El miedo es una de las emociones más crudas. Surge de lo más profundo de nosotros, pero nos atraviesa y adopta entidad propia, ampliándose, extendiéndose por encima, volviéndonos pequeños y vulnerables. Nos arrebata la sensación de control que, como seres finitos, ansiamos tener.
Lo odiaba. Odiaba el miedo. Y, sobre todo, odiaba que en ese momento fuera a causa de un trastero. Había luchado contra verdaderos horrores toda mi vida, soportando noches interminables de pavorosas pesadillas. Sin embargo, eso era diferente. Los sueños tenían una razón que argumentaba su existencia, pero las voces que oía estando despierta... No podía conjurar una explicación para ello que no implicara un deterioro en mi salud mental, lo cual me negaba a aceptar.
Ese es el problema con el miedo. Surge de lo desconocido. Llenamos con nuestra imaginación los espacios en blanco de lo que no entendemos, exacerbando y distorsionando una verdad oculta. Necesitaba develar esa verdad para vencer el temor y, al parecer, había alguien capaz de proporcionarme respuestas. Justin Blackburn.
Justin había aludido a las voces. Quizá solo pretendió condescender a mis alucinaciones, viéndome en el estado de desesperación en el que me hallaba, o quizá él también creía que los susurros eran reales. Necesitaba hablar con él. Me preguntaba si estaría despierto en ese instante.
Eran casi las cuatro de la mañana y yo aún no podía conciliar el sueño a pesar de haber tomado una dosis extra de mis pastillas. Los acontecimientos del día atribulaban mi mente, generando emociones y pensamientos que no me permitían un segundo de paz. Me había excusado para faltar a la cena alegando una indisposición y mi abuela denotó su preocupación visitándome en mi cuarto por la noche.
—Estoy bien —juré, y la mentira escapó con facilidad de mis labios.
Apoyé la cabeza en la almohada y cerré los ojos, practicando unos ejercicios de respiración que mi madre me había enseñado para calmar la ansiedad. Tratando de ignorar mis precipitados pensamientos y turbulentas emociones, me concentré solo en mi respiración. Empecé a sentir el cansancio, primero en mi cuerpo, luego en mi mente. La consciencia de mí misma y mis alrededores desaparecía, apagándose de a poco.
Mi cerebro evocaba imágenes sin sentido mientras el sueño me envolvía. Lenon y yo nos hallábamos tras bastidores antes de salir a escena en un bar. Él hacía ejercicios vocales mientras yo probaba notas en el bajo.
—Destino —profirió mi amigo repentinamente.
Levanté la vista de mi instrumento y la fijé en él.
—¿Qué dijiste? —interrogué.
—Destino —repitió, girando la cabeza para mirarme, y noté que el verde de sus ojos estaba desprovisto de brillo— Es hora.
—¿Hora de qué?
Lenon me ignoró. Atravesó las cortinas de tela que nos separaban del escenario y desapareció tras ella. Escuché a la multitud gritar como siempre hacía cuando él aparecía.
—¡Lenon!
Lo seguí y la luz del reflector me cegó un breve instante antes de poder distinguir que el bar se hallaba vacío.
—¿Lenon?
Estaba sola. Ninguna persona se había presentado a ver nuestro concierto y el resto de la banda también había desaparecido. Apreté el mástil del bajo buscando algo reconfortante, solo para descubrir que ya no lo tenía en mis manos.
—¿Quieres esto?
La hostil voz femenina dirigió mi atención al centro de la oscura pista, donde Penelope sostenía mi preciado instrumento.
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Macabro
Teen FictionCuando su abuela enferma, Moira Lombardy decide acompañarla a un pequeño pueblo apartado para disfrutar unas vacaciones. Sin embargo, la casa donde se hospedan pertenece a raros y hostiles habitantes, como el joven Justin Blackburn y su hermana. Las...