CAPÍTULO XV

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DEIMOS

El repiqueteo molesto de unos tacones de aguja me pusieron alerta en el instante en que los brazos de Brina me apartaron de ella.
Con el corazón latiéndome con fuerza, me coloqué frente a ella para protegerla a toda costa de quien fuera que se hubiera atrevido a entrar en mi casa.

Con los tacones color rojo sangre, el vestido de tubo hasta por debajo de la rodilla y el pelo moreno recogido en un apretado moño, la mujer que alguna vez se hizo llamar mi madre nos miraba con aires de superioridad desde el final de la escalera.
Detrás de ella, Dánae agachaba la cabeza en el habitual gesto de molestia e incomodidad que siempre adoptaba frente a nuestra progenitora.

Me mantuve en mi posición. Los ojos de Nyx hicieron contacto con los míos. Todo en mi interior gritó alerta cuando esos se dirigieron a la morena tras de mí.

Sentí sus cálidos dedos rozar la piel de mi guante, el contacto relajándome de inmediato. Mi madre se acercó a pasos lentos y tortuosos a nosotros, haciendo que el acelerado ritmo de mi corazón no aminorara y que el agarre de Brina sobre mi mano se hiciera más notorio.
Los ojos de mi madre la recorrieron de arriba a abajo, analizando cada rasgo de su rostro y cuerpo, hasta volver a parar en sus orbes marrones.
Alzó una ceja y juntó las manos sobre su abdomen, volviendo su mirada a mi y levantando la comisura de sus labios.

Fijé la vista en mis pies, incapaz de sostenerle la mirada más de lo necesario, y noté como todo mi cuerpo empezaba a temblar ligeramente.
Mi progenitora recorrió todo el camino hasta nuestro gran sillón lentamente, el sonido de sus tacones todavía sonando en mi cabeza para cuando se sentó, indicándonos con una sola mirada que la imitáramos.
Dánae se apresuró a cumplir con su orden, como siempre, mientras que yo me mantuve inmóvil junto a la puerta, aún sintiendo el calor de los dedos de Brina sobre mi guante.

Nyx carraspeó dos veces y sacó del bolsillo de su delicada y costosa chaqueta un pequeño aparato negro que hizo que tanto mi hermanita como yo nos pusiéramos tensos.
El modificador era usado en aquellos alumnos que se rehusaban a cumplir órdenes con el propósito de modificar su comportamiento y hacer que se rindieran. Yo mismo había experimentado incontables veces lo que ese diminuto pero letal instrumento podía causar.

Con un suspiro, agarré con fuerza la mano de Brina, entrelazando nuestros dedos, y caminé hasta estar frente a esos ojos gemelos a los míos que me causaban escalofríos de tan solo mirarlos.
Podía sentir el acelerado pulso de Brina a través del contacto de nuestras manos. Le di un pequeño apretón en un intento de tranquilizarla, cosa que hizo después de dar un respingo asustada y sus ojos viajaran a los míos. Sonreí a modo de disculpa y puse la atención en mi madre, cuyos ojos no se separaban ahí donde mi mano sujetaba con fuerza la de la morena.

Nos mantuvimos en el más incómodos de los silencios por lo que parecieron horas, aunque solo fueran segundos, hasta que a mi querida hermana se le ocurrió decir:
− ¿A alguien más le apetece un café? -

Tres pares de ojos se posaron en ella plasmados de diferentes expresiones. Podía ver que la molestia en los de mi madre, la confusión en los de Brina y la diversión en los míos propios. Dánae alzó las cejas e hizo un gesto para quitarle importancia mientras sus ojos viajaban a sus piernas de nuevo, juntando las manos sobre su regazo.

− Sabéis por qué estoy aquí – dijo de pronto mi madre – el tiempo acordado para cumplir con la misión ha finalizado. Ahora bien, he conseguido que se os den un par de semanas más para acabar con ella o enviarán a alguien más. A alguien ... mejor – terminó mirándome de arriba a abajo.

− Creía que no había nadie mejor que yo – refuté.

− Creías mal. Los tiempos cambian, Deimos, y los sistemas también. Puede que se te considerara el mejor años atrás, pero siempre aparecerá alguien mejor -

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora