ACCESO DENEGADO.

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Me limité a oír los latidos de su corazón, mientras reposaba mi cabeza en su pecho. Disfrutaba de esos momentos en silencio, donde las palabras no hacían falta y disfrutábamos el uno del otro. Minutos en los que me aferro a su cuerpo. Segundos eternos.

Era una tarde de otoño, afuera aún agobiaba el calor en Buenos Aires, como si el verano se rehusara a abandonarnos, quejandose de la inagotable cantidad de gases tóxicos que liberan esos monstruos de metal creados por el Hombre, egoísta y frívolo, que se olvida de sus raíces y de la Tierra que lo alberga. Esa Madre Tierra que tanto daña.

Nos encontrábamos recostados en la cama de la habitación que tenia en el último piso de mi casa. Alejada del resto de la familia. Ese era nuestro lugar.
Mi cabeza sobre su pecho. Escuchaba con atención sus latidos y me dejaba ir por las caricias que él me hacia en la cintura. Se dormía, como de costumbre, muy fácilmente. Por lo general , yo quedaba un rato más despierta y luego me dejaba vencer por el sueño y la paz que él me transmitia. Pero ésta vez me perdí en los recuerdos que se disparaban violentos y constantes en mi mente y me dejé llevar...

- ¡Chile y la puta madre! - dije, enfurecida, dentro del auto.
- ¡Callate, Lucía! (Susurró reprendiéndome) ¿No ves que te puede escuchar? - Mi hermana, frustrada, señaló al empleado de la Aduana Chilena, tratando de contenerme.

Habíamos viajado tres mil kilómetros en auto, teniendo como punto de salida Buenos Aires y como punto de llegada, Tierra del Fuego. Éste último se vio imposibilitado ya que, desafortunamente, con mamá habíamos olvidado actualizar mi DNI y esto era condición necesaria para cruzar a Chile y luego poder volver a entrar a nuestro país por Tierra del Fuego. Mis papás se sentían cansados, frustrados. Tantas horas viajadas dentro del auto para nada. Pero supieron mostrarse fuertes, esperanzados, como si eso que estaba sucediendo no fuese la gran cosa. Y así se tragaron semejante desilusión.

- Creí que iba a poder sacarle fotos al Faro del Fin del Mundo - Dije mientras lloraba al ver que el auto retrocedía, tomando el mismo camino que pensé no vería hasta dentro de una semana. Porque mi ilusión era esa, y odio que mis planes se vean frustrados. No quería nada más que viajar al fin del mundo, con mi cámara, y tomarle una foto.
- Ya vamos a volver... - Dijo entre dientes papá, comiéndose la bronca.
- ¿Qué hace Chile en el medio? Es ilógico que no podamos pasar a nuestro propio país - Escuché decir a celeste y vi por el retrovisor a mamá contener las lágrimas, la angustia, la desilusión. Estábamos todos en la misma. Una desilusión inmensa sostenida por horas se vio derrumbada en un segundo. Ella no omitió palabras, porque sentía cierta culpa. En parte, había sido su responsabilidad no haberme llevado, con dieciséis años, a actualizar mi documento de identidad. Así que sólo calló.

- Vamos a pasar estos días en Calafate de nuevo - Dijo papá, decidido - No pienso volverme ya a Buenos Aires. Estoy cansado de manejar tanto.
- ¿Calafate otra vez? - Preguntó mi hermana.
- ¿Tenés una idea mejor? - Pregunté sarcástica.

Y así, retomamos viaje. Esta vez sólo se escuchaban las ruedas del auto como un silbido constante al rozar con el pavimento de la ruta. Fueron cuatro horas eternas. No había charla, ni música, ni risas. Cada uno se encerró en el pequeño habitáculo de su mente y el viaje siguió como si nada.
Vi lagos, montañas, arboles de todo tipo y color. Vi un horizonte inmenso. A veces desaparecía por gigantes pedazos de tierra que se elevaban a nuestro alrededor. Vi colores, vivos y apagado, y un inmenso e infinito cielo turquesa que se extendía limpio sobre nosotros. Zigzageamos entre montañas, inmersos en la patagonia argentina. Yo zigzagueaba en mi cabeza, también.

Luego de unas horas, llegamos a destino. De nuevo. Ya habíamos estado el verano anterior, y Calafate no es muy grande que digamos. Entramos al centro con el auto buscando hospedaje. Un largo boulevard se extendía frente a nosotros, invadiendonos de luces, carteles y gente. Pero algo llamó mi atención: se repetían carteles de publicidad constantemente, donde te invitaban a participar del festival "Del Lago". Constaba de tres noches, con diferentes espectáculos deportivos en agua, cielo y tierra. Y para cerrar cada día, grandes bandas tocarían en un predio. Esa misma noche le tocaba a No Te Va Gustar. La conocía, pero jamás le había prestado atención.

Y creo poder decir que, esa misma noche, comenzó todo.

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⏰ Última actualización: Apr 23, 2015 ⏰

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