lugar de un prado, siendo destruido en el proceso por esa abismal fuerza.

Todo lo que el viento se llevó fue perdido por el resto del bosque, debido a una nueva oleada tuvo que reafirmar el agarre de su máscara en su rostro, atándolo con el mismo nudo como era costumbre.

Los ojos curiosos de la joven observaron con detenimiento los brazos temblorosos del muchacho quien con visible esfuerzo los movía para volver a ponerse en posición.

Ella pudo percibir a través de todo ese aire arremolinado el aroma a hierro proveniente de la sangre fresca. Tampoco es que fuera a llamar la atención de animales salvajes todos ya habían abandonado el sitio como si de un desastre natural se tratase.

Más sin embargo no era exenta de atraer atención indeseada.

Con gracia y suavidad en una danza mortal, casi tan antigua como la humanidad misma, la joven corto los cuellos de tantos monstruos se acercarán al muchacho, quien inconsciente de sus actos atraía más y más de esas bestias.

Apoyándose un momento en una rama nuevamente, ella dio una media vuelta girando su cintura, esquivando la garra de otra alimaña. Y dando un giro completo con katana en mano asestó un último tajo fulminante. Cuando se volteó para ver al chico este estaba tirado en el suelo, sus manos hasta sus antebrazos estaban hinchados y sangrantes.

Sin embargo, lejos de mostrar dolor el muchacho la veía anonadado.

Bajando del tronco se acercó y lo miró, sus ojos en la oscuridad entre los agujeros en su máscara de búho le daban un aura enigmática.

—¿Puedes pararte? — Su voz fue suave como la brisa, se perdía y casi no se pudo entender por la máscara.

El chico de pelo verde asintió aún perplejo, sin poder dar crédito a lo que veía.

La muchacha alzó su katana y apunto hacía su derecha —Ve al pueblo cercano y trata tus heridas, veré que ningún demonio se te acerqué.

Una vez más no dijo ninguna palabra, pero asintió ensimismado.

Con algo de torpeza se incorporó y camino hacia donde la chica enmascarada le dijo. No supo porque, pero al pasar a su lado no pudo mirarla directamente, apenas pudo ver unos mechones castaños salir de la máscara.

Avanzó entre el desastre que dejo, siendo vigilado desde lejos.

Al volver a parpadear el chico observo el humo de su bebida caliente, regresando a la realidad a su alrededor, refugiado en la casa de un desconocido. Aun así, las sensaciones pasadas lo acompañaron.

El aroma cálido y metálico de la sangre entre la brisa gélida llegaba a su nariz, el dolor que sufrían sus pulmones al calar el aire helado y el vaho caliente salir de su boca, el calor que su cabeza generaba por un corte limpio en su frente y el sudor frío que recorría su espalda.

Aquel fulgor proveniente de la hoja danzando a gran velocidad se comparaba con el de una estrella fugaz, en un mar de sangre y cenizas. Quienes dijeran que eran solo rumores no sabían cuán equivocados estaban.

Y él lo sabía mejor que nadie, por qué fue testigo de ello, fue testigo...

De la cazadora de los pergaminos.

En ese mismo momento, en los alrededores una joven veía desde el tronco de un árbol la interacción entre el joven tan peculiar y la familia que le dio cobijo durante la noche.

La luna detrás de ella la reveló cual figura acechante.

Al quedar descubierta de las sombras ella desaparece en un pestañeo, en un destello de luz abandonó el tronco en donde estaba apoyada desapareciendo, dejando atrás un rastro de plumas que cayeron lentamente y suavemente siendo llevadas por el viento.

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Sin más que escribir me despido.

Chao].

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⏰ Última actualización: May 27 ⏰

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