El aroma a quemado es esquisito, hasta que te empiezas ahogar en un cielo sin paraíso.
Había llegado el martes, ayer fue agotador para el peruano, en cada momento sintió una mirada hacia su espalda, y al girar nada. Y así fue durante todo el día que al llegar a casa no pudo más.
De algo que lo perturbo hasta que sus cansados párpados cedieran a Morfeo, encontrar esa nota no fue coincidencia.
Tampoco que junto al chileno compartieran miradas.
No lo era.
Pero había llegado. Y junto a uno centímetros había algo para calmar lo que había pensado.
Ese día mucha gente estaba en el café, y para la especialidad del día, fue temática de libros, si, aparte de ser café podías leer ahí y comprar algunos a tu gusto, una maravilla.
Todo hasta el momento estaba en orden, Perú tenía un ojo sobre Chile y otro en atender a las personas.
Hasta que se le acercó México, que tenía una cara de total cansancio.
—Ahh~, voy a morir—Se quejó.
Perú le observó y observó al chileno, y al verlo hablando animadamente con el argentino, detuvo su mirada brevemente en el mexicano.
—Muere de una vez—Respondió con marcado sarcasmo.
—Auch, acabas de romper mi corazón—Posicionó una mano en su pecho, exagerando.
—Ah, ¿Tenías?—Sonrió burlón.
El mexicano hizo un puchero con chillido adolorido.
Perú miró por el rabillo del ojo en dirección donde había visto al chileno, ya no estaba, ni él ni Argentina.
Se alarmó y sus ojos miraron cada rincón del café no estaban. México notó esto y confuso preguntó:
—¿Pasá algo?—.
Perú suspiró, de seguro solo fueron a ser sus cosas.
—No, nada, tengo que seguir—Dijo y fue a atender a la clientela, dejando confuso al contrario.
—Claro que pasá algo...—Susurró y fue también a atender.
(...)
Ahogó un gemido, tenían que ser cuidadosos de que nadie se fijará que estaban ahí, ni mucho menos de lo que estaban haciendo.
El mayor pasó su lengua lentamente por la nuca del menor, para luego dar una leve mordida.
Ambos se fundían en uno solo, ahogando las palabras y solo sintiendo el tacto de la persona amada.
El menor se escondía entre esas manos cálidas que de seguro después dejarían una dolorosa cicatriz, recordando el inocente beso que se le fue otorgado al terminar.
Dolería, pero valdría la pena. Tal vez.
(…)
Perú se encontraba impaciente y junto a su lado un nervioso boliviano. Pronto empezaría el discurso que daría Estados Unidos de la cafetería y luego le cantarían el feliz cumpleaños, después seguiría la celebración pero más calmado, la gente se empezaba a ir.
Lo que a Perú lo mantenía impaciente era que aún no veía al chileno ni al argentino.
La voz de su acompañante lo sacó de la tormenta de su cabeza.