Pero cierra el telón...

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Con una reverencia despide su actuación, el público dispuesto a salir con las manos doloridas aplaude con toda su rabia y entrega. Con la elegante figura del bufón inclinado, las cortinas del telón vuelven a juntarse y el alegre personaje va a camerino.
Se va desplomando su sonrisa de camino al camerino, se desmaquilla y va viendo en el espejo cómo pasa de ser personaje alegre a persona normal. Con facturas, problemas y dificultades.

Se apagan los focos, sale del teatro y camina como uno más por la acera. Parece que cada paso le inunda más de tristeza, pero en realidad no; es cada segundo el que lo hace.
Llega a casa pero no le espera nadie. ¿Por qué iba a esperarle alguien? Al fin y al cabo vive solo.
Calienta la sopa y cena al lado de la ventana, la luz está cara y no estamos para lujos... ¡Pero es divertido ver lo que ocurre en la calle! Mira entetenido lo que sucede, dejando la tristeza a un lado. Permitiendo que cene a su lado, no en su interior.

Al terminar lleva su plato a la pila de loza que casi ya no cabe en el fregadero. Podría jurar que aún le quedaba algo de detergente y un estropajo... pero hacía días que no los veía, debían estar por ahí montando una fiesta o escondidos.
Vuelve a mirar a la luna, tímidamente escondida entre algunas ligeras nubes que parecen quererla ocultar.
Está creciente, puede adivinar la esfera completa e imaginarla en sus tres dimensiones siendo acariciada por un costado por la luz del sol, eso le hace sonreír un instante.

Coge su maletín de pintura facial y corre al cuarto de baño con la prisa y la ilusión de un niño pequeño, comienza a pintarse un rostro grande y vistoso, pero triste.
Toda la noche para él, así que comienza a componer lo que le parece. Plasma todo en esa pintura facial, sin tener idea clara; pero sin vacilar ni detenerse a pensar.

Para cuando acaba, tiene la cara pintada con la mayor obra de arte que jamás hubiese podido imaginar. Pero no hay tiempo para más contemplación, agarra su maletín con sus gadgets y artículos de broma, se viste ancho y colorido y se pone esos zapatos grandes como dos pateras.
Sale corriendo y va hacia el puente cercano a su casa, ese que ve cuando cena y que tan transitado es...

Abre su maletín y se deja llevar por la emoción... juegos malabares, piruetas, magia y todo lo que se le ocurre, incluso improvisa bromas a su gran público con gran brillantez, sólo dejarse llevar.

Por último sube a la barandilla del puente y finge tambalearse, como si de una cuerda floja se tratase. Se torna rígido como una vela y pronuncia las palabras:
«algunas estrellas tan solo se estrellan contra el techo», esboza la más pintoresca sonrisa y saludando se deja caer hacia el vacío para morir ante la impasible mirada de su público, quien cree no entender la broma.

Pero cierra el telón...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora