Epilogue. -Part. 1.-

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Lucius Cardaellaine y Deirbhile Cardaellaine. Testimonio N°2.

Las frías gotas rociaban las ventanas del Palacio. Un lúgubre silencio se paseaba cómodamente por los pasillos, abrazando a la servidumbre y acompañándolos hasta sus propias moradas. El viento golpeaba unas cuentas veces aquella bella estructura puntiaguda envuelta el marfil, oro y diamantes. Bajo la luz de una luna no más finada que aquel cuerpo, reposando dolorosamente en una gota de agua diamantina que reflejaba lo más bellos colores. Sus cabello flotaban y danzaban mientras su rostro anunciaba el más placido y doloroso de las ensoñaciones. Y sin embargo, lo más mortuorio no era ella, sino aquel joven que se posaba contrito, removido en escarmientos hasta en las aficiones más cotidianas. Aquel joven ya era ajeno al reposo y a la paz, y solo estaba a unos pasos de estrechar lazos con la locura, sino le había dado la mano ya.

- Su Majestad - Lo interrumpió uno de sus caballeros, Este se quedó callado unos segundos esperando su reacción, pero este solo permanecía sentado frente a la luminosa cúpula - Su Majestad - Insistió y aclaró su voz - Debería comer algo...

- Mis invitados - Lo interrumpió - ¿Han llegado?

- Los Cardaellaine han llegado - Pronunció con cansancio y temor.

- ¿Los demás?

- Han manifestado que llegarán en cuanto la Gran Madre Dragona se los permita.

- Diles que entren - Su tono era tan moribundo y seco, que cualquiera, de escucharlo, pensaría que así deberían escucharse los cadáveres. Y parecía perder la atención de muchas cosas a medida que cada palabra se pronunciaba.

- A su orden, Su Majestad - Se retiró con una pequeña fracción de todas las maldiciones que asolaban aquella habitación. Como todos los que entraban.

Las grandes puertas fueron cerradas una vez más, y aquella luminosa y espaciosa habitación quedó tan quieta como ellos. Solo la lluvia y el viento advertían del constante paso del tiempo.

Unos minutos más tarde aquellas puertas volvieron a abrirse y cinco Cardaellaines aparecieron con sus vestiduras elegantes y negras, tanto hombres y mujeres con sus mejores prendas, cómodas y con joyería sutil. Frente a ellos, aquel Príncipe Heredero elegido por los Dragones mismos para reinar, se encontraba sentado, tomando la mano de aquella que fue, pero para él seguía siendo, su prometida. La trágica pareja estaba en el medio de la habitación, dejando una gran pared vacía a sus espaldas y unas grandes vidrieras que conducían a un glorioso jardín delante. Era irónico que la única manera de no estar viendo aquella incomoda pared vacía y contemplar el hermoso jardín, fuera mirar en la dirección donde un muerto y su prometido estaban.

- Su...

- Al grano. - Dijo en el mismo tono seco.

- Sí, Su Majestad.

- Han tenido suficiente tiempo para pensar, ahora dígame todo lo que pasó. No se atrevan a dejar ningún detalle fuera.

- Aunque faltan testigos, con gusto le relataremos aquello que nuestros ojos vieron - Solo el jefe de los Cardaellaine hablaba, pero el Príncipe parecía no inmutarse por el estatus del único Archiduque del Reino.

- Adelante.

- Mi hija Deirbhile y yo le relataremos los primeros acontecimientos, después continuarán Ceallaigh, Euhemeros y Edward.

- ...

- En eso de las horas cercanas a que se terminara de esconder el sol, mientras me encontraba charlando con la difunta.

Mi destino como Villana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora